El mar se veía precioso esa mañana. La temperatura invitaba a llevar una chaqueta fina, que invitaría a quitar conforme avanzara el día. Las dos niñas corrían delante de ella contentas por el inesperado paseo matutino. El más pequeño, de solo 6 meses dormía en brazos de su madre ajeno a los juegos de sus hermanas.
Con la mirada perdida en el horizonte queda parada. Sus pensamientos están tan liados que ni siquiera sabe que piensa. Intenta empezando por recordar a su marido, esa persona amable y cariñosa que conoció hace ya siete años. Tan solo un año de noviazgo fue suficiente para decir el “si quiero” delante de el cura de turno de la parroquia del barrio. La felicidad era hermosa entonces. El primer año de casados vivió en una nube, todo era perfecto. Ella trabajaba como encargada de unos grandes almacenes. El era un respetado policía de la brigada antivicio de la ciudad.
Al poco de su primer aniversario de boda llego la noticia inesperada. El primer hijo de la pareja estaba en camino. Ella acogió la noticia con ilusión, aunque con resignación por lo inesperado, le hubiera gustado no haber quedado embarazada en unos 3 o 4 años, pero… en todo caso era una buena noticia. El no pensó lo mismo, aunque no dijo nada. No quería hijos, era muy pronto y eso hizo que comenzara por agriarse un poco su carácter.
Al tercer mes de embarazo, un viernes, ella esperaba el regreso de su marido. Empezó a preocuparse cuando noto que la hora corría y el no llegaba. Solía ser puntual por las noches, y ya pasaba bastante tiempo desde que debiera haber regresado. Una llamada al despacho le anuncia que hace ya mucho rato que salio. Decide llamar al móvil, aunque lo tiene prohibido, piensa que en este caso no le importara. El teléfono suena pero nadie contesta al otro lado. El tiempo pasa despacio, pero no se detiene y avanza. Ya hace dos horas que debería haber regresado, no sabe que hacer para calmar la ansiedad. La mesa esta preparada con la cena esperando.
Ya han pasado más de cuatro horas y se encuentra al borde de la histeria. Se escucha una llave entrar en la cerradura. Corre a la puerta con los ojos llenos de lagrimas, deteniéndose en el momento que se abre y aparece el. No hay palabras. No hay explicaciones. No hay nada.
Nota una mano estrellarse con fuerza en su cara haciendo, que pierda el equilibrio y choque contra la pared. Una mirada de espanto aparece en su rostro. Una mirada de odio en el de su compañero. Lentamente se acerca a ella acorralándola contra la pared. No hay escapatoria. La paliza que le da la deja casi sin sentido tirada en el pasillo. El se frota las manos. La mira, la deja allí y se va a comenzar con la cena aunque esta fría, no le importa. Ni se te ocurra decir nada, fue lo único que le grito.
Así fue como comenzó todo en el resto de su vida. No hubo una explicación a la forma de actuar, ni un arrepentimiento por parte de el. El bebé estuvo a punto de perderse en esta ocasión, pero por lo visto quería nacer.
Lo siguiente fue prohibirle volver al trabajo. No quiero que mi mujer trabaje, y menos embarazada. Mientras seas mi mujer tendrás que hacer lo que yo quiera, de esta forma todo ira bien. Ahora comenzaba a tenerle miedo. Tenia que haber recurrido a alguien entonces, no lo hizo. Quizás debería haber denunciado el caso, pero tampoco lo hizo.
Las cosas marcharon más o menos bien desde que dejara de trabajar. Algún día había una mano levantada, pero poca cosa, no una paliza como la primera. La niña nació bien pese a todo y pareció que las cosas empezaban a calmarse. La gente comentaba lo felices que se les veía y la envidiaban por tener un marido tan atento y responsable.
Todo parecía haberse arreglado, cuando a tan solo cinco meses de nacer Maria, se da cuenta que de nuevo esta embarazada. Esta vez teme decírselo. Es demasiado pronto para otro bebé. No sabe como se lo tomara y decide esperar un poco, igual con suerte se ha equivocado.
Estando casi de cuatro mese el le dice que esta engordando. Ella, con miedo, le confiesa que cree estar embarazada. Lo que tanto temía termina por suceder. Esta vez la deja tirada en el aseo sin sentido más de una hora. Esta vez si pierde el bebé. Una supuesta caída por la escalera. Ahora las palizas se hacen un poco mas a menudo, pero siempre procurando no tocar la cara para que no pueda notarse.
Al cumplir Maria su primer año, se celebra una fiesta en casa. En ese momento ella decide decirle que esta de nuevo embarazada, de esta forma cree evitar el enfado, que por supuesto llega después, pero no tan brutal como en el anterior. Esta vez si llega todo a buen fin y con ello Esperanza.
El año siguiente fue pasando entre alguna paliza de vez en cuando y numerosos pequeños golpes sin más. Nunca había explicación. Nunca le decía nada. Se limitaba a tener todo listo y preparado para cuando el llegaba a casa. A ser todo lo amable posible para no hacerlo enfadar. Maria había visto un día como su padre descargaba su furia, y ella no quería que volviera a pasar, por lo que las tenía acostadas cuando llegaba, procurando no hacer ruidos aun cuando los golpes la hicieran llorar.
Cuando Esperanza tenía casi año y medio volvió a quedar embarazada. Como ya sabía lo que pasaría, esta vez pensó que lo mejor era decirlo cuanto antes. Por supuesto puso el grito en el cielo, pero tuvo mas cuidado al propinarle lo que supuestamente se merecía. No dejo marcas y además no fue necesario hospital, estaba aprendiendo a hacer las cosas bien.
Carlos nació sano y fuerte, era un niño precioso que pareció calmar durante dos meses el carácter del padre. Ella no lo podía creer. Dos meses sin tocarla para nada, pero claro la felicidad duro poco, y en cosa de días todo llego a la temida normalidad.
El niño se revolvió en sus brazos y el mar volvió a aparecer frente a ella. Maria y Esperanza se entretenían ahora en hace unas figuras en la arena. A Maria se le asomaba por la falda la pierna con un enorme maratón. Los bracitos de Esperanza estaban llenos de marcas debajo de la chaqueta. Su pequeño Carlos lucia toda la parte derecha de la cara como si hubiera sufrido un derrame. Ella no se había mirado, ya hacia mucho tiempo que no miraba las marcas de la vida que le había tocado.
Nunca pensó que les pondría la mano encima a los niños. Pensó que seria como siempre. Que ella seria quien recibiera los golpes para el próximo bebe que llegaría, pero esta vez fueron todos quienes recibieron su ira.
A lo lejos se veían unas rocas que los pescadores solían utilizar. Cuando era pequeña iba ir con su padre a pasar las mañanas de los domingos. Le gustaba porque después de recoger las cañas siempre entraban a un bar a tomar algún aperitivo.
Comenzó a pasear con las niñas al lado de ella. Iba contándoles anécdotas de cuando era pequeña y así, entre preguntas y contestaciones llegaron al lugar.
Venir, les dijo, quiero enseñaros donde pescaba con vuestro abuelo. Esperanza agarraba la mano de Maria, que a su vez asía la de su madre. Se acercaron al borde y miraron el mar.
Puso al niño en el porta bebés que llevaba en el pecho, y cogio a cada pequeña de la mano. Las dos niñas la miraban como sabiendo que algo ocurriría. Estaban muy cerca del final de las rocas y ya se veía el mar golpear contra ellas con solo asomar un poco la cabeza. Maria dio un paso atrás. Su madre la miro, con esa mirada llena de amor que solo las madres tienen, y agachándose le dio un beso, susurrándole al oído que no tuviera miedo, que no pasaba nada. Se giro hacia Esperanza, y suavemente deposito otro de sus besos. Miro a Carlos con ternura. Dormía, casi mejor. Le acaricio su carita amoratada, al mismo tiempo que una lagrima caía sobre el.
Venga niñas, les dijo asiéndolas de la mano fuertemente y caminando hacia delante… simplemente salto, terminando con ello unas vidas “felices” para aquellos que la “conocían”
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