Cuando analizamos una totalidad (una persona, el Hombre, un pueblo, la Tierra, etc.) la creemos tal, como criatura completa e independiente cuyo análisis total es posible; como si fuese ciertamente un sistema cerrado que funciona mediante leyes, principios o reglas que podemos alcanzar a conocer plenamente, en toda su totalidad. En pocas palabras: nos sentimos capaces de conocer y controlar. Pero, en la práctica, siempre nos encontramos con un defecto, que en nuestra mente es algo que falta o que sobra en aquello que deseamos conocer y ser capaces de controlar hasta alcanzar el bostezo de lo previsible, sin el cual no nos sentimos tranquilos. Olvidamos algo que es básico: no existe en el Universo un solo sistema cerrado funcional, vivo o durable. Todo aquello que tratamos de concebir como una totalidad cognoscible tiene un defecto. Un defecto es algo que se nos escapa de las manos en aquello que pretendemos que nos es conocido o que creemos que podemos llegar a conocer, que creemos que tenemos.

Es curioso que la figura más simple, el símbolo perfecto de la unidad y de la totalidad, como lo son al círculo y la esfera, posee un defecto que aún no podemos explicar, me refiero a pi (3,14159…); pareciera que este algoritmo no desea cerrarse nunca, que la relación entre el diámetro de una circunferencia y su perímetro es algo que se nos escapa entre los dedos a pesar de la solidez tan aparente de la circunferencia (tengo entendido que a pi le han contado más de varios trillones de dígitos y que aún no se ha encontrado su entero). Esta negativa del círculo a ser congruente, esa cosita cosa de nada que le falta para cerrarse, para mostrar su “enteridad” y finalmente permitirnos respirar en paz, es el Defecto.

Todos tenemos un Defecto, y ese defecto propio, nuestro, que no nos permite la congruencia ante otros ojos, es nuestra propia libertad, es aquello que se escapa de nos.

Amar es reconocer el Defecto ajeno, y estamos obligados a amar.

Nuestro Defecto es nuestro único vínculo real para con todo lo demás. Al mismo tiempo es el orificio minúsculo por el cual nuestra alma puede respirar y mediante el cual evitamos ser una animal de exhibición, conocido, previsible, medido, calculado, tomado, por ello, y por todo ello, no existe un solo ser vivo en el universo que pueda ser absolutamente cognoscible por ningunas otras cosas… a menos que se proponga lo contrario.