Nosotros, la generación del vacío, hacemos acto de presencia entre las ruinas del pensamiento universal, nos analizamos, nos psicoanalizamos, damos buena cuenta de nuestra autopsia y nos proclamamos pervertidos y contaminados, hemos sido víctimas de la necrofilia más feroz. Esbozamos una sonrisa y nos declaramos incapaces de ofrecer la panacea necesaria al nihilismo postmoderno. Pero vamos a jugar, seremos un niño ingenuo dando saltos sobre los ladrillos rotos, vamos a jugar a las pócimas como ya hizo el resto, vamos a dar saltos y vamos a jugar a llegar a algún sitio en el aire, apenas por el éxtasis del vuelo, por el gozo consciente de nuestro narcisismo reprimido, o bien por la simple satisfacción de pisar en cada caída los escombros de una superestructura que prevalece todavía bajo el influjo de una inercia inaceptable.
Nosotros, la generación del vacío, hemos leído del cisne de Rubén y hemos leído también cómo el búho postmoderno, de forma nocturna y alevosa, le retorcía su gran cuello blanco e interrogante; hemos aplaudido dicho asesinato atroz. Hemos leído los manifiestos surrealistas y hemos observado con horror como el siglo XXI mantiene el mismo absurdo ya señalado en las primeras décadas del XX. Hemos nacido tras el fracaso de las grandes utopías modernas, hemos crecido oliendo la mierda de su descomposición, vivimos en el hígado de sus cadáveres putrefactos.
Nosotros, la generación huérfana, nos proclamamos el resultado de la muerte de Dios, nos proclamamos el resultado de la desaparición del linaje aristocrático, del vacío de identidad burgués y de la insuficiencia reformista. Señalamos la reducción inadmisible de la complejidad del individuo, aceptamos la utopía inalcanzable de la individualidad absoluta pero no por ello dejamos de señalar y escupir en todo intento de unificación ideológica burda y simple, escupimos en todo intento de asimilación impropio de nuestro siglo, escupimos en todo intento de asimilación anacrónico y alejado de un debate complejo acerca de la identidad humana.
Nosotros, la generación sin estandarte, apelamos a la búsqueda de un nuevo proyecto humano en “lo otro” y declaramos nuestra intención de bucear más allá de lo que el ya desaparecido J.Cortázar denominó “La gran Costumbre”. Nosotros nos declaramos limitados por el lenguaje y, sin embargo, tenemos la determinación suficiente como para aprovechar todo resquicio de expresión que esta herramienta claramente obsoleta pueda ofrecernos antes de que las máquinas telepáticas baratas sean inventadas de una vez por todas. Nosotros nos declaramos limitados por el aparato cultural e ideológico heredado, pero de todos modos seremos lo suficientemente incoherentes como para usar la literatura para nuestro afán de progreso y novedad.
Finalmente, nosotros, a pesar de todo, y teniendo en cuenta que queremos hacer bien las cosas, no seremos menos que los movimientos anteriores, tenemos glamour, y elegiremos al ornitorrinco como símbolo de nuestra propuesta, lo elegimos por ser un animal poéticamente relegado, por ser un puzzle, por representar un desafío a la Razón en la hora de su descubrimiento, porque es risible, porque es digno, porque es nocturno y escarba la tierra, lo elegimos porque es un animal entrañable y ridículo y porque, más allá de todo, siempre hemos visto con buenos ojos su espolón tóxico.
Apeman
(con la colaboración de Ccrroonnooppiioo, Mi_mundo_paralelo_y_yo, y Sandi)
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