Si, era un niño inocente, con ojos que todo lo buscan y manos que quieren sentir el mundo. Su padre, el hombre que lo creó pero que por alguna razón desconocida no se atrevió a quererlo, lo martirizó impulsado por sus jodidos complejos de inferioridad. Cada vez que Pepe hacía algo equivocado, incluso un error infantil de lo más normal, era insultado con la voz masculina insoportable de su papá, que le decía no seas animal, eres un cerdo, pareces un mono, mira la panzota que tienes, ven acá mocoso, cállate la boca pendejo, sí, era un niño inocente, pero el maltrato verbal de su padre le impidió disfrutar los años de su infancia.
No le importó que el muy cobarde se escapara colgado de los techos de las casas vecinas cuando la policía fue a buscarlo por estafar clientes, el muy ladrón, el malhechor de siempre. De un día para otro se quedó solo con su hermanita y su madre, una mujer que entendía el lenguaje de los golpes y ahora, con la ausencia de su Luis, los iba a surtir con cualquier pretexto. Fue quizás por eso que Pepe no le dijo a su madre nada cuando descubrió que las sillas del comedor cambiaban de sitio solitas, sin hacer ruido, y tampoco gritó cuando sintió algo que le tocaba el hombro mientras comía, solitario, porque su mamá lavaba ropa ajena para poder ganarse unos pesos, los pesos que el jodido de su padre no les mandó durante todos los años de ausencia con el pretexto de que las cosas andaban mal.
Su hermanita a veces caminaba por la casa agarrándole la mano a nadie, pero sí, algo la guiaba de un lado para otro. A veces el cuchillo cebollero aparecía debajo de la cama de su madre y sin decirle nada lo colocaba otra vez en su lugar. El silencio no servía de nada ya que en las noches, su mamá, torturada por la soledad y el cobarde abandono, sacaba el cinturón y lo llamaba para hacer cuentas.
A ver Pepe, dime, ¿hiciste esto hoy?, golpes con el cinturón, ¿por qué no fuiste a la tienda a buscar aquello?, más golpes, ¿por qué no viniste cuando te llamé?, golpes, ¿hiciste la tarea?, golpes ¡Te pareces a tu padre!
La vida no era fácil, pero no le quedaba de otra, no conocía de otra.
Una noche las cosas cambiaron para él, cuando fue despertado por los quejidos de su hermanita, su querida Lolita. Los ojos se acostumbraron a la oscuridad y vio el cuerpecito de su hermanita retorciéndose. Los quejidos eran raros, dolorosos, y la vio, a la maldita sombra, encima del cuerpo de su hermana, del tamaño de un gato pero más imponente. El corazón comenzó a latirle desesperado y tuvo ganas de gritarle a su madre auxilio pero no, le ganó el miedo a las palizas, a la mirada de desprecio de ella mientras le pega con la hebilla del cinturón, sí, por eso se quedó callado viendo cómo la sombra se metía poco a poco en el cuerpo de su querida Lolita. La sombra desapareció en el cuerpecito y su hermanita quedó inmóvil, sin quejarse más.
Cuando salió el sol Pepe aún miraba absorto el cuerpo. Su madre, al descubrir el cadáver de Lolita, lloró desesperada y pidió auxilio. Muerte infantil, dijeron en el hospital por no saber qué otra cosa decir, porque no sabían realmente cómo se había muerto la niña.
Pepe no dijo nada, nunca le comentó a nadie su secreto.
Una semana más tarde los dos abandonaron la ciudad y se encontraron de nuevo con su padre.
Lo dejaron en paz. No más golpes, no más insultos, ningún regalo en navidad, ninguna fiesta de cumpleaños, nada, simplemente lo dejaron en paz.
Ahora, treinta años después, está sentado en la sala de la nueva casa de la familia de su padre, en un sofá de piel. Los visita de vez en cuando y charla un poco con Laura, la joven esposa y madre de Andrés, su medio hermano.
El padre de antaño ha cambiado, quizás obligado por la edad. No le grita ninguna injuria al niño cuando hace algo equivocado. Trata con mucho amor a Laura y ella siempre acaricia a su hijo y lo reprende con amor. Andrés tuvo suerte, piensa cuando ve la escena plástica de familia perfecta.
No sabe por qué, pero a veces, sin rencor alguno, cuando ve a su medio hermano jugando con sus carritos de madera, despreocupado y gritando sin temor a ser maltratado, desea verlo acostado en su camita, quejándose, con aquella maldita sombra encima del cuerpo, pero eso lo desea a veces, cuando lo asaltan los recuerdos.
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