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Altura de Miras

Me dio un repentino ataque de risa cuando empecé, quizás los motivos eran cómicos, quizás mi respuesta lo era. Ese desgraciado que me miró con cara de desprecio. Si de todas maneras no era tan importante para mí. ¿Y a quien le miento? Si era él el único que me importaba, mas bien, yo le importaba solo a él. Hoy día, como todos los días, pase por la rejilla que tiene como puerta mi escuela. Iba acompañada de mis dos hermanos, uno de ellos lleva 15 años, y el otro me molesta solo hace 13. El mayor de ellos miró hacia arriba, hacia nuestro Olimpo. El colegio tenía dos pisos y en el de arriba se ubicaba la sala de ellos, entonces cada mañana miraban hacia abajo y gesticulaban algún saludo para gente como él. A mí, naturalmente, me dio un poco de vergüenza, cabizbaja continué conversando con ellos, disimulando. Pero él, justamente él, me saludó, yo no lo vi. Te saludan, mira hacia arriba. Escucho. ¿Qué haga que? Él estaba allá arriba, como iba yo a mirar, a verlo a los ojos. Caminé. Más rápido, caminé. Me aburre saludar, no tiene sentido, respondí.
Cuando toqué la manilla que me abría la puerta respiré un poco más tranquila, si hasta pensé que me iba a seguir. Ya dentro, sola, siendo la primera en la clase me pude relajar. Pero se repitió. Cabizbaja, te saludan, caminando, mira hacia arriba, caminando más rápido, te saludan, corriendo, mira hacia arriba, gritando por el pasillo, te saludan, subiendo las escaleras, mira hacia arriba, saltando (cayendo). Tranquila, llegó alguien. Bastó un instante, la manecilla parecía haber vibrado, una lagrima, una sonrisa, vergüenza, una careta. Los infaltables “hola” tuve que repetir varias veces de ahí en adelante. Inglés, me lo merezco.
Primer recreo y todavía no me calmo. Me alejé del grupo, soy una desadaptada, mi grupo son los desadaptados. En el baño solté un par de lagrimas y volví a vestirme de rosa. Me senté con ellos, y él, justamente él, paso junto a nosotros. Empecé a gritar, a gemir, a llorar, por suerte estaba sola. ¡Me miró con cara de desprecio!
La risotada estúpida que me dio se calmó, ya me empezaba a doler y por eso grité. La veía salir, sin embargo la pena todavía no me llegaba, no estaba en esos días. Y pasó, me miró de esa forma que no te miran, de esa forma que parece que no te miran, que simulan no mirarte. ¡Pero me vio! Lo sé, sé como me vio: con desprecio. Disimulé tan bien como él, y nada hice: reí, hablé, sonrisa, reí, hablé, sonrisa, lo de siempre. El timbre, que entretenido: prueba de historia.
No me fue mal, alternativas engañosas y nada mas, si casi siempre salvo, salgo con seis ocho o seis nueve. ¡Detesto mis notas! Pero ya no más, uno de estos días las subo, es que no alcanzo a estudiar. Segundo recreo y nada que hacer. Esta vez no estaba él.
Física, más bien electivo de física. El profesor es esquizofrénico, no creo que tenga muchos amigos. Sé que sufre, ¿pero y que puedo hacer? Yo sufro, él sufre, tú sufres, nosotros sufrimos, vosotros sufrís, ellos sufren. Impresionante como la conjugación de un solo verbo resume la vida. No me aburrí, me gusta su clase, me hace sentir especial. Soy buena para esto, eso creo. Tocaron, salgan y salí. Como que ya no me dolía, había terminado y estaba esperando, siempre pensé que se demoraba menos. Entonces se me vino todo enzima, la parte mas pesada del día.
Durante el almuerzo él estaba parado a unos metros míos. Como toda una dama disimulé, me cuidé de no verlo más que de reojo. Él hacía lo mismo, lo sé. El final fue lo terrible, como de costumbre me paré sin previo aviso y caminé sola. No alcancé ni a salir del “casino” cuando él y yo nos cruzamos. Él entraba, yo salía. Empiezo a sentir los efectos, se me adormecen los brazos, como que estoy cansada, me da sueño. No me miró, o lo hizo como antes, con desprecio, sin siquiera moverse, si yo no me corro me da un golpe con su hombro. Entonces me dolió el pecho, muy adentro, donde pensé que ya no tenía nada. Por el recreo vagué, me senté en el tiempo y para mis adentros: lloré.
Última clase, matemáticas. Casi me duermo, no me puedo los párpados. Él llegó, le habló a todos y no a mí. Todos lo llamaron y yo no. Empecé a temblar, me empezó a doler. Si parece que ya no me quería, y todo porque no lo saludé en la mañana, por mi estúpida vergüenza, por mí. Lo llamé, de forma fría y con desprecio lo resolvió.
Ya no me quedaba nada, mi ídolo, mi verdadero padre, se fueron con una mirada. Mis padres y mis hermanos no volvían hasta tarde, todos hacían algo, yo solía escribir. No tenía empleada, la cocina estaba sola, el cajón estaba solo, las navajas estaban solas. Mis muñecas estaban solas.

Texto agregado el 01-12-2003, y leído por 211 visitantes. (0 votos)


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