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Es increíble como en tan solo unos segundos la felicidad puede desfallecer.

Era de noche, de eso estaba él seguro. Pero no sabía nada más que eso.
Era la tercera noche seguida que no dormía y que se levantaba mientras su esposa dormía para sentarse
en el patio y sufrir en silencio. Ahora llovía, como un adelanto del invierno que se vería caer en un par de meses.
Ya no tenía sueño, lo había perdido hace exactamente cuatro días, como también había perdido su ánimo de comer,
trabajar y de sonreír.

Les conté que él era hijo único? Mimado y el orgullo de sus padres.
Ahora le venían a la mente sus años de privilegiado en su hogar.
De que cuando pedía un hermanito su mamá sonreía y miraba de manera esperanzadora
a su marido mientras le respondía con un beso en la frente.
También recordaba como su madre enfermó de un día para otro -cuando el tenía ocho años-
bajando de peso considerablemente y quedando en cama por unas semanas.
De ahí en adelante el ánimo de sus padres cambió.
Se les apagó la cara; seguían amándolo y consintiéndolo mientras podían,
pero el brillo da aquellos últimos dos meses se había ido.
En ese entonces, algunas veces mientras jugaba en el pasillo,
podía escuchar a su mamá llorando en su pieza cuando creía que nadie la escuchaba.


Su padre también se apagó.
Comenzó a llegar cada vez más tarde a la casa,
trabajando horas extra y más de la cuenta para no tener que llegar a la casa y desplomarse
al ver a su esposa. Eso recordaba bien. Su padre era mucho más débil que su madre.
Logró entender -o eso creía- su tristeza cuando un día le volvió a pedir un hermanito para jugar,
recibiendo por respuesta una lágrima dolida y su padre con una voz quebrada pidiéndole que se lavase la cara para cenar.


Nunca más volvió a preguntar.
Y nunca más volvió a recordar el tema.
A su corta edad, no lograba entender a cabalidad lo que todo eso había significado.


Todo eso hasta un tiempo atrás.
Ahora con veintiocho años y dos de casado,
la vida le volvía a sonreír como aquel entonces, hasta antes de la enfermedad de su madre.


Su esposa era alta,
hermosa y con una sonrisa que lograba iluminar cualquier habitación.
Había logrado un balance donde podían vivir bien sin el tener que trabajar demasiado como para no verse lo suficiente.
Y llevaba tres semanas siendo tan feliz que había pedido sus vacaciones adelantadas para poder
estar con su señora. Estaban esperando un hijo.


Su mujer ya estaba empezando a aprender a tejer, mientras él comenzaba a poner en venta
su auto para poder comprar uno más espacioso.
Ahora todos los días, como un ritual, le cantaba a la barriga de su esposa que ya empezaba a tomar forma,
a pesar de la tempranía del embarazo.

Todo eso hasta cuatro días atrás.
Él, como su padre hace veinte años atrás, se le apagó la cara.
La diferencia era que ahora él no era un niño; ahora entendía todo.
Su señora, que estaba bajo los efectos de los calmantes,
despertaba sólo para tomar su mano y llorar en silencio.
Él, llevaba cuatro días -más bien tres noches- sentado en el patio de su casa sin poder
conciliar el sueño.

Finalmente iba a tener un hermanito,
después de tanto tiempo de espera, finalmente le iban a regalar un hermanito.


Pero ahora volvía a ser hijo único.
La diferencia era que ahora sabía que pasaba y las lágrimas ya se le habían acabado.
Era horrible seguir siendo hijo único. Era horrible que la historia se volviera a repetir.

Y ahora, sentado en su patio, de noche, mientras llovía,
decidió que la historia no se volvería a repetir, no se desplomaría,
amaría a su esposa más que nunca.

Creo que finalmente tuvo a su hermanito. Pero esa ya es otra historia.

Texto agregado el 12-03-2006, y leído por 111 visitantes. (0 votos)


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