Uno se imagina a sí mismo, y eso sucede porque uno es capaz de sentir su propio potencial, en realidad lo que uno se imagina de uno mismo es su propio potencial desarrollado – eso es lo que es una entelequia: el ideal justo de uno mismo que cada cual posee, la posibilidad de nuestro mejor Yo que cada cual sospecha -. Ahora bien: un problema surge cuando ya nos creemos que somos nuestra entelequia, cuando lo que imaginamos de nosotros mismos es lo que creemos que somos. Problemático si creemos que lo que creemos que somos debe ser reconocido o creído por los demás. Porque lo que podemos sospechar de nosotros mismos, verdaderamente, lo que sentimos que podemos ser que ya se encuentra en nosotros en potencia, no necesariamente es algo que ejecutamos en nuestra exterioridad. Entonces uno se siente partido en dos, porque una es la forma posible que intuimos de nosotros y otra es la forma que se ejecuta en la vida real (por decirlo de alguna manera). Ambas formas, porque las dos existen aunque una sólo dentro de uno mismo, se pelean, combaten; es como sentirme valiente y descubrirme actuando cobardemente ¿Por qué actué cobardemente si sé que soy valiente?... entonces uno queda partido en dos; en dos mitades cada una de las cuales es cierta a su manera. Creo que la vida es ese cuchillo, que, si bien separa las ideas que nos hacemos de nosotros mismos, une a la vez nuestra conciencia mediante una fuerte pugna que nos hacemos con nosotros mismos. Por esto se puede hablar o escribir de muchas cosas porque es fácil que nuestra propia potencialidad nos eleve a altas esferas; pero, cuando uno sabe, honestamente, cómo es o actúa su ser ejecutante en las circunstancias verdaderas, en la prueba eterna de cada instante de la vida, al descender de ese empuje de nuestra propia potencialidad, sólo puede quedar en nosotros un individuo absolutamente atolondrado.