- Así que es como sentir que estamos en medio del desastre...

Vladimiro tomó otro sorbo de café y con una calada profunda del cigarro que tenía entre los dedos miró a los ojos de José que recién guardó silencio. No había más que decir. Siempre esta sensación profunda de que no hay nada que hablar, de que cuando llega el silencio sólo se puede obedecerle. Mirarte a los ojos, penetrarte los ojos y vivir en tu mente, que tus neuronas sean mi cielo y dormir plácidamente. La santa renuencia a dar respuestas, la negativa a volver a hablar, una empatía casi homosexual. Morir en otro. No cerrar los ojos, suspirar, sentir el sudor en las manos, un cambio de olor en la piel, un completo cambio hormonal de un segundo a otro. Y no sentir miedo. No sentir temor y sentir cómo el cuerpo se ablanda, como grasa descongelada, derritiéndose en la ausencia de gestos. En esa santa falta de obligación. La piedra en la flaca garganta. El cielo se ennegrece alrededor de uno mismo y se cierran los ojos y se ven estrellas. Ya no se quiere más estar aquí. Volver a pertenecer a otra parte. A esa otra parte. El asfalto durísimo. La despedida de la sangre. Una exhibición de extraños por todas partes. El mundo araña. Así que es como sentir que estamos en medio del desastre. Lo cerca tan ajeno, no tan lejano. Caen los huesos de la postura.