Me avergüenzo de mi mismo y de mi ego,
que no me permiten amarte entre labios secos de adorarte,
y trato de portarme bien, pero no puedo dejar de marcharme,
y me invento mil cosas que no me permitan arrepentirme
de no quedarme, o de no irme lejos a vivir en algún otro país lejano.
El oprobio me inunda, y la indignación me hace morir,
de urgencia pronta de no dejarte sola, y sin embargo me urge
el ya tan pronto pueda, largarme lejos, hasta lejos de mí
para estar separados uno del otro viendo nuestras necesitadas manos,
vacías de tu carne y la mía, de tu cuerpo y el mío, inconsolables si no estás a mi lado.
Se siente apesadumbrado el corazón que te muerdo cuando junto a ti estoy,
tembloroso y sediento, cansado, después de tenerte sobre mi piel, y en esta prórroga
me mantengo aferrado a tu recuerdo, mientras tus piernas me roban el aliento,
pero me voy, avergonzado de no poder quedarme a tu lado, pidiéndote que no vengas
a por mis demonios, porque muy pronto debo marcharme, y en este hermoso juego,
me acostumbro a no durar demasiado con una misma tierra bajo los pies que pongo en polvorosa.
Me vas llenando, y entonces pienso que vamos a ver si es cierto,
si es cierto que te amo y nos amamos, mientras me apena el dolor ajeno,
entre los escombros de mi voz surgen gritos apagados a la distancia,
y te grito me lastimes, porque quiero vivir y el dolor me muestra que estoy vivo,
porque después de todo, la vida está a tu lado, y no sé que hago mientras no estás aquí.
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