Socialmente todos los seres provenimos de una historia. La historia suena a pasado, pero es la causante de una educación, la madre de una tradición que se sucede de generación en generación hasta llegar a nosotros y convertirnos en seres “ubicados”.
Por supuesto: siempre pueden haber cambios, condiciones voluntarias o involuntarias que alteren esa inercia que es la herencia histórica, pero eso no ocurre siempre. Doy un ejemplo: Es posible demostrarle a un blanco que un negro no es malo o que no merece todo nuestro desprecio. A esto me refiero con un cambio en la inercia. Por supuesto: es difícil, nuestros amigos nos preguntarán “¿Quién es ese niche?” o “¿Qué haces tú con ese mono?” y algunos pensarán que estamos comprando droga; esos algunos puede ser también muy fácilmente la policía. No es fácil romper con una inercia incluso cuando ésta no tenga ya ningún sentido. Sé que lo que estoy escribiendo, el ejemplo que he dado, suena mal o que pertenece a las cosas que no se dicen o que son de mal gusto seren dichas (las inercias se mantienen mediante silencio), pero, de hecho, el ejemplo que acabo de dar, sucede.
Así que algunos tomamos la educación y otros nos resistimos a ella. La historia – repito – suena a cosa pasada, pero sólo suena.
Si nos convencemos de que hay gente mala, la tememos. El temor provocará en nosotros una preocupación y concebiremos la existencia de un problema y, al concebir la existencia de un problema concebiremos igualmente una solución y su existencia. Si nuestro temor está acompañado de una educación que refuerza nuestro temor o si nuestra educación – y todos nos educamos constantemente – es causante de nuestro temor, la solución de nuestro problema será espantosa. Frases como “¡Muérete!” o “¡Desaparece!” dirigidas a una niche se vuelven muy comunes así como sus cadáveres flotando en el Guaire. Pero, definitivamente tenemos un problema. Esperamos siempre que un gobierno se apresure a solucionar nuestro problema de la única manera en la que concebimos esa solución posible: “¡Muérete!” “¡Desaparece!”. Esperamos de un gobierno que se ensucie las manos por nosotros y no diremos nada, porque estará haciendo la cosa bien hecha.
Ahora bien: Las convicciones, por lo tanto, sirven para generar soluciones. Quien se convence de que hay gente mala no dudará de la necesidad de eliminar a los malos (recordemos que malo es, casi siempre, aquello que ya no nos sirve) o del buen juicio en el que consiste socialmente marginarlos. La marginalidad genera una dificilísima supervivencia en los marginados (eso no es nuestro problema), para los cuales, realmente, el único modo posible de sobrevivir consiste en robar y, muchas veces – injustificadamente, por supuesto – atracando y a veces atracando y matando. Digo “injustificadamente” porque es fácil decirlo, no debemos olvidad que, si nos convencemos o nos convencieron de que hay gente mala, automáticamente nosotros somos los buenos, acompañados, por supuesto, de todos los atributos de los buenos, uno de los cuales consiste en poder juzgar a los malos por el hecho único de seren malos, y elegir el castigo que se merecen.
Para salvar este escrito: Así que el hambre producto de la marginación de aquellas personas de las cuales nos convencimos o nos convencieron de que son malos, genera una desesperada supervivencia que se manifiesta mediante el crimen en lo que nos afecta (robo y violencia). Pero esto no es del todo algo malo, no es algo negativo: con esto tenemos todo lo que queremos y todo lo que ansiamos: la prueba final y fehaciente de que realmente son malos y de que realmente merecen castigo, con lo cual todo queda justificado (con lo cual quedamos de una vez por todas justificados) y, por razón de todo esto, podemos considerar, ahora, de que es un abuso contra la norma hacer algo por ellos. En fin: razones de sobra para protestar tenemos. Sólo necesitamos el juicio de la Iglesia (o de un sector de ella, a la cual alzaremos como totalidad, y nos lavaremos después las manos).
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