“Es un secreto a voces. Así lo fue y lo será siempre, hasta el fin de todo”.
Sin embargo, era extraño todo aquello. De algún modo Mala y Flores estaban relacionados, pero no parecían tener relación ninguna. Aunque cabía la posibilidad de que Félix sólo estuviera jugando conmigo, llevándome a una serie de personas que no tenían que ver para nada. Pronto me daría cuenta de que aquella posibilidad era errada, como muchas de las cosas que existen en este mundo.
No dejé de visitar a Sofía, aunque mis visitas se hicieron menos concurrentes. Vigilaba, de cuando en cuando, a Germán Mala, y, si me daba el tiempo, le echaba un ojo al conserje del colegio. Exceptuando aquello, llevaba una vida completamente normal en el claustro: hacía los deberes, intercambiaba palabras con algunos de mis compañeros- no hablaba con Félix Galdós durante el día-, entre otras cosas sin importancia. Dos de aquellos compañeros eran Pietro Daneri y Diego Rosales, fue el primero precisamente de los que me contó todo sobre Sofía, y fue él con quién llevé una relación más íntima durante mi estancia como interno.
Una mañana, en clase de Literatura, me llegó una nota. La abrí con cuidado de no llamar la atención del profesor: Espérame en el pilar a las seis de la tarde. Es importante. Pietro. Levanté la cara y dije que sí con los ojos a Pietro Daneri.
El pilar del ángel sin alas se encontraba exactamente en el centro del internado. Sin embargo, la lógica no reinaba en aquella escuela de locos y, al contrario de todo lo racional, la pileta y sus alrededores eran los lares más desérticos del lugar. De todas formas, me presenté a la hora acordada.
Pietro me esperaba sentado en el borde del pilar vacío. En el centro, sobre una torrezuela, estaba levantada la figura de un serafín, con la peculiaridad de que no tenía alas, dejando dudar a algunos sobre su origen divino.
-Santiago Armas- dijo.
-Pietro Daneri.
No hablamos durante un momento. En ese lapso, me pude sentar al lado de mi compañero. Estuve jugando unos minutos con mis dedos, luego él habló:
-Lo sabes, ¿no es así?
-¿Saber qué?
-Sabes perfectamente de lo que te estoy hablando.
-No, no lo sé.
Me dirigió una mirada desaprobatoria. Dio un suspiro en la nada.
-Galdós te lo dijo.
Entonces comprendí, al menos una parte de aquel acertijo interminable.
-Sí, me dijo algo- confesé.
Mantuvo por otro par de minutos el silencio y, al mismo tiempo, la tensión que se había formado, como la neblina blanca que aparecía después del golpear de las olas.
-Es un secreto a voces. Así lo fue y lo será siempre, hasta el fin de todo- dijo, sin mirarme.
Iba entendiendo, o eso era lo que creía. Le dije a Pietro los nombres que sabía, el premio de los juegos de Félix Galdós.
-¡Cállate!
Paré en seco.
-Te pueden oír- dijo él.
Parecía más calmado. Era como si un demonio hubiera tomado su cuerpo por un instante.
-Ahora escúchame- me dijo entonces-: No te puedo obligar a que lo olvides, entiendo el organismo humano. Así que sólo puedo hacer que lo entiendas.
No dije nada. Me limitaba a escucharlo todo, todo lo que aquel extraño me tenía que decir.
-Rosales es uno de ellos- dijo al final.
Diego Rosales. Era el tercero en la lista. No estaba seguro de qué lista se trataba, no tenía la certeza de nada.
-Diego es la Candela.
-¿Qué es eso?
-¿Qué son la Roca, el Junco, la Candela? ¿Qué son?
-No entiendes nada.
No dijo más. Y mis palabras se las llevó el viento, y sólo quedó aquel silencio perturbador que nunca se sabe qué está diciendo. |