Así es que el vampiro muere por una estacada en el corazón y esta estacada en el corazón no es más que una manera brutal de obligarle a resignarse. Se puede sentir Dolor, Nostalgia, Desesperación e Indiferencia. Se puede hallar la piel en las multitudes muertas. Pero el Vampiro detesta hasta la muerte la Resignación y prefiere caer en un aparente pecado contra Dios antes de resignarse.
No se puede vivir sin respirar, no se puede vivir sin vivir, no se puede vivir sin vivir aún sabiéndose muerto, porque esa clase de muerte, la de saberse muerto, es parte de la vida, un tipo muy especial de vitalidad.
El Vampiro no vampiriza para robar vida; el Vampiro vampiriza en un intento de dar inmortalidad; en un intento por inocular su tipo muy especial de energía: El Vampiro está sediento por Nostalgia, de Recuerdo, el Vampiro está sediento de compañía. Es el indiferente que siente horror al darse cuenta que su rostro es igual al de todos aquellos que le horrorizan, que el de todos aquellos cuya sola imagen le causa dolor. Siente un Horror Supremo al darse cuenta que su rostro es igual al de todos ellos. Y es precisamente ese Horror el que le toma de un brazo y le impide caer en la Resignación.
El Vampiro es el Indiferente que ansía, que siente Horror ante la Resignación.
La Locura, maravillosa amiga, es una distancia que separa a aquellos que han sido salvados por el Horror de aquellos que no lo han sido, que no pudieron ser salvados por el Horror. Esta distancia, separación, diferencia, La Locura, es bidireccional, separa dos modos distintos de Muerte, de estar Muerto; ambos modos sólo pueden verse a través de La Tinieblas de La Locura. Y esta diferencia entre dos modos distintos de estar muerto se caracteriza por El Asco. Éste último, es el eco que queda habitando por dentro después de haber sentido el estremecimiento del Horror. Horror al ver nuestro rostro muerto, Horror al contemplar nuestro rostro como un rostro muerto más, indiferente, entre todos los demás. La realización que nos trae nuestro esfuerzo por ser indiferentes ante la Desesperación.
Se puede sentir millones de cosas, es por esto que la vida es un espacio, y con cada cosa que es posible encontrarse, en este espacio, se siente un horror natural, un estremecimiento natural. No saberlo es hallarse muerto desde antes de nacer. Saberlo es vivir con una Nostalgia Desesperada por satisfacerse y consecuentemente hallamos el No Hallar. Luego la sensación de Caída nos alcanza naturalmente y el Infierno es la Resignación.
Es esta Resignación lo que se desea, casi desesperadamente, sedientamente, retirar de los cuerpos. Se convierte en el vampiro, el acto de retirar la Resignación de los cuerpos, en una Necesidad. Como si suprimiendo el Olvido de las vidas se pudiese calmar esa desesperada nostalgia que nos habita por dentro.
Sólo un Santo, un Verdadero Santo es el que puede traernos por primera vez el Recuerdo. Padre de toda esta rueda infernal. Pero la Sospecha, la sospecha de la posibilidad del Recuerdo, ya debía hallarse a priori en nuestras almas. Es el Santo el que nos halla.
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