Martes seis de enero de mil novecientos noventa y uno. Interior de lo que parece una casa de familia. El espacio es algo pequeño: cocina de leña y cocina común de cuatro hornallas, mesada con bajo mesada con puertas blancas de madera algo rotas. Azulejos decorados amarillentos por el tiempo; extensa ventana frontal con malla metálica.
En el piso, baldosas negras y grises símil mármol, un pequeño perro negro descansa delante del machimbre colocado en las paredes hasta la altura de un metro. Muchos regalos en el suelo. Dos niñas y un niño.
Hoy es Día de Reyes. Los niños están con sus padres abriendo los regalos que les tocó a cada uno, al parecer este año se portaron bastante bien: autos de colores, un auto a fricción, un payaso, un móvil, una muñeca de plástico y una de trapo, un juego de té, un rompecabezas, un dominó y una pelota.
-Hay una entrega especial para la reina de la casa- dice la madre
- ¿Qué cosa, qué es? – pregunta la hija mayor, de nueve años, sumamente exaltada.
El padre vuelve de una de las habitaciones con una bicicleta.
La niña rompe en llanto por la increíble felicidad, el ambiente es de gran calidez; después de abrir los regalos la familia unida irá a desayunar con cosas ricas.
La niña lleva a su habitación su flamante bicicleta, una auténtica BMX rodado 20, pintada de diversos colores y con las gomas color rosa.
-Definitivamente, es mía- dice la niña sin salir de su asombro.
En sus ojos se nota un fulgor distinto. Ahora que tiene la bicicleta, debe aprender a montarla.
Entrará en un mundo completamente desconocido: un mundo de desafíos, sorpresas y mucho dolor, pero sobre todo, de grandes satisfacciones. Despegaría los pies de la tierra y con el impulso de sus pequeñas piernas, llagará tan lejos como nunca ha soñado.
Ella sabe la técnica porque la ha visto: colocar los pies en los pedales y mover las piernas hacia delante desde la rodilla mientras el movimiento se alterna: mientras la pierna derecha sube, la izquierda baja, y viceversa.
Esa misma tarde en la vereda, justo a la entrada del pasillo donde está su casa, la pequeña monta la bicicleta. Son las cuatro de la tarde. Coloca el pie derecho sobre el pedal y toma impulso, pero antes de subir el pie izquierdo, ya está en el suelo con la bicicleta encima. Su rodilla está raspada y sangra.
Pero ella se levanta y vuelve a intentarlo. Vuelve a caer y a golpearse, esta vez en el codo.
¡Cuántos sentimientos juntos en un día!. La alegría de recibir el regalo esperado, la tristeza de no poder disfrutarlo en ese mismo momento, la frustración y el ánimo. ¡Qué intenso es todo para los ojos de esta niña!
Poco tiempo después resolverá dejar el camino del martirio y develará el misterio de montar la bicicleta: en la plaza de su barrio, dará vueltas a la manzana impulsada con los pies al mejor estilo de “Los Picapiedras” en su “troncomóvil” y cada tanto subirá los pies, los enganchará rápidamente en los pedales y dará una vuelta de pedaleo para luego volver al impulso de los pies original. Luego dará dos vueltas de pedaleo alternados con el impulso en el suelo, luego tres vueltas, luego cuatro hasta que un día común y corriente, ya no necesitará más impulsarse con los pies. Se elevará por sobre el asiento y pensará que esa bicicleta será capaz de llevarla hasta las nubes.
|