La botella danzarina

Hoy ví el asesinato por atropello más dramático que he visto en mi vida de testigo callejero.
Fue dramático porque solo yo fui cómplice confidencial y voyerista de aquella escena, y no pude hacer nada para evitarlo.
La víctima fue una botella de plástico no retornable pequeña, de las más pequeñas que venden en el mercado nacional. La linfa de fantasía que habitaba en aquel recipiente (su esencia) ya no estaba, solo existía el cuerpo vacío y transparente al medio de la pista asfaltosa.
De apellido Piña alcancé a divisar, su nombre estaba borrado.
Tirada en la calle ahí estaba. Pasaban automóviles, camiones y buses; y rodaba de un lado para el otro, esperando aquel impacto final.
Hasta que pasó un bus y el sonido crujiente, de su cuerpo al aplastarse, rompió el silencio caluroso de medio día.
Aún seguía en agonizante movimiento rotatorio, rodaba esta vez con dificultad en cículos.

Traté de sacarla, pero se me adelantó un camión, que con dos de sus ruedas traseras terminó con todo vestigio de vida danzante de la botella, aplastando su último retazo circular que era su gollete.
Triste final para aquel depósito de felicidad que alegró por un momento a algún individuo deshidratado por este sol infernal.
Individuo que después de saciar su necesidad, despreocupándose totalmente de dar una digna sepultura a la botella en un basurero, la arrojó sin misericordia al medio de la calle.
Y ahí quedó estampada en la carpeta de brea. Inerte y silenciosa.
Me dió sed, voy por una lata de cerveza.