Según he sabido esta historia ronda entre los caracoles últimamente. No podría ser de otra forma, uno de ellos participó de eventos sin igual.
Para qué alargarnos más con preámbulos y vayamos a lo concreto.
Hace un tiempo atrás a un caracol se le ocurrió escuchar lo que se decían los humanos y tuvo la suerte de estar justo en el lugar adecuado y en el momento justo. Este caracol se hallaba cerca de un templo y escuchó como el predicador hablaba del Cielo, Hogar de Dios, lugar donde todo es maravillosamente hermoso. Escuchó todas las increíbles descripciones que se hacían de ese lugar en la Biblia y se quedó pensando largo rato después de que se fueron todos.
"Yo quiero llegar allá. ¿Cómo lo haré? El Cielo debe ser un lugar que se encuentra bien alto. Quizás si subo a ese monte llegaré a ese lugar".
Fue así como el caracol se puso en camino encaramándose a un enorme monte que se alzaba frente a él. El camino era duro por lo escarpado del lugar. ¿Creen que haya llegado siendo tan pequeñito?...¡Sí! Llegó. Pero al llegar se dio cuenta de que la cumbre no alcanzaba el Cielo. Fue así que observó atentamente el horizonte y se dijo:
"El Cielo no se encuentra aquí. Quizás si lo busco más allá de aquellas praderas llegaré a él".
Se puso en camino recorriendo por largos y fatigosos días tierras que parecían no terminarse nunca. En su camino se encontró con el mar. Se sabe que la sal daña terriblemente a los caracoles. ¿Ustedes creen que el caracol se detuvo ante esta tremenda dificultad?...¡De ninguna forma! Fue paciente con las circunstancias y esperó el momento propicio para salvar ese amplio océano que se extendía ante él.
Una hoja pasó flotando cerca de él y se aventuró a subirse a ella para dejarse llevar por el viento, y unida a esta pequeña hojita llegó a tierras inhóspitas, como nunca haya visto alguien. Se encontraba ante un vasto desierto de ardientes arenas. ¿Ustedes creen que un caracol se arriesgaría a cruzar ese inhóspito lugar para quedar más seco que escupo de momia?...¡Sí! Este caracol era formidable, se le ocurrió cruzarlo de forma muy prudente. De este modo se movía en las horas en que hacía menos calor, que era al atardecer y poco después del amanecer. El resto del tiempo se buscaba un refugio para guarecerse del inclemente sol, y si tenía suerte de llegar a algún oasis se abastecía de suficiente agua.
Nuestro caracol llegó así, después de mucho tiempo, a un lugar selvático y no se amilanó en recorrerlo (no iba a retroceder con todo lo ya hecho). este trayecto era muy peligroso, puesto que asechaban depredadores. Además había inmensos animales que, sin saberlo, amenazaban con pisar a nuestro amiguito.. Más de algún momento de angustia y dolor experimentó en todas esas andanzas que el más grande de nosotros lo hubiera hecho jamás. En este caso su pequeñez fue su mayor ventaja, porque pasaba desapercibido debajo de una hoja u oculto en su caparazón.
En su camino un elefante notó su presencia y se dio cuenta que ese caracol era diferente, por lo cual le preguntó:
"¿Adónde va tan apurado, señor caracol?"
"Voy en busca de un camino que me lleve al Cielo". Le respondió el caracol. Este, al ver el signo de interrogación en la cara del elefante procedió a contarle todo lo que sabía de ese lugar maravilloso, que ansiaba tanto encontrar.
El elefante se mostró reticente a creerle, puesto que la historia provenía de los humanos, personajes tristemente famosos en el reino animal. Sin embargo, mostró un interés particular en ese Alguien llamado "Dios", que era el creador de todas las cosas. La idea de que existiera un ser que sea el origen de todo convirtió al elefante en el primer filósofo de esas tierras. Si bien acompañó al caracol un buen trecho lo dejó ir. Su mirada se mantuvo sobre esa pequeña criatura hasta que desapareció en la distancia.
Cambiemos de escenario. Estamos entre las nubes. Hay un gran portalón a cuya entrada se halla un anciano con un largo cayado en una de sus manos. Ese anciano es San Pedro, al cual se le habían dado las llaves de la puerta del Cielo y controlaba quien entraba o salía de ella. Sus ojos escrutaban el horizonte nuboso con la esperanza de ver venir a alguien. A lo lejos algo vio. ¿Adivinan a quién me refiero?...¡El caracol! Allí venía, lento, muy lento, maltratado y cansado venía el pobrecito.
San Pedro se mostró muy sorprendido. Nunca había visto animalitos por las nubes. Esperó pacientemente que llegara el caracol y aguardó otro momento más para que descansara antes de preguntarle:
"¿Qué haces tú por estos lados?"
"Estoy buscando un lugar llamado 'Cielo', donde habita Dios".
"Bueno, estás frente a la puerta que lleva a él".
El caracol se llenó de alegría. Había, por fin, terminado su largo recorrido. Mas el anciano varón le observaba con gravedad. Escuchó que le dijo:
"Lamentablemente es un lugar donde no puedes entrar".
"¿Por qué no?"
"Porque nunca ha entrado ningún animal al Cielo".
"¡Bah! Eso no es motivo para que no entre el primero".
"Aquí las reglas son precisas respecto al ingreso. Lo siento de veras, pero no insistas".
"¿Cómo que no? (¿Acaso cree que uno se pega el inmenso esfuerzo para que le salgan con esto?). El caracol se quedó perplejo, apesumbrado. Sin embargo, luego alzó sus antenas y preguntó de nuevo: "¿Cómo que no? Muéstreme en qué parte dice que no puedo entrar".
San Pedro tomó un bello libro en las que Dios dejó las instrucciones al respecto y se dedicó pacientemente a leer cada una de sus páginas buscando la claúsula aclaratoria. ¿Saben que libro es ése? Sí, es la Biblia, la cual es la misma arriba en el Cielo como abajo en la tierra.
Pasaron largas horas hasta que terminó de revisar cada coma. En realidad no había nada que mencionara que los animales no pudieran entrar. No obstante, para el Santo esto era muy inusual y no quería cometer un error de criterio con su Señor. Para los hombres del Cielo está claro que sus pensamientos se hallan en sintonía con los de Dios, y San Pedro no veía salida a todo esto.
"Mira, caracol, llevo cientos de años al servicio de mi Señor y creo conocer su forma de pensar. Lo que yo decida será ciertamente lo que Dios decida".
Viendo el caracol que llevaba las de perder empezó el siguiente razonamiento:
"Disculpe que lo interrumpa, pero me gustaría que me explicara por qué motivo Dios me ha creado, para qué ha creado todas las cosas".
"Bueno, Dios no necesita de nadie para ser feliz. No hizo las cosas porque las necesitara. el tomó esta decisión con plena libertad y discernimiento".
"Perdone, pero no ha contestado mi pregunta".
"La verdad es que Dios ha creado las cosas por Amor, puesto que quiere compartir gratuitamente lo que El es y tiene con nosotros".
"Si es así ¿Usted cree que Dios crea las cosas, me crea a mí, para luego dejar morir? Dios crea las cosas para que vivan, no para que mueran".
El argumento del caracol era indudable. San Pedro quedó de una pieza por un instante, pero luego reaccionó y le dijo solemnemente al bichito que tenía a sus pies:
"Está bien, caracol, te daré una chance. Voy a abrir la puerta del Cielo, pero sólo un poco, para que veas cómo es allá dentro y luego hablamos".
San Pedro giró la llave y abrió el inmenso portal dejando filtrar una inmensa luz cegadora que se abrió paso por la rendija. El caracol tuvo que ocultar sus antenas ante tan grande luz, pero lentamente se animó a observar que había más allá de esa brecha. Quedó maravillado con el lindísimo parque con árboles inmensos y frondosos, con lagunas cristalinas y pastos frescos y de un verde incomparable (un paraíso para un caracol). Vio también la presencia de incontables seres humanos que jugaban, reían y conversaban. También le llamó la atención unas creaturas hermosísimas que volaban de un lado para otro. Esos seres de dulce mirada y brillante corazón eran ángeles, los cuales el caracol no había visto nunca.
San Pedro le dijo entonces, al ver que observaba los ángeles:
"¿Ves lo hermoso que es todo eso? Mira ese ángel que sobresale por su brillo: es un arcángel. ¿Te das cuenta que tú sólo eres una creatura pequeña, sin brillo, de feo aspecto? ¿Cómo esperas entrar a ese lugar tan bello? Sólo sufrirías al lado de tanta belleza y bondad".
El caracol se dio cuenta que era verdad, tristemente miró hacia atrás y vio la larga estela plateada que marcaba el paso del mismo. Una luz brilló en su conciencia y declaró con firmeza:
"¿Cómo que no? Tengo derecho a estar allá dentro puesto que soy el Arcángel Caracol".
San Pedro tuvo una tentación de risa, pensó que el caracol se había vuelto loco. Le replicó:
"¿Cómo que un arcángel? ¿Dónde está tu corona de oro, tus alas de plata, tu espada de fuego, tus sandalias rojas como la sangre?"
"Las tengo aquí dentro de mi caparazón y están esperando el Gran Momento para emerger y manifestarse".
"¿Cuál es ese 'gran momento' del que hablas?"
"¡Este!". Ante los atónitos ojos del santo y los nuestros el caracol daba un inmenso salto entrando al Cielo por la estrecha brecha que ofrecía la puerta. ¡Qué horror! El pillo del caracol le había burlado y se había metido al Santo Lugar. San Pedro se iba a lanzar tras el pequeño travieso cuando observó la mirada de Dios a lo lejos. Era una mirada que lo decía todo sin hablar. ¡Dios estaba sonriendo! Eso quería decir que el caracol estaba aceptado en el paraíso haciéndose partícipe de las Glorias del Reino.
Dios sabía todo desde el principio, pero no le había dicho nada a San Pedro para que él y también nosotros aprendiéramos una lección.
¿Ustedes creen que aquí terminó la historia? No...Apenas San Pedro volvió a tomar sus obligaciones se encontró con el elefante filósofo que esperaba para entrar.
"¿Otro más?". Dijo San Pedro mirando al elefante.
"No. Varios más". El elefante se hizo a un lado y se pudo observar una fila interminable de animales que hacía recordar el episodio del arca de Noé. El elefante continuó:
"Después de lo que me contó el caracol me animé a contarlo yo a mi vez y..."
San Pedro sonrió, pero no pudo evitar llevarse la mano a la frente y exclamar:
"Alabado sea Dios".
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