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En algunas oportunidades, cuando leo un libro, las palabras me disparan, me impulsan hacia otra parte; es, como leer entre líneas y entre las líneas comenzar a ver sombras y entre las sombras luces, y, de pronto, me hallo en medio de un paisaje impulsado por las palabras que estoy leyendo y a las cuales, a la vez, no les estoy prestando atención. Se convierten simplemente en cosas que fluyen mientras me entretengo con las figuras del fondo. Así que muchas veces cierro un libro y soy incapaz de decir de que se trataba (¿En realidad?) pero guardo en mí la experiencia de su lectura muy presente.

La palabra “Ética” me está dando muchas vueltas en la cabeza y tiene una profundidad inmensa, estoy de acuerdo con quienes dicen que de la ética no se habla, que no es tema de discusión, que sencillamente se es ético o no se es, y, si se es, lo más seguro es que nadie se de cuenta.

Lo más ético que aprendí de Aristóteles es esto: “Soy de mi tamaño”, él no lo escribío así, pero es todo lo que escribió.

En La Política uno encuentra aberraciones (principalmente libros IV y V). El “Estado Perfecto” en donde el virtuosismo se practica a costa de la esclavitud de otros es una cosa que provoca repulsión, uno no lo entiende, es como demasiado venezolano, uno se imagina una clase de opulentos que pantallean por las calles sus riquezas unos a los otros y que se llaman a sí mismos virtuosos, mientras tras un muro o una alcabala, existe todo un mundo “poco virtuoso” de esclavos “naturales”, al que se le ha arrebatado hasta la voluntad propia y que son, al mismo tiempo, los fabricantes de esa virtud con la cual se enseñorean unos pocos. Demasiado venezolano, te lo dije (recuerda que Aristóteles plantea dividir el Estado en zonas, una para esclavos, que son todos los trabajadores, artesanos, labradores, etc., y otra zona para ciudadanos, Caracas, pues). Pero, Aristóteles insiste en que los virtuosos deben serlo de verdad y que para serlo de verdad se necesita de todo el tiempo libre del mundo, y para ello se necesita de esclavos que trabajen para que el virtuoso tenga tiempo para ser virtuoso.

Estuve a tiempo de arrojar el libro por el balcón, te lo juro. Cerré el libro y me fui a dormir con la esperanza de tener un sueño tan profundo que pudiese, yo, literalmente, encontrar a Aristóteles en su tumba y apretarle el pescuezo.

Y así sucedió ¿Sabes lo que me dijo? Que era él. Que ese Estado Perfecto era él. Que era el Estado Perfecto perfecto para su tamaño. Que era la adaptación de un Estado a la forma de ser de él. Que era el Estado Perfecto para él. Es la sinceridad más absoluta que he escuchado. Entonces le solté el pescuezo. Y me desperté y me levanté y me puse a pensar ¿Cuánto de lo que deseo en el mundo no es más que una adaptación del mundo a mí? Si soy pequeño o si mi alma lo es ¿Voy a decir que soy grande? ¿No será el Mundo Perfecto, para mí, el infierno que yo sea capaz de crear? ¿No será el Mundo Perfecto aquel que se adapte a mí y en el cual yo pueda ser Rey o Dios? ¿No será el Mundo Perfecto aquel que salga de mí, de su Creador? Me agaché un poco y me quedé mirando a Aristóteles intensamente a sus ojos blancos de muerto que gagajea “¡Dios mío! ¡Cuántos imitadores tuviste!! ¿Le abriste el camino a todos los Papas!!". Pero, Aristóteles fue ético por una razón: no pudo tener la hipocresía de imaginar un Estado Perfecto más perfecto que él. No se atrevió ir más allá de él mismo. Siguió la máxima de Sócrates “Conócete a ti mismo” Y, si tiránica fue su naturaleza (a pesar de toda su genialidad) tiránica la pintó y no se maquilló. Aplicó también aquello mismo que dice Camus: “Asume tus límites”. Aristóteles no se salió nunca de sus límites y por eso fue ético y por eso fue perfecto, no intentó ser mejor de lo que era, o, por lo menos no lo pretendió. Yo sólo soy un hipócrita, J., que sólo sé decir aquello que puede sonar bien. No soy capaz de crear nada en base a mí mismo porque no me atrevo a verme. Sólo sé decir lo que puede caer bien.

Texto agregado el 11-03-2006, y leído por 589 visitantes. (0 votos)


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