Pablo vivió la adolescencia en casa de sus tíos y un hijo mientras estudiaba. Había sido arrancado de sus progenitores a los seis después del abandono de su padre, los años habían sacrificado las formas y los fondos de su maleable mente desde pequeño, acorralado a gritos por él, dejado a cambio de comida en algún auspicio o encerrado en el altillo de la casa después de una golpiza. Luego el tiempo de pupilo en “Un lugar de paso”, el orfelinato, lo habían llevado a dudar hasta de sí mismo. Pero sus pequeños ojos orientales dibujando una sonrisa sobre el rostro y el deseo de seguir buscando amparo a toda costa habían triunfado creando una coraza impenetrable que lo mantenía con fuerza. Sus tíos lo habían aceptado a los 15, allí vivió junto al primito Marcos corriendo entre su vida para comenzar el oficio de la carpintería en el negocio de su tío; sus manos rasposas recorrieron las tablas y las vigas a fuerza de voluntad armando y desarmando sus propios ideales, mientras el dolor pasado se iba disipando. A sus padres nunca los volvió a ver, nada restaba de ellos, sólo el dolor enraizado dentro de su alma. Y la vida marchó paralela a su deseo hasta que Marcos ese día apareció con un enorme moretón en las costillas:
- Marcos, ¿con qué te hiciste esto? – preguntó atónito Pablo mientras levantaba la remera –
- Con nada primo, me caí del cobertizo ayer – respondió el pequeño de ocho años –
- ¿Te caíste? – insistió obnubilado –
- Sí, no quise molestar a nadie, fue un golpe nada más.
- ¿Un golpe Marcos?, esto parece un mapa tatuado en tu espalda – gritó Pablo al borde de la crisis –
- Sólo una caída primo, sólo eso – murmuró asustado el pequeño -
Los ojos de Pablo se habían estancado en su niñez bajo los brazos robustos del padre yendo y viniendo de su cuerpo con el cinturón marrón, ante esa inmensa sombra bañada en alcohol que lo castigaba a diario. Quiso volver de la tormenta para entender lo que pasaba allí, mientras Matías yacía dormido a su lado.
Al día siguiente las preguntas no dejaron de cesar ante su tío, a las que él respondió siempre evasivo; no podía soportar que el niño repitiera su misma historia, así que optó por el silencio hasta encontrar más pruebas. Ese viernes Pablo dijo que iría a bailar; salió temprano de la casa bajo las luces de la noche para quedarse esperando en un bar cercano. El cielo se había cercado de nubarrones imposibles de sortear, sin dudas vendría una lluvia torrencial; fumó su último cigarro mientras volvía sobre sus pasos a la casa. Al abrir la puerta la imagen fue patética; botellas sobre el piso, gritos nadando junto al llanto, el sonido seco lacerando la carne, ese olor a sangre y alcohol rondando la sala mientras Marcos se abría en un grito de dolor...
El forense revisó los cadáveres con paciencia, a la vez que en las noticias se escuchaba: -“ Matrimonio fue encontrado ahorcado en una carpintería local, ampliaremos...”
A Marcos y a Pablo nunca más los volvieron a encontrar, salvo una nota que quedó de ellos: “ Sólo la misma sangre puede lastimar la misma gente, para mi padre, hermano de mi tío, M y P “
Ana Cecilia.
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