gmmagdalena
Vacaciones
Todo empezó cuando nos pusimos a planificar nuestras vacaciones, como siempre chocábamos en lo que a gustos se refiere.
Ganó Nicolás, cuando me enrostró que desde hacía diez años siempre íbamos al mar y eso era porque a mí me fascinaba.
En síntesis, armé los bolsos y nos fuimos al “paraíso”. Un bosque poco conocido y una cabaña sacada de un cuento. Solos, lejos del ruido, del mar y mis amigas.
Los tres primeros días, ni siquiera vi lo que me rodeaba, tuvimos que limpiar el polvo y las telarañas fruto de años de abandono. Limpiar desde el techo hasta el piso. Lavar la vajilla. Lavar las ventanas. Lavar las cortinas, lavar y lavar. Finalmente la cabaña, debo reconocerlo, quedó preciosa.
Cuando pudimos disponer de nuestro tiempo, comenzamos a hacer caminatas por el bosque, quedé maravillada de la cantidad y variedad de árboles, arbustos y pequeños animales que avistábamos a nuestro paso. Como siento terror por las alimañas, viboritas y cuanto bicho extraño pueda vivir en un sitio así, mi adorado esposo llevaba un palo en la mano, no me daba mucha seguridad, pero pronto perdí el miedo.
A la semana estaba tan enamorada del lugar, de su paz y belleza, que no lo hubiera cambiado por ninguna playa de moda. Lo más atractivo eran los atardeceres solitarios, las cenas a la luz de las velas y las noches de amor intenso, dónde Nicolás volvió a ser el apasionado enamorado que yo tanto extrañaba. O quizás yo volví a ser la enamorada que él extrañaba. La realidad es que lo pasamos genial.
El día de nuestro regreso, mientras él alistaba nuestro auto, me ofrecí a cerrar la cabaña. Antes de salir, dejé una vela encendida sobre la mesa de madera, previo haber rociado con gasoil el piso.
Mi intención Señor Comisario, era quemar esa maldita cabaña, se lo aseguro, nunca imaginé que se propagaría el fuego al bosque.
María Magdalena
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tu_risa
Fuego en el bosque - UNIDOS
Era un bosque de hermosos pinos nativos. Los añosos e imponentes árboles parecían rasguñar el cielo con su verde plumaje mecido por la brisa de la tarde. Eran los gigantes del lugar. Quienes proveían alimento y vivienda o simplemente cobijo o agradable sombra donde guarecerse en las caldeadas tardes del verano creciente.
Al centro, una oculta laguna hogar de blancos cisnes, rodeada de arbustos que en otoño lucían su ropaje rojizo en grandes manchones escarlatas decorando de alegría y colorido el paisaje, acogía con su frescura a todos los habitantes del lugar.
Jellu sentado sobre la gran piedra que se hundía en el agua, observaba curioso mientras ordenaba su alborotada y cobriza cola que brillaba al sol, a su pareja Kellu allá abajo acariciando a sus dos pequeños hijos. Jellu era una hermosa ardilla que poseía una bella familia.
Por un instante hubo una extraña sensación de que algo no estaba bien. La algarabía de la foresta decayó hasta quedar el bosque en completo silencio.
De pronto todo fue movimiento, carreras ....humo... La fuerza proveniente de la supervivencia movilizó a cada criatura del bosque en un huir de la vorágine de un fuego que devoraba y tragaba todo a su paso.
Jellu saltó roca abajo para ayudar a Kellu y salvar a sus pequeños hijos. Sus ojos se cruzaron un instante en una mirada de unión, familia y vida compartida, corriendo hacia el estanque cada uno con una pequeña ardillita agarrada a su espalda.
El cielo rojo se reflejaba en la laguna que seguía recibiendo a todo aquel que huía del fuego permaneciendo dentro de ella.
Algunos aviones comenzaron a sobrevolar el lugar derramando su carga salvadora sobre las grandes llamaradas. Que suerte, esta vez nadie moriría en este incendio.
Dentro de la laguna todos permanecían en silencio expectantes, pero a salvo.
Kellu y Jellu se acercaron una al otro, sólo importaba que hoy estaban juntos.
Mañana el cielo volvería nuevamente a ser celeste.
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