Por fin he llegado a la altura que me corresponde. Dispongo de mis horas de ocio en plena libertad. Desde hace poco tiempo puedo presenciar con comodidad las regatas a velas. Me fascina ver, sin molestia alguna, sin gritos, la ardua tarea de cada individuo trasladándose con ese velamen inmenso y ante la menor brisa volcarse e incluso desprenderse de ellas por la fuerza del viento. Con paciencia la recogen sin ayuda ya que sus contrincantes tratan de llegar primero a la meta. Es una lección del esfuerzo individual ante la adversidad. Muchas veces tengo el privilegio de ver a un número apreciable haciendo el recorrido preestablecido, también los hay de menor número. No conozco las reglas ni me interesa. Dicen los entendidos que los concursos tienen una antigüedad anterior al Antiguo Testamento. En más de una ocasión, pierden su instrumental completo, lo curioso, no se retiran, van en busca de otra similar. A veces son más pequeñas algo recortadas. Es extraño pero hay días le dedico toda una mañana en contemplar este certamen, parece obra de la naturaleza. La tela es verde, el ropaje negro, no debe ser una regla absoluta. También los hay de color cobrizo. Lo más emocionante es el final, dos o tres están cercanos al objetivo y una brisa, otra vez los aleja. Por último uno ingresa triunfante y se va deslizando por la pendiente suave y se pierden de mi vista al entrar con esa hojita de ligustrina al hormiguero.