Humanización de las hormigas
La evolución de las hormigas ya es un hecho. Primero la esclavitud y el despotismo; claro, la divinidad determinaba el poder. Siglos pasaron hasta que la insurgencia de los dueños del azúcar y de las hojas quitara el misticismo al reino y procedan a –su máximo afán, sin duda- regular el poder con privilegios señoriales, avalados en el poderío acaramelado y vegetal, respectivamente.
La proclamación de los hormigueros, por parte de los señores, de la República Hormiguera, no dejaba indiferente a nadie, según la propaganda. En realidad, eran derecho de ciudadanía muy pocos hombres: casados y mayores y ricos y poderosos. Entonces, el pueblo pobre y el esclavo nada hacía; por tanto, nadie se preocupaba de ellos, mientras cumplieran con su trabajo. Pero luego, uno de estos mismos poderosos y ricos y etc, influidos por la intelectualidad ascética de las colonias hormigueras europeas y las ansías de poder -instintivo de las hormigas-, apoyaban la incorporación de estos parias del derecho ciudadano al escrutinio público y al debate. Era entonces cuando comenzó la revolución de las colonias...
Esa noche fatal, cuando el influjo de los intelectuales sobre los plebeyos terminó en la debacle total de la moral y modos distintivos de toda hormiga, ocurrió la rebelión. Los esclavos, los pobres, sedientos de hambre, volcaron totalmente sus fuerzas y tiempo a la destrucción del gobierno señorial, hasta adjudicarse para sí mismos la regencia del poder. Fue cuando las parias hormigas lograron la tentativa de acercarse al status de la vida de los vegetales y azucareros, sin resultados. No obstante con muchos logros: por ejemplo, está la exigencia y aprobación de ciertos derechos llamados inalienables a toda hormiga, como el derecho a 2 porciones de hoja y una de azúcar por familia, el derecho a la ocupación semanal por trabajador de 72 horas, a un trato digno con las demás hormigas, a un centímetro cuadrado para su familia, y etc, todo un lujo para las hormigas. Por lo menos vivían dignamente.
Sin embargo las intelectuales aspiraban a más. Aquellas defensoras de los parias, en verdad, buscaban poder; entonces las hormigas señoriales las entendieron y acogieron, y comenzaron a formas alianzas, concertaciones y demás shows para entretener a la gente con una merecida y peculiar forma de gobierno: las hormigas pobres y esclavas ya no eran ni tan pobres ni tan esclavas. Se llamaron los proletarios, por seguir a la hormiga Proletia, partidaria de un colectivo conformista y adoctrinado al poder. Luego tales sectores sociales terminaron con lo que un intelectualoide europeo llamaba “lucha de clases”. Esto ya no existía, pues las plebes estaban más que satisfechos –y más que satisfechos, convencidos- que su vida de sacrificio era justa y necesaria para el acumulado histórico de la sociedad.
Todo estaba completamente perfecto. Las hormigas todas vivían contentas, complacidos de su lugar. Los ricos se rodeaban de cuanto lujo podía existir; los más o menos ricos buscaban ansiosamente el poder político, pero se conformaban con su haber; los pobres y antiguos esclavos seguían viviendo en la pobreza; mas con un equipo musical, un refrigerador, un microondas, un televisor y hasta con cable gratuito. Eran felices. Lo llamaban democracia, sin antecedentes de su origen.
Sólo criticaban entonces los sucedáneos a la sensibilidad intelectualoide europea, quienes advertían la notable diferencia entre los autodenominados capitalistas de azúcar y las hojas, y los sometidos labradores de ellas... Calificaban estas relaciones hasta de obscenas.
Todos creerán que estos armaron gran alboroto en la vida política de la colonia, pero no. Lamentablemente para sus intenciones eran muy pocos, y carecían de la popularidad que tenían los donadores de equipos musicales, microondas y hasta cable. Así, el pueblo vivía totalmente sometido al poder pseudo-popular, pautado por sus reglas basadas en la competencia, el egoísmo y el exitismo; deseos esenciales de estos señores hormigas.
La meta evolucionista era, para el desarrollo de las hormigas, muy pesimista. No calcularon que con tanto apremio alcanzarían a la afortunada vida de los humanos. Tan raros diferenciados socialmente y eran hormigas, tan conscientes y eran hormigas. Y es más extraño el hecho de que eran muy conscientes y muy pesimistas a la vez, y eran hormigas.
Los segmentos sociales tenían distintas expectativas, y no les importaba su repercusión. Los pobres con agujeros para vivir y un televisor, los ricos con mucho dinero y lujos, y los medios conformándose con los que les llegue. Todos muy felices. O casi todos.
Las hormigas intelectualoides, ociosas por la permanencia del orden social, y ansiosas de poder, comenzaron a especular, aseverar o criticar sobre tal creencia en el manejo de sus colonias. Entonces la última novedad científica era crear una explicación racional a las acciones instintivas o lógicas de las hormigas.
Postulaban distintas formas del actuar de las hormigas, tanto individuales como colectivas, desde la influencia de los medios comunicacionales masivos, como el televisor, y la liberalización de deseos impulsivos luego de la gran represión cultural de los antiguos déspotas del poder.
Los sociólogos encontraban explicación en el enfoque crítico de la comunicación masiva, al culparlos de establecer la ideología dominante en los esclavos hormigas, convenciéndolas de su indescriptible estado de pobres, pero todos los placeres posibles. Sólo el trabajo arduo los recompensaba. Era necesario trabajar, por lo menos, 78 horas por semana.
Los psicólogos, por su parte, veían como los pobres y esclavos poco a poco se convencían de su realidad, y buscaban regocijo en los placeres que tal sistema de capitalista azucarero y vegetal podía dar. Entonces el televisor les era regalado a las obreras para atontar; el sexo pervertido se validaba en ciertas formas: homosexualidad, fetichismo, voyeur, etc. Ya los estratos bajos sólo se preocupaban de su felicidad individual.
Sí, todas las hormigas eran felices, y justificadas en su felicidad. Las ricas con sus caramelos, las medias con su limitado poder y arribismo, las pobres con sexo y televisión; todas felices. Entonces resultaba increíble y extravagante un grupúsculo reaccionario del poder. Eran todas de un sector etáreo muy definido, y con el tiempo estos los denominaron, tal como los evolucionados chimpancés, al segmento como “adolescentes”, es decir, quienes “adolecen” de cualquier tipo de moral, quienes están en contra de todo lo establecido; mas sin proponer, sólo con criticar.
Estas, intermedias de las fases infantil y adulta de toda hormiga, eran las etapas de vida más críticas de la evolución de las hormigas. Favorablemente para ellas, su duración era de sólo 2 semanas, y el orden social permanecía totalmente inalterable. Entonces los afortunados dueños del poder se regocijaban en su dominio infinito.
Fue entonces cuando más se acercaron al divino y oraron por la estabilización. Al fin encontraron un equilibrio próspero entre todas las ramas sociales de las colonias, y henchidos de orgullo y anhelo, especulaban sobre la triste vida de aquellos animales quienes la etapa adolescente duraba más de un año. Quizás dos. Imagínate si son más: tres o cuatro, incluso cinco. Sabes cuánto decaerían tales sociedades.
Tristeza existía entre las colonias, pues sus conocimientos abarcaban la historia de una sociedad que, a pesar de lo repugnante de su vida, superaban con creces a la sociedad hormiguera. Y la adolescencia, a la admiración de las hormigas, estaba a sumisión de los poderosos. Y de allí que añoran una vida longeva las hormigas. Imagínate dominar por siglos, quizá milenios a su antojo. En tanto las hormigas más anacoretas, envidiaban la vida longeva de los adolescentes, ojalá para ellas vivan las hormigas adolescentes 3 ó 4, ó 5 años, revolucionarían poderosamente la colonia hormiguera.
Saben, sueño que ellas harán una vida más justa y digna, más igualitaria y decorosa. Y a veces quisiera envidiar, pero solamente me enrabio, me enrabio con ciertas actitudes de los adolescentes aventajados, quienes viven 5 ó más años, que se conforman, que sólo viven.
Las intelectualoides hormigas, sabias pero utópicas, se indignaban con los que no aprovechaban de revolucionar su sociedad cuando están en la cúspide de lo denigrante y reprobable. Mi culpabilidad se hacía más desesperante hasta que comprendí que vivimos en sociedad, que soy adolescente humano, y que jamás renunciaré a mis privilegios como tal.
Lo siento. Disculpen, hormigas, pero ustedes están recién evolucionando. Seré arrogante, seré estúpido, pero acaban de saber lo que es ser humano. No aspiren a más; sólo piensen a más. Algún día, quizás, se hará realidad.
Por qué sentirme arrogante. Sólo quiero pertenecer a la revolución del mundo humano, a los que sueñan una sociedad mejor. Adolescentes del mundo, uníos. Uníos contra el conformismo, por favor.
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