I
Tu sueño se transforma en sopor. Hay algo. Cerca de ti hay algo, pero no puedes estar alerta. El sueño es intenso y no puedes despertar. La sensación es más clara, alguien se acerca, pero no puedes salir del sopor.
Tus reflejos no llagan; algo de ti quiere seguir como estás, disfrutar del duermevela en que te encuentras. Pero otra parte busca salir, despertar y actuar. Realizas un esfuerzo enorme y al fin lo logras.
Abre los ojos.
Miras al hombre. Sientes furia y miedo. Tratas de contrólate, pero no lo logras. Su mano baja rápidamente. Sientes la estaca atravesar tu pecho, tu corazón. En sus ojos no hay pasión, ni odio ni amor; sólo frialdad. El sueño se adueña nuevamente de ti.
II
Despertó sudando. La noche aún era profunda. Era un sueño. Se levantó y entró al baño para orinar. Luego se fue a la cocina, se sirvió un vaso de leche. Desde su ventana contempló la calle mal iluminada, contempló un gato fugitivo, las figuras fantasmagóricas de las ramas de los árboles (sombras). Nada más.
El silencio era un tenue zumbido en sus oídos. De lejos llegó el ruido del tráfico inagotable de la avenida, los ladridos de un perro en alguna parte, una música indefinida (algún desvelado).
Prendió el televisor, pero lo apagó de inmediato.
Entró en otra recámara habilitada como estudio. Del librero tomó un libro al azar, El Contrato social, de Rousseau. Leyó las primeras líneas, pero se distrajo. Decidió buscar otro; Tres tristes tigres, de Infante; Leyó sólo la primera parte (la de las historias sueltas) hasta que le regresó el sueño.
Consultó su reloj: tres de la mañana.
Se acostó y quedo profundamente dormido.
III
Lo despertó el canto de las sirenas. Estaban muy cerca; demasiado cerca para su gusto. Se levantó de un brinco y se asomó a la ventana. Contó cinco patrullas y una ambulancia, justo bajo su ventana. Varios judiciales entraban y salían de su mismo edificio.
Se metió a bañar preocupado. Tenía el presentimiento de que lo buscarían muy pronto. Se vistió. Tenía la esperanza de que lo dejaran desayunar antes de que llamaran a su puerta.
Cosa rara; no sintió curiosidad sobre lo que había pasado. Pensó, eso sí, en un muerto. Pensó en alguien asesinado (si no, por qué tanto agente policiaco). Pensó en Roxana, su vecina de arriba con quien coincidía casi siempre en el elevador, pensó en sus ojos achinados y en su cuerpo. Pensó en ella y sintió angustia por la posibilidad de no verla más.
La esperanza de su desayuno se vio frustrada; llamaron a su puerta cuando apenas se freía el tocino y comenzaba a oler a café.
IV
Llegó al cuarto piso flanqueado por dos judiciales. Afuera del 402 ya estaban reunidos varios vecinos. Buscó con la vista y vio a Roxana que lloraba. Maldijo al ver también a Gutiérrez que la consolaba.
La puerta se abrió y salió una camilla con un hombre (todos lo conocían por lo menos de vista) metido en una bolsa de plástico negro. Juntó con él salieron dos paramédicos y varios judiciales. También salió un hombre con un traje pasado de moda.
El hombre del traje pasado de moda contempló a los vecinos ahí congregados, hizo una seña a un tipo chaparrito con una chamarra que decía PGR. Cuando se acercó le dijo algo al oído.
Roxana seguía llorando. La mujer del 401, una anciana medio extraña, se le acercó y le murmuró que era un vampiro. No le hizo caso porque siempre murmuraba cosas que nada tenían que ver con la realidad.
V
-¿Conocía al señor Rodríguez? -Sólo de vista. No nos encontrábamos frecuentemente.
-¿Hablaba mucho con él?
-No.
-¿No cruzaba palabra con él?
-Sólo lo clásico.
-¿Qué es lo clásico?
-Buenos días, buenas noches.
-¿Tenía problemas con alguien del edificio?
-Lo ignoro.
-¿Usted no escuchó nada extraño durante la noche?
-No, nada anormal.
-Su vecina de abajo afirma que lo escuchó caminar por su departamento aproximadamente a la misma hora en que mataron a Rodríguez.
-Desperté durante la noche por una pesadilla. No sé qué hora era. Cené algo y leí un rato. Luego me acosté.
-¿A qué hora fue eso?
-No sé, pero volví a acostarme a las tres de la mañana.
-¿Sabe por qué alguien quería matar a Rodriguez?
-No señor, nunca me meto en las vidas ajenas.
-¿Lo visitaban frecuentemente?
-Quizá la gente que vive en el mismo piso se lo pueda contestar.
-Sus vecinos afirman que usted pasa mucho tiempo en su departamento, ¿no le parece extraño que no conozca las costumbres de sus vecinos?
-Licenciado, me la paso en mi departamento, no en la puerta espiando a los demás.
-Lo entiendo. ¿Cómo define a sus vecinos del cuarto piso?
-No los defino. De ellos sólo sé que viven en ese piso.
-¿Qué me puede decir de la señora González?
-¿Quién es la señora González?
El agente del Ministerio Público lo contempló unos segundos en silencio.
-¿No sabe? Vive en el 401.
-Así que se apellida González.
-¿Qué me puede decir de ella?
-Sólo que está un poco loca.
-¿Un poco loca?
-Bueno, dice cosas raras.
-¿Qué cosas raras?
-Que le habló un espíritu, que se encontró con Cristo, que Dios le dijo algo.
-¿Nunca mencionaba al señor Rodríguez?
-No.
-¿Usted cree que ella pudiera matar a alguien?
-Lo ignoro.
-Bien señor, le agradezco su colaboración. Si necesitamos más información lo vamos a molestar otra vez.
-Muy bien, con permiso.
-¿No le interesa saber cómo murió Rodríguez?
Guardó silencio. De todas formas el agente le respondió:
-Le atravesaron el corazón con una estaca de madera.
VI
Fue hasta que cerró la puerta. Una angustia profunda lo empezó a invadir poco a poco. Sus piernas comenzaron a temblar. Fue a la cocina y se bebió un vaso de agua. No tuvo tiempo de llegar al baño. Vomitó en el fregadero.
Se sirvió un vaso de tequila, pero su olor le provocó un nuevo vómito. Maldijo en silencio.
Desde su ventana miró a la gente pasar; algunos contemplaban el carro policiaco con curiosidad. En toda la gente veía la falta de preocupación, pero pensó en las pequeñas angustias que todos arrastraban.
Los golpes en su puerta lo hicieron pegar un brinco. Trató de calmarse junto a la puerta, y lo logró en parte. Era Roxana, aún tenía los ojos rojos de llorar y temblaba ligeramente.
Antes de que él pudiera decir algo la muchacha entró.
-Ese horrible- dijo, y se soltó llorando.
-La muerte siempre es horrible- confirmó él.
-Fue Gonzalo Gutiérrez- murmuró la muchacha-, ya se lo llevan a la cárcel.
Luego continuó:
-Él me lo dijo y yo lo denuncié. Dijo que Rodríguez era un vampiro.
Dicho eso, la muchacha se soltó llorando.
El no supo qué pasó, pero cuando abrió los ojos estaba en el suelo y ella hincada a su lado.
-¿Estas bien?
-Sí era un vampiro.
-¿Rodríguez?
La verdad le llegó de pronto, justo en el momento entre cuando despertó y cuando la muchacha le habló.
El contó su sueño.
La muchacha lo miró en silencio. Se levantó despacio.
-Vengo luego.
VII
Eran las diez de la noche. Comenzaba a recuperarse cuando golpearon a su puerta. Era Roxana.
-Pásale- pidió.
La muchacha obedeció. Ya no lloraba.
Cenaron juntos. Luego ella comenzó a desnudarse. El quedó estático contemplando su cuerpo que iba apareciendo poco a poco conforme la ropa desaparecía.
Justo antes del orgasmo la muchacha le murmuró al oído:
-Hace dos noches estuve con Rodríguez en su departamento.
Luego lo mordió en el cuello. |