Tenía la boca reseca y la sensación de algo no resuelto, José, luego de despertarse en mitad de la noche. Buscó entre el alcohol que invadía todavía, aunque en menor medida su cabeza. No pudo encontrar tapón que sellara su desespero. Acostado en la oscuridad pudo ver a los objetos cotidianos danzando frente a él como siempre lo hacen cuando (creen que) nadie los ve.
Pensó en la reunión de ayer, en sus socios, en las mujeres; eran todos recuerdos vacíos, como quien recuerda el día de ayer con el objetivo de saber donde dejó las llaves del auto para finalmente darlas por perdidas y luego encontrarlas (¿Por qué no?) en el inodoro o quizá en el retrete, que no visitaba hace algún tiempo; y tras exprimirse las neuronas para ¿Cómo carajo llegaron las llaves acá?, decide dejarlo pasar, pero sin privarse en ocasiones de un ¡mierda! Repasó el plan, “no es tan difícil” soltó con la voz ronca de la madrugada, era un robo casi de rutina solo tendría que zampar algunos chirlos a los vivos que siempre equivocan el lugar y el tiempo. Él solo se quedará vigilando afuera, y esperará que El Chiche entre a la casa a sacar el preciado objeto que habían arreglado, y luego solo faltará llevárselo al Tano. Pan comido. Dio media vuelta decidido a completar el sueño, tratando de ignorar los mosquitos, cuya picadura si bien es molesta, tanto más es su zumbido a medio centímetro de la oreja en una noche de desvelo.
Luego de un cuarto de hora tratando de poner la mente en blanco, interrumpido por la indeseada deliberación sobre cotidianeidades, lo que dificulta entablar el sueño, volvieron las imágenes de ayer. Aunque, claro, lo que tomamos como ayer fue tan solo hace cuatro horas, jajá. Pensó inconscientemente (¿es posible?) en el gráfico que hicieron, en los horarios, en las discusiones; “es sumamente importante no confiar en nadie”, había dicho El Tano de manera intrascendente y por costumbre. Sin embargo José, dedicadísimo, llevó, como hace siempre el día anterior del robo, el objetivo hacia la máxima intimidad e intentó no hablar con nadie para no demostrar ninguna irregularidad cotidiana involuntariamente. Solo entabló un diálogo con el coreano del mercado, si es que “quince con venticinco, señol” puede ser llamado de tal forma, y con Nito que, al cruzarse en la calle, le salió un efusivo ¡José, tanto tiempo! y charlaron durante unos minutos. Nada pareció preocupante.
Cuando recordó a Nito, evocó las épocas en que ambos trabajaban juntos en la oficina, y no vivía atemorizado, en parte por la policía y en parte por algún supuesto cómplice que se decida a apuñalarlo por la espalda. “Unos miles mas y me dedico a otra cosa” se dijo a sí mismo, como lo hacía con frecuencia. El problema que a estas ansias refiere es el que todo el mundo vive en disconformidad con el presente y con el aquí, fantaseando con que el ayer o el mañana, el allá o el allí es siempre mejor.
Evocó las caminatas diarias hacia lo de Nito, donde solían cebarse unos mates antes de que José se tomara el 168 hasta su casa en la Chacarita; sorprendiéndose cada vez más por cuánto tardaba ese colectivo, y ¡cuántas vueltas que da, che! En los últimos días tuvo la oportunidad de revivir esa experiencia al volver de lo del Tano, cerca de la plaza Congreso. También pudo revivir imágenes de su vida hace algunos años, cuando se odiaba a sí mismo por dejarse someter con suma facilidad a las presiones del llamado mundo moderno. Se sentía preso de una sociedad en suma orwellista, donde como individuo a nadie importaba. Pero esa vida la encontraba tanto mas placentera que la actual, cuyos defectos parecían montañas que se enaltecían de a poco y en secreto hasta llegar a alturas abismales y recién en entonces darse cuenta de ¡Estoy hasta las manos!, José. Creó, sin intentarlo (hasta cierto punto) una comparación en su cabeza entre pasado y presente; hecho que aportó a un progresivo desvelo.
Luego se preocupó, como siempre pasa cuando cuesta consumar el sueño, por la importancia del día siguiente, y él debía encontrarse despierto o, incluso mejor, atento. Esta reflexión no favoreció en lo más mínimo su intención actual, porque le causaba un cierto temor o enojo. Además era una de esas sofocantes noches de verano en la capital, que nunca ayudan al bienestar; y se sentía impregnado por un cálido sudor, desparramado por toda la habitación. José miraba a su alrededor como con esperanza, sentía algo invisible frente a sus narices (que parecían ser una sola).
Así, casi por compromiso, partió en busca de un vaso de agua, y al ponerse de pie lo invadió una significativa incomodidad corporal a causa de la mala noche. Pensó en todo lo que había libado, y se justificó a sí mismo tomándolo como un festejo adelantado por el desfalco del día siguiente. Caminó por su medianamente confortable departamento, y mirando los objetos como poniéndolos a prueba se sorprendió por cuán sosos los encontraba. Contempló, mientras dentro suyo sonaba un blues ignoto, las figuras que, trazadas por las sombras, siempre trataban de imitar alguna persona. Al pasar por la ventana del living que daba a la avenida Federico Lacroze se quejó por vivir en un segundo piso, teniendo palco preferencial hacia los autos que siempre tocan bocina. Odiaba manejar, tal vez sea por los choques de su padre que no recuerda, prefería el transporte publico o ser acompañante; además solía disfrutar los viajes en subte, aunque a veces el ambiente le provocaba cierto malestar físico. Le gustaba ver a los capitalinos que iban a trabajo, aborreciendo siempre a las mujeres que vestían zapatos con tacos y caminaban, por ello, endeblemente. Sin embargo amaba tanto los tacos de Ana. Ana. Ana.
Al llegar a la cocina chocó sutilmente con una silla antiestratégicamente apartada de la mesa donde él solía cenar, porque el comedor resultaba muy amplio para una sola persona. Luego de tomar de la canilla inevitablemente, al no encontrar agua fría, levantó la cabeza hacia el reloj que no marcaba más que números. Una vez hidratado retomó el camino hacia la cama que lo esperaba, lamentablemente, en el mismo lugar.
Ya acostado, volvió a pensar con placer en sus antiguas amistades . Ya escasos amigos conservaba, porque su vida se había desmejorado notablemente, mayormente a causa de su ilegítima ocupación. . Nito le preguntó si tenía planes para la noche siguiente; y José fantaseaba con no ir a su pseudo empleo y resucitar (o tratar de) su vida social. “Claro, si al menos no me costase la vida”, se dijo. Últimamente, además, se había tornado realmente receloso, y le costaba mucho poder confiar en alguien; se estaba encaminando hacia una vida solitaria y desértica.
Entonces apareció bruscamente ante él: “¿Hacés algo mañana a la noche?”, le había preguntado dudosamente y con sospecha, Nito. Efectivamente, estaba tratando de confirmar la información; pero ¿de dónde la había sacado? Claro, él vivía a unas cuadras nomás de lo del Tano, tal vez vio a José entrando allí y lo siguió para saludarlo; así podría haberlos espiado. O quizás ahora trabajaba para alguien, y estaban buscando al Tano; ¡Podría hacer cualquier cosa con esa información! La expresión en el rostro de Nito al preguntar “¿Qué es lo vas a hacer mañana?” desataba incredibilidad. Una negociación con él no sería segura, puede estar contratado por algún pez gordo o ser la marioneta de algún oficial. Los ojos desafiantes de Nito que no paraban de preguntar “¿Eso es lo que vas a hacer mañana?”, “¿Eso tan sucio?”, “¿Eso tan ilícito?”. No hay duda, “tengo que matarlo”, llegó a pronunciar, José, antes de dormirse.
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