El secuestro del diablo
Capítulo I: Entrevista con Mr. Sheppard
Era de noche, en un apartado de la ciudad donde se disimulaba la civilización yacía un edificio casi en ruinas, el lugar propicio para una entrevista con Mr. Sheppard. La neblina nos hacía pensar en Londres, pero no era así, estábamos mucho más distantes a la urbe. El frío en cualquier momento se apoderaría de nuestra paciencia si no nos refugiábamos, señal que llegábamos.
Tom Allen hacía años había perdido sus ganas de trabajar, el suicidio de su mujer lo paralizó, no sabía si vivía, se mantenía despierto o comía, Tom era un total desconcierto. Sin embargo era mi compañero y encargado de velar por mi vida. He de suponer que estaba lejos de una vida segura.
Entonces llegamos, me llamaba la atención lo alejado del lugar, a pesar de que veríamos a Mr. Sheppard mi impaciencia yacía en la ineptitud de Allen. Mr. Sheppard era un hombre sin escrúpulos, metido en la mafia y coordinador de las actividades ilegales de la ciudad. Por alguna razón tenía contactos con la realeza y pretendía a una prometida de la misma familia. Cierta vez tuve el desagrado de ver cómo ejecutaba a un hombre ante mí, para demostrar su poder dijo más o menos así: Ahora verás con quién tratas, tomó el arma y gatilló hasta que no hubo más balas en la recámara. El cadáver quedó inmutable y desfigurado sobre una silla en el oscuro sótano durante meses hasta que lo devoraron las ratas. La víctima era un supuesto detractor de la organización criminal y cuando hubo acabado el crimen, Mr. Sheppard me dijo: Ves lo que le pasa a los soplones. En ese momento comprendí que mis movimientos y los de mi colega eran limitados, no debería hacer ruido y sería un caso difícil de esclarecer.
Estaba entre la espada y la pared y hoy era el día el cual ingresaría a la organización. Mr. Sheppard daría su bendición a Allen y a mí. Subimos por unas escaleras, enseguida se precipitaron dos matones quienes nos extrajeron las armas e hicieron pasar por un pasillo hasta donde Mr. Sheppard estaba. Al vernos soltó una mueca horrorizante, como si nuestro destino estuviera en sus manos esa noche. Hablamos con él.
Mr. Sheppard. ¡Vaya que han llegado temprano… jajaja… ¿ansiosos?!
Tom Allen. Para nada mister, esto es un acto de iniciación solamente, ¿Qué debemos hacer pues?
Mr. Sheppard. ¿Hacer?... aquí no se hace, se deshace.
Yo. Entonces… ¿qué deshacemos?
Mr. Sheppard. Aguarda, primero deben responderme unas preguntas.
Yo. Adelante, estamos limpios.
Mr. Sheppard. Yo no lo creo así…
(Tom Allen se puso rojo, al mismo tiempo lo imité con un ligero sudor que corrió por sobre
mi frente, hubo un silencio profundo y Mr. Sheppard continuó).
Mr. Sheppard. ¡Jajajajaja, me gusta verlos caer en trampas! Por momentos pensé que se desvanecían, ¿Acaso no fue un buen chiste?
Tom Allen. (A mí) Sí, ¿verdad?... lo fue.
Yo. (Rectificando) No tengo tiempo para bromas, este es un trabajo muy serio, los chistes pueden arruinar cualquier misión.
Mr. Sheppard. ¡Bien! Esa es la actitud que quiero… tú (a Allen), imbécil, vete, no necesitamos inadaptados aquí. Tú (a mí), ven aquí.
(Me acerqué y me habló al oído, supongo que Tom Allen fue víctima de su propio desgano,
salió por el pasillo y se fue.).
Yo. Señor, por favor, dígame cuáles son sus deseos.
Mr. Sheppard. Tú sabes que para entrar aquí has sido entrenado durante seis meses, pasando toda clase de pruebas, y esta última te ha concedido el pasaporte… desafortunadamente los débiles como tu amigo no merecen estar ni aquí ni en el mundo (esperó un momento y se escucharon tres disparos, comprendí, pero no pude reaccionar puesto que sería mi condena)… Así se hacen las cosas aquí chico, cuando algo no nos gusta, lo eliminamos, ¿Estás de acuerdo?
Yo. Totalmente.
Mr. Sheppard. Bueno… te llegará mañana una carta con los datos e instrucciones de tu primer trabajo. ¡Confío en ti! Ahora… ve a tu casa a descansar y mañana empiezas activamente.
Yo. Mis cordiales saludos mister. (Salí del lugar con miedo a que las balas que aún quedaban en el arma que mató a mi compañero se volvieran contra mí. Al irme vi su cuerpo en el suelo como pidiéndome auxilio, nada podía hacer).
Esa noche rompí mi juramento de sobriedad y la pasé de taberna en taberna, tratando de
olvidar. Cuando llegué a casa, ya se insinuaban los claros de la mañana. Me recosté sobre el
sofá y dormí. Al despertar vi un gran sobre por debajo de la puerta, supuse que era la
misión, atento a la misma me dirigí con sigilo hasta ella y logre abrirla. Como con miedo,
empecé a leer la nota, decía más o menos así:
Debes ir al 666 de Madison Avenue. Piso 13, habitación 1305. Secuestrar al hombre de nombre Adrián Gaetano. Ve con cautela, guardias armados lo vigilan. Tienes una semana.
La escasa información era insuficiente para llevar a cabo el ilícito, por lo que los días siguientes me dediqué a observar la escena desde dentro y desde fuera. Alquilé un auto y vigilaba la puerta de lo que era un lujoso hotel de Madison Avenue y sus aledaños, tupido por los modernos edificios y el hecho contrastante de encontrar alguna que otra envejecida mansión en las calles linderas a la avenida. Parecía una zona de comerciantes y personas adineradas, un barrio de los estratos altos de la sociedad. El hecho de que la víctima estuviera inmerso en el lujoso hotel me hizo pensar que era un hombre importante, personalmente, creí que era uno de los tantos empresarios de la elite que tenían problemas con la mafia. Estuve unos tres días llevando a cabo la tarea de reconocimiento del lugar.
El cuarto día comenzó agitado, me decidí a adentrarme en los pasillos del hotel, por lo cual me volví su huésped. Disponía de una gran suma de dinero que la organización me había acercado para consumar el acto. Me acerqué hasta el conserje y pedí una habitación. Se me otorgó la mil quinientos tres, en el piso quince.
Una vez en la habitación, me quedé solo contemplando la inmensidad de la ciudad -por la
ventana- pude ver cómo la lluvia y el encapotado cielo gris se apoderaba de mis sentimientos, me preguntaba si valía la pena tal esfuerzo delictivo sólo para desenmascarar a un hombre poderoso. Luego pensé que no tenía nada que perder y que si me iba mal, moriría; más si me iba bien, seguiría viviendo.
Ya de noche, bajé a cenar. En la lejanía del comedor, se reservaba una gran mesa, que poco a poco fue ocupada por hombres de seguridad hasta casi llenar su cupo de sillas vacías. En el desarrollo de mi comida pude ver cómo arribaban a la escena los hombres, uno a uno, desfilando por el comedor, mirando de reojo en busca de una amenaza exterior. Cuando por fin quedaron tres sillas libres -incluyendo la de la punta de la mesa, reservada para el personaje principal del evento-, aparecieron de la nada dos hombres más, y entre medio, un misterioso tercero de traje gris, con iniciales bordadas en el bolsillo del saco. Alcancé a ver sus iniciales, era A.G, ¡Claro! -pensé- Adrián Gaetano. La comida no tuvo más sobresaltos, el resto del tiempo me la pasé observando los movimientos de la seguridad y del hombre. Se fueron retirando uno a uno, tal como habían llegado. Al final, sólo quedaron los tres últimos y se fueron igual de prudentes.
Al día siguiente bajé al pasillo del piso trece he hice mis propias averiguaciones, la habitación 1305 estaba vigilada las veinticuatro horas por dos hombres armados en la puerta y vaya a saber uno por cuántos más dentro. Luego fui hacia el hall central a ver a los transeúntes del hotel, tomé asiento en un gran sillón de cuero y al rato vi acercarse un hombre. Me pareció conocido y… en realidad, lo era. Era de la organización, vigilaba mis movimientos y llegó a preguntarme cómo iba el trabajo. Más me advirtió que me quedaban sólo dos días. Le comenté que era difícil llegar hasta donde el hombre y que tenía una custodia de alrededor de quince personas armadas. Me dijo: Tendrás una oportunidad mañana por la noche, exactamente a las 10:23 p.m cortaremos la luz y tienes sólo quince minutos antes de que el cuerpo electrógeno del hotel se active, el resto lo piensas tú. Te estaremos esperando en la puerta de la cocina del hotel con un vehículo y refuerzos en caso de que te sigan. Espero puedas concretar la misión. Y luego de esas palabras me estrechó la mano y se fue. Repetí el laberinto de ascensores, esa noche cené solo en mi habitación, como esperando el sexto día.
Amaneció el sexto día y los claros de la mañana se notaban en la ventana, era un día lúgubre a pesar de todo, y a cada tanto la tormenta se posaba sobre la ciudad. No hice caso a mi despertar y dormí sin cesar hasta las seis, cuando la noche recién asomaba. Desperté, me di un baño, me vestí con el mejor traje y alrededor de las ocho bajé a cenar. Casi al instante luego de llegar, observé cómo se llenaban los puestos de aquella esquinada mesa que decía: Reservado. Otra vez el espectáculo se posó sobre mí. Ya los mozos enarbolaban los platos de los huéspedes. Aparecieron los últimos tres hombres, allí venía Gaetano. Al mismo tiempo exclamé como sorprendido: ¿Quién es ese hombre… ¡por Dios!? Interrogándome a mi mismo y señalando con la mirada a Gaetano. El camarero quien me servía la cena pareció oírme y respondió casi al instante: Pues… el diablo señor.
Capítulo II: El secuestro del diablo
Para dar el golpe era necesario precisión y rapidez. Adrián Gaetano era el hombre más
vigilado del mundo y sabiendo ahora que era el diablo me estremecía al pensar en la
magnitud de mi maniobra. Nunca tuve suerte con las armas, siempre se volvían contra mí. Esa noche parecía la perfecta para descargar una cantidad certera de plomo sobre mi cuerpo, yo tenía las de perder, pero si ganaba sería catapultado a la fama. Cercanas las diez de la noche, la cena era sólo un recuerdo nefasto. Comencé a subir y bajar escaleras, como quien hace tiempo para dar un gran golpe.
A las diez veinte los guardias de Gaetano comenzaron a retirarse de la habitación. Era un acontecimiento muy raro, del piso sólo arribaban vigilantes hacia el hall. A las diez veintidós yo me agazapaba en la entrada del piso trece. Casi al instante que mi reloj marcó las diez veintitrés se apagó la luz y quedé al oscuro. Sólo se activaron las luces de emergencia en los pasillos de las escaleras. Se podían oír los gritos de las personas atrapadas en los ascensores, lo que otorgaba a la escena más suspenso. Caminé con una pequeña linterna hasta el cuarto trece cero cinco, haciéndome pasar por personal del hotel golpeé la puerta y seguido exclamé: Señor Gaetano, la gerencia del hotel puso a su disposición una habitación provisoria con todos los servicios hasta que vuelva la luz, he venido a acompañarlo.
Nunca había secuestrado a alguien, no tenía mucha experiencia. Era un trabajo arriesgado, todo el tiempo supuse que fracasaría, ya estaba en mí. Resignado, atiné a decir esas palabras poco armadas. ¡Estaba secuestrando al diablo! Antes de poder engañarlo necesitaba más entrenamiento, cuando abrieran la puerta yo esperaba las balas o un ligero golpe en la cabeza.
Fue distinto, abrieron y vislumbré un palacio dentro de la habitación. Resultaba ser que todo el piso trece lo acaparaba Gaetano; en el pasillo, dentro del gran cuarto, se podían ver las demás puertas del piso, como disimulando un verdadero hotel. Quien golpeara en otro que no fuese la trece cero cinco, recibía su merecido, sólo los allegados a Adrián Gaetano sabían que la verdadera puerta era la que tenía inscripto el número 1305. Con este sistema perfecto de comunicación, los impostores quedaban fuera y se pergeñaba el macabro sistema planteado por el diablo.
Me atendió un hombre de como dos metros de altura, fornido, que apenas alcancé a precisar puesto que la oscuridad me bloqueaba en parte. Pasé a la siguiente habitación, cuando abrieron la puerta vi la luz, enseguida observé a Gaetano, impresionaba mucho más personalmente. Tuve mi primera conversación con el diablo.
Yo. Hola señor Gaetano, veo que ya ha regresado la luz en su cuarto.
Gaetano. ¡Nada de eso!, nunca se fue. Dime, ¿a qué vienes?
Yo. Señor, mi intención no era molestarlo, la gerencia del hotel me ha… (Me interrumpió con un grito).
Gaetano. ¡Mentira maldita sea, odio que me mientan!
Yo. (Vacilando) Es la verdad…
Gaetano. No puede ser verdad, el gerente de este hotel soy yo y siempre tengo luz porque poseo una conexión particular además de ser el dueño. Te lo preguntaré una vez más y espero me digas la verdad, ¿a qué vienes?
Yo. Pues… a secuestrarlo señor (dije encogiéndome de hombros y esperando un caldo de balas).
Gaetano. Ah, tu eres el enviado de Mr. Sheppard, ¿o acaso me equivoco?
Yo. No, no se equivoca señor, esa es la real verdad, soy discípulo de Sheppard.
Gaetano. Entonces vienes a secuestrarme… ¡Adelante, aquí estoy!
Yo. Pero… no entiendo…
Gaetano. Yo he arreglado mis cuentas con Mr. Sheppard hace rato… hemos convenido que me secuestre.
(Llamó a lo que quedaba de su guardia personal y acudieron, eran dos).
Gaetano. Golpéalos así esto tiene un poco de realismo y luego amordázalos. Toma el arma y yo te acompañaré a la salida… Ah, por dónde han decidido fugarse, el lavadero o la cocina.
Yo. (Sorprendido) Por la cocina señor.
Gaetano. ¡Qué alivio! Caminaremos menos… Bueno, golpéalos rápido y vamos antes de que retorne la luz.
(Golpeé a los guardias y cayeron sangrando al suelo en un acto sumamente hipócrita. Luego tomé el arma y me fugué con Gaetano, a pesar de todo, estaba cumpliendo con el trabajo, aunque era muy extraña la situación, salíamos de la habitación rumbo a la cocina).
En el camino, Gaetano comenzó a explicarme porqué se había dejado secuestrar, era un plan digno del diablo. Resultaba que si el diablo dejaba de operar como habitualmente lo hacía, el mundo se desequilibraría, finalmente el bien acabaría por cansar a las personas y se gestaría un sucesor del diablo, o lo que era aún mejor para él, varios sucesores. Si hubiera varios sucesores, se disputarían el trono en cruentas guerras que alcanzarían el renombre de “mundiales”. Gaetano ya estaba viejo, quería salir por detrás sin dejar huellas de su existencia, para no ser juzgado. Por ende, supuse que esta acción traería paz rotunda en el mundo, pero sólo por unos meses, hasta que la esquizofrénica tranquilidad aborreciera a las personas y comenzara el tumulto o lo que Gaetano me reveló como “Apocalipsis moderno”.
El pánico se apoderaba de la gente, transitábamos los pasillos repletos de personas desesperadas, se oían sirenas de bomberos que acudían a rescatar a aquellos prisioneros de los elevadores. Se hacía dificultoso el tránsito en el hotel, yo caminaba disimulado junto al el diablo, rogando que no lo reconocieran y que no observaran que lo estaba “secuestrando”. Apagué la linterna en cuanto llegamos a las escaleras, donde había una nitidez suficiente como para circular. Me creía un participante más de una gran peripecia, bajamos las escaleras tal si fuéramos huéspedes enfadados en busca de una explicación. Descendíamos entre medio de muecas horribles, de aquellos que escandalizaban la escena, a cada paso oíamos la reiterada frase: Cómo puede ser… que en un hotel de cinco estrellas se le falte tanto el respeto a la gente. Gaetano se abstenía de contestar, aquellos diez pisos dificultosos que bajamos fueron una tortura, era un infierno, Gaetano estaría feliz supongo.
Luego de explicarme las razones de su abdicación a la resistencia, el diablo no habló más en todo lo que duró el trayecto, que tampoco fue mucho. Desde que se cortara la luz, tenía sólo quince minutos para huir con Gaetano por la cocina. Cuando llegamos al tercer piso, Gaetano hizo una seña y tomamos atajo por un pasillo casi secreto donde los sirvientes esquivan el populoso hall. El sendero era un tanto lóbrego y tuve que hacer esfuerzos, puesto que la linterna se quedaba sin baterías. Gaetano parecía abducido a otro mundo, como dudando de su accionar, estaba callado, no gesticulaba y su mirada parecía perdida; sin duda, el diablo estaba entrando en shock.
Pronto nos precipitamos a una habitación sombría, misteriosamente el foco de mano volvió a alumbrar y divisé junto con Gaetano una pared llena de epitafios. Fue necesaria otra charla con Gaetano.
Yo. ¿Qué es eso? (exclamé aterrorizado)
Gaetano. (Tranquilo) Acaso no ves… son epitafios, este es el cementerio del hotel, un cementerio en una habitación, muy original, ¿no crees? La idea ha sido mía…
Yo. (Tartamudeando) Cómo un cementerio… no me explico cómo aquí puede haber cadá…
Gaetano. ¿Cadáveres?... pues sí, los hay, son todas las víctimas de la mafia, de mi mafia. Apuesto que Sheppard tiene algo similar también.
Yo. (Sorprendido) No lo dudo.
Gaetano. Vamos, falta poco para que retorne la luz, apresúrate…
(En un reflejo inmediato seguí al viejo, una vez que estuve fuera de la habitación la linterna
volvió a apagarse y convivíamos una vez más con las sombras).
Llegábamos a la cocina exhaustos. Yo temblaba de miedo, no podía contenerme, pero debía ser fuerte. Gaetano me lanzó una exclamación para que abriera la cortina metálica que nos depositara en el sector de cargas, un garaje desgastado por el tiempo. Cuando se abrió la cortina observamos la camioneta que aguardaba, el conductor me hizo un gesto amigable y no tardé en reconocer a aquel hombre que me había dado las instrucciones aquella tarde en el hall. Estaba solo, como si supiera que este era un trabajo fácil. Amordazamos hipócritamente al diablo y lo colocamos en la parte de atrás. El chofer exclamó: Ten calma Gaetano, el sacrificio tiene sus frutos… y decoró el momento con una risa tenebrosa. Subimos nosotros dos a la camioneta, una vez que se hubieron cerrado las puertas, el motor se puso en marcha y salimos de los límites del hotel. Por segundos me sentí aliviado, transitábamos por la avenida, cuesta abajo, luego observé por el espejo retrovisor cómo volvía la luz al gran hotel.
Capítulo III: El jardín de las ninfas
Cuando conocí a Charles Windssor era un hombre gordo, usaba bastón y exhibía una cojera irremediable. Desde su infancia tuvo interés por las ciencias exactas y la economía, llegó incluso a entrar en política, así es como conoció a Mr. Sheppard y fue atraído por la riqueza de la serpiente. Al ver Sheppard que Windssor era un hombre inteligente y con cierta docilidad para los números, le financió la carrera de contador en una de las universidades más prestigiosas del país. Así, Charles Windssor fue subiendo escalafones hasta llegar a ser la mano derecha de Mr. Sheppard y el contador de la mafia sin dudas. Él manejaba el dinero que salía o entraba, que se gastaba o invertía, a tal punto que llegó a ser por momentos una figura jerárquica mayor que Sheppard.
Al comienzo, la mafia tuvo que invertir mucho de sí para lograr respeto en una ciudad dominada por la organización de Gaetano. Comenzaban por las noches, Sheppard y sus secuaces se reunían en un añoso bar de los suburbios, y junto con el estratega Windssor, diagramaban todo. Al día siguiente ejecutaban el plan. Entre sus actividades iniciales estuvieron los asaltos a licorerías y los saqueos de armerías. La mafia de Sheppard ganó territorio y contaba con un poderoso arsenal, botín de todas las armerías desmanteladas. Gaetano sufría en la oscuridad esta tertulia, la policía lo creía partícipe de estas acciones y cada vez eran más las acusaciones falsas en su contra, entonces su organización invirtió fondos en averiguar.
Charles Windssor nació en un pequeño poblado cercano a la ciudad, vivió casi toda su vida allí, estudió y se casó apenas comenzaba su adultez. Por alguna razón no tuvo hijos y luego de conocer a Mr. Sheppard su camino admitió otros rumbos. Este lo educó y enseñó cómo comportarse en una organización inteligente, cómo escapar a la policía y sobre todo, cómo simular su dualidad. Windssor se hizo conocedor de la mafia por error, un día su coche estuvo averiado cerca del extraño bar de secuaces, el cual tenía un cartel luminoso de “teléfono” en su entrada, lo que precipitó la ida de Windssor en busca de ayuda. Al entrar, vio a un grupo de hombres titubeando por lo bajo, que al verlo, le hicieron preguntas. Muchos exclamaron cosas, pero Windssor escuchó sólo a uno, quien parecía ser el líder. En efecto, era Mr. Sheppard el que hablaba con Windssor.
Mr. Sheppard. Adelante, lo estamos esperando, pero… pase, afuera hace frío, no deje que la nieve entre aquí, ¡vamos!, tome asiento.
Windssor. Pero yo…
Mr. Sheppard. No se preocupe, déme su bastón y siéntese. Dígame, ¿Qué planes tiene para el futuro de la organización?
Windssor. Es un error esto señor, mi auto se averió en medio de la carretera, en la nieve. Sólo necesito ayuda mecánica…
Mr. Sheppard. No se vuelva atrás por favor, si necesita ayuda se la daremos, pero antes díganos cuáles son sus ideas.
(Mr. Sheppard puso un arma sobre la mesa he hizo un gesto a Windssor quien sólo logro
asentir con la cabeza, este logró comprender dónde se había metido; pero, a pesar de la
amenaza, el tono paternalista de Sheppard lo hizo entrar en confianza y como su situación
económica actual no era buena, decidió ser gestor de ideas).
La tormenta de nieve se intensificaba y Windssor comenzaba a demostrar sus dotes como estratega. Luego de una hora aproximadamente se escuchó un estrépito y todos salimos fuera, resultó que un automóvil había envestido contra el vehículo de Windssor que se deterioró en la carretera. El hombre quien conducía salió despedido por el parabrisas y al instante falleció. Luego me enteré que ese era el verdadero estratega que esperábamos con ansias, sólo que se había retardado. Windssor por puro azar entró y al principio, cuando dijo lo del auto, creímos que era una broma. Luego que este suceso aconteció y se despejaron dudas, a Windssor lo miraron con otra cara, era el estratega y a su vez el niño brillante, pero siempre vigilado desde cerca por Sheppard.
Sheppard amparó su carrera profesional y con el tiempo Windssor ya era un docto en materia de cuentas y saldos. Recién había comenzado, pero desde el principio se hizo cargo del efectivo de la compañía, porque en realidad, sabía manejarlo. Luego las cosas comenzaron a andar bien, la organización obtenía sus ganancias y se solventaba perfectamente. Windssor adquiría cada vez más renombre y la envidia de Sheppard se tornaba más pronunciada con el correr de los meses.
Por momentos, los celos y la envidia acapararon la escena y paralizaron la organización, la cual quedó dividida en dos: Los de Sheppard y los de Windssor. Yo estaba con Mr. Sheppard en su oficina, entrenando para asociarme oficialmente, cuando recibió una llamada. Habló menos de un minuto, pero al finalizar me dijo: Llamó el jefe, uno de los dos tiene que desaparecer. Yo me sobresalté, el jefe no llamaba nunca, salvo casos extremos.
El jefe era el apoderado económico y quien tendía las relaciones públicas de la mafia. En un principio, Sheppard había comenzado solo, pero al verse sin poder, tuvo que pactar con un poderoso señor, quien se hizo cargo de la organización. Mr. Sheppard siempre manejaba los hilos internos y el jefe los externos. Se desconocía la verdadera identidad del jefe, aunque sospecho que Sheppard sabía. Cuando llegó Windssor el jefe lo aceptó entre regaños, no quería que se descentralizara la organización y cuando el tema se elevó a más, ordenó que quedará sólo uno a cargo de las relaciones internas: Mr. Sheppard.
Al principio, creímos que nosotros seríamos los encargados de ejecutar a Windssor y de fusilarnos entre los que alguna vez fueron nuestros compañeros. Luego nos llegó la noticia de que el mismo llamado había sido hecho a Windssor.
Pero un día, cuando habitualmente nos reuníamos, sólo llegó Sheppard. Windssor se demoraba y la ansiedad cobró sus primeras víctimas. Mr. Sheppard realizó algunos movimientos, se sentó en el escritorio de Windssor, y cuando alguien le llamó la atención, levantó la voz y dijo: Windssor ha muerto. Nuestro problema se ha resuelto batiéndonos a duelo por orden del jefe.
Todos estábamos espantados, pero los discípulos de Windssor tuvieron que aceptar la decisión puesto que habían oído de aquella llamada misteriosa. En el duelo entre Sheppard y Windssor era claro quién se proyectaría como vencedor dado que este último no tenía conocimientos balísticos ni nada que se le pareciera. La orden del jefe fue un claro amparo para pergeñar el poder de Sheppard en la organización, fue una salida elegante a un problema no tan elegante.
Luego de la desaparición de Windssor, el jefe se hizo cargo de los asuntos económicos propios de los recursos de la banda. Sheppard comenzó a instruirse y a mostrar su lado más intelectual, un día lo sorprendí leyendo un libro: El jardín de las ninfas. Alguien de su confianza se le acercó y preguntó: ¿Por qué lees ese libro? A lo que Sheppard dijo: Este libro marcará los planes de la banda. No comprendía el significado de la palabra ninfas y entonces busqué en el ordenador. Mientras se cargaba el programa, pensaba que debía ser un significado que se adaptara de acuerdo a los planes de la banda. Al buscar, me sorprendí con lo que encontré: “Ninfa: Insecto que ya ha pasado el estado de larva, pero permanece generalmente inmóvil y dentro de su envoltura, sin tener todavía la forma del insecto completo”. Allí comprendí que la organización había pasado su estado inicial de “larva” y permanecía inmóvil, planeando misiones dentro de su antro, sin llegar a ser la gran organización que Sheppard alguna vez soñó. Por la información recibida, la mafia estaba ahora atravesando un período de transición, como esperando para dar el gran golpe.
Mr. Sheppard siguió con el entrenamiento de sus discípulos en algún que otro trabajo fácil, en los cuales yo intervenía junto con mi compañero Tom Allen.
Cuando murió Windssor, la personalidad de Sheppard cambió, se volvió más sensible, aunque lo disimulaba siendo rudo y asesinando personas a sangre fría. Cierta vez estaba recostado sobre un gran sofá cuando exclamó a uno de sus súbditos: Sabes, debería visitar a la viuda de Windssor, aún lo da por desaparecido y la policía todavía lo busca. Así fue como Mr. Sheppard iniciaba un largo camino de acercamiento hacia Justine Windssor, la viuda. A partir de su vinculación con Sheppard, comenzó a frecuentar la organización, nadie se imaginaba cómo el asesino de su esposo podría conquistarla. Comenzamos a oír ruidos por las noches en el entrepiso de nuestro lugar de reunión, Mr. Sheppard se alteraba con facilidad y tenía pesadillas por las noches, en las cuales soñaba que Windssor tomaba venganza. Una noche estábamos jugando póquer mientras él dormía en el gran sofá del entrepiso, cuando se despertó, comenzó a sentir un dolor en la región abdominal que lo hostigaba, y pronto ese dolor se prolongó a todo el cuerpo. Estaba muy mal y parecía iba a morir. Lo llevamos hasta el hospital, donde le administraron un sedante permanente y luego el doctor concluyó: Lo ha mordido un arácnido, si no sabemos cuál es, no podremos hacer nada, busquen en el lugar donde estaba al momento de la mordedura. Toda la noche tratamos de encontrar a la peligrosa araña, cuando de repente diviso una mancha en mi zapato, me miré la suela y allí estaba, medio muerta. Exclamé a mis compañeros: ¡Muchachos, la encontré! Se acercó un hombre que sabía de arácnidos, la observó con detenimiento y luego le pregunté: ¿Cuál es? Respondió al instante: Una viuda negra.
Capítulo IV: El cartero de Madison Avenue
La camioneta aceleraba en medio de una ciudad revuelta por la tormenta. La niebla suburbana dejaba a la vista unos cuantos árboles. En el furgón yacía Gaetano, amordazado a su suerte, sin miedo supongo. El tesoro esta vez era el resto humano del mal en la tierra, al notarse que Gaetano faltaba de su habitáculo, comenzó el caos en el mundo. A medida que veía alejarse las líneas de la carretera, comencé a pensar en cómo había llegado a la organización y luego me vino a la mente aquellas misteriosas cartas de Sheppard a Gaetano.
Antes de entrar a la mafia, mi trabajo de cartero encubierto me sustentaba. Yo, por cierto, fui designado como el cartero quien llevaría la correspondencia de Mr. Sheppard, que por cierto no era poca. La primera vez que estuve en el seno de la guarida de los mafiosos, un hombre de traje negro y lentes oscuros me dio los paquetes en un gran saco. Yo enseguida los llevaba a la policía científica, quienes primero abrían sigilosamente los paquetes y plagiaban luego las estampas y el sello inconfundible de Sheppard: Una gran ese girada noventa grados a la derecha. Yo no tenía acceso al contenido de las cartas, tampoco me importaba, yo sólo era una parte del plan para desbaratar la banda. Con el correr de las semanas mi interés por Sheppard fue creciendo hasta ser una gran ola de ansias por recolectar su correo. Durante casi dos meses pasaba todos los miércoles en la tarde por el viejo edificio de la organización que aún estaba desorganizada. Intercambiaba unas palabras con el de traje negro y luego me iba.
Comenzó a llamar mi atención la insistencia en los paquetes y cartas a Madison Avenue 666. Yo sólo era un intermediario, quien hacía el trabajo sucio, encargado de llevar la correspondencia desde Sheppard a una apartada oficina del correo central; donde la policía científica concluía la labor y luego otro sujeto guiaba las cartas a destino. Un día conocí a aquel sujeto el cual entregaba las cartas, le expliqué que yo era el que las recogía y que por tanto estábamos en una misma cadena de compañerismo. Se llamaba Tom Allen.
Tom Allen por muchos años condujo un automóvil para ganarse la vida, cuando se casó y tuvo su primer hijo, comenzó el entrenamiento para ser policía. Vivía cerca del centro de la ciudad, en un gran apartamento con su madre, su hijo y su esposa. Ella también trabajaba en la policía, sólo que en la parte administrativa, fue allí donde la conoció. Todo ocurría bien en su vida, había dejado de depender del taxi para vivir y al calificar como oficial, su vida cambió hasta llegar a un estado de plenitud. Cierta vez compró un auto, el día del cumpleaños de su esposa llevó a todos a comer fuera y como obsequio el vehículo. Al regresar, todos volvían en la parte trasera, él manejaba y ya estaba medio somnoliento. Se detuvo frente a las barreras del ferrocarril, las cuales estaban bajas, estuvo casi tres minutos, cuando la impaciencia se apoderó de su mente decidió cruzar. De repente vio que las vías estaban en una curva y cuando se decidía a pasar vio aquella luz y aquel gesto sonoro de la locomotora, como si viniera por él. Al momento aceleró, pero sólo logró pasar la parte delantera del auto, donde él conducía. Quedó ileso y furioso, mirando hacia delante.
Cuando observó hacia atrás no pudo ver nada, la parte trasera había sido literalmente arrancada del armazón. Luego vio cómo llegaban los paramédicos, sus caras horrorizadas y él en medio de una gran culpa. El ferrocarril se había llevado de pronto toda su vida, los meses que le siguieron al accidente estuvo en una clínica de rehabilitación; se recuperó, pero su estado depresivo perduraría siempre. Al salir se ofreció para las misiones más riesgosas, los oficiales dudaron, pero luego observaron que era la única forma de restablecerle la confianza.
Así fue como quedó designado para llevar la misteriosa correspondencia de Sheppard. Se desempeñaba bien en su trabajo, aunque muchos pudieron advertir que tomaba un gran repertorio de pastillas y dormía menos de cinco horas por día. Manejaba muy lentamente y pausado. Una vez tuvo un pequeño choque frontal, luego explicó las causas, entre sollozos, dijo más o menos así: Miré por el espejo… hacia la parte trasera y allí estaban ellos, durmiendo pasivamente, mi hijo; mi esposa y mi madre. No podía despegar la vista del espejo, yo quería hablarles, pero cuando lo hice, un estrépito desmanteló la escena. Al pasarme eso se repitió una vez más la secuencia trágica en mi interior, tal como pasó hoy, me pasó aquella noche cuando perdí a mi familia para siempre. Tom Allen acabó por resignarse a su minúscula vida, siempre esperó que lo maten, pues él no tenía el valor de hacerlo.
Mientras la camioneta se aproximaba al cautiverio del diablo, pude hacer memoria de aquellas cartas que capturó la policía. Sheppard había pactado con Gaetano. Al no poder superar a su mafia en poder ni territorio, el primero pidió a Gaetano un pacto secreto. El diablo, afable a sus planes maquiavélicos planeó lo siguiente: Un auto-secuestro. Así, su figura maléfica pasaría a un segundo plano, el mal se fugaría de repente y por momentos el mundo quedaría en paz. Sheppard, quien era duro para entendimientos complejos, precisó más preguntas a Gaetano; no entendía porqué quería la pacificación universal. Luego el diablo se explicó mejor: Al haber una ausencia del mal, de repente, el ser humano se sentiría invadido por la tranquilidad y le vendría la necesidad de regresar al viejo estado: “El bien y el mal”. Así, las primeras semanas trascurrirían en cierta armonía paranoica, luego se proyectarían los sucesores del diablo, quienes obtendrían el sumo puesto en cruentas guerras que alcanzarían el tenor de “mundiales”. Sin duda, un plan perverso que generaba más perversidad.
A lo lejos, divisé el alojamiento de Gaetano, era una verdadera fortaleza. Nos detuvimos en la entrada y los guardias miraron con desprecio hacia el interior, luego nos escoltaron. Nos condujimos con cuidado por unos pasillos tan anchos, que disimulaban callejones dentro de la gran edificación. La luz era la suficiente, la temperatura era ideal. Pronto uno de los guardias nos hizo seña de que detuviéramos la camioneta por completo. Así lo hicimos y luego procedimos a desatar a Gaetano, quien luego se sacudió el polvo de su ropa y pasó a una oficina contigua, donde lo esperaba Mr. Sheppard. Los vigilantes volvieron a cuidar la puerta, pero antes nos arremetieron dentro de la misma habitación, junto a Gaetano y Sheppard. Escuchamos una larga conversación de la cual no fuimos partícipes. Pude llegar a la conclusión de que Sheppard había sido más inteligente que Gaetano, ahora él era el diablo. Gaetano, enardecido por la astucia de su rival -quien le expuso su plan de engaños tal si fuera un rompecabezas armado- comenzó a romper todo. Los guardias lo redujeron a golpes y lo llevaron hasta un apartado, una celda. Sheppard era ahora Gaetano por el simple hecho de que aquel viejo plan de las guerras y la pelea por los sucesores del diablo sería muy larga y lo dejó sin efecto al pactar secretamente con los antiguos amigos de Gaetano, ahora de discípulos de Sheppard: Jorge Ramírez; la muerte. Miguel De Siro; la depresión. Severino Antunez; la violencia.
La depresión de Tom Allen parecía haber llegado a su fin, al ver esto; sus compañeros, para darle una verdadera reinserción, lo asignaron en la misión de entrar a esta joven mafia junto a mí. Cuando observaron mi constancia para el trabajo, fui el primer elegido, luego se irguió también Tom Allen. Él era el encargado personal de cuidarme; un edecán. A donde yo iba, él me acompañaba a tal punto que llegó a atormentarme. Todos los días soportaba sus penas y sus llantos sonoros que se escuchaban dentro de su cuerpo. Cierta vez estábamos sentados en un ómnibus, detenidos frente a las vías del ferrocarril, de pronto escucho un ruido y a medida que me acerco a su pecho se intensifica, como si se hubiera tragado un reloj y ahora este estuviera sonando en su interior. Cuando pasó el tren el ruido se intensificó hasta a hacerse ensordecedor, los demás pasajeros nos miraron con descontento y el chofer nos ordenó que bajáramos.
El trayecto siguiente lo hicimos a pie, yo aún podía oír el ruido, él parecía no escuchar nada, pero el mundo sí. Luego terminé por acostumbrarme a los incansables ruidos y los sollozos por las noches, Tom Allen se estaba volviendo parte de mí.
Entrábamos en el barrio bajo, en el lugar donde nos debería haber dejado el micro de no ser por aquel nefasto acontecimiento. Nos faltaba menos de media milla, al avanzar, encontramos un andrajoso bar en la rivera de una ruta. Allí nos esperaba nuestra primera cita con la joven mafia. Conocimos a Sheppard y nos explicó que si queríamos entrar deberíamos incurrir unos meses como practicantes; ayudantes. Cuando estuviéramos listos, él nos daría la propia ceremonia de iniciación. Yo seguí mis labores de cartero, porque en la organización ya me conocían. Tom Allen me escoltaba y ayudaba en las entregas. Así transcurrió más de medio año hasta aquella trágica noche de iniciación donde la depresión de Tom Allen pudo más que su fuerza contra el delito y sucumbió ante la ira de los poderosos.
El pacto de Sheppard era perfecto, no tenía ni una sola grieta. Gaetano, enfermo por su propio cansancio, presentó su rendición incondicional y pasaba sus días en un calabozo.
Entretanto Sheppard se ocupaba de sus cirugías, el parecido con Gaetano era increíble. Incluso antes de la operación, era difícil distinguirlos. Pero al terminar la serie de intervenciones quirúrgicas, Sheppard quedó sumamente parecido a Gaetano y volvió al hotel de Madison Avenue en nombre de él. Dijo a sus guardias que todo había sido un error y que Sheppard era un farsante, que ya no dejaría la mafia y que comandaría todas las operaciones. Los guardias, ante la similitud con el antiguo Gaetano, no hicieron más que creerle. Sheppard había fusionado las dos mafias, la suya y la de Gaetano, ahora era el único apoderado de todo. Yo recuerdo una mudanza monumental, de las viejas “oficinas” del barrio bajo a los modernos barrios del centro, en un gran hotel. Aquello fue todo un éxodo digno de ver; el movimiento de papeles, mobiliario de oficina, armas en secreto y demás.
El reordenamiento del hotel fue un caos, la mudanza trastornó a todos. El piso trece cambió por completo, pasó a ser cede de los discípulos de Sheppard. Los seguidores de Gaetano vieron extraño todo aquel movimiento, pero el falso Gaetano los persuadió de que Sheppard, como perdón por todos los daños, había entregado su mafia a él mismo.
Así fue como Sheppard tomó la vida de Gaetano por asalto; las viejas oficinas, anexas a la fortaleza donde seguía preso Gaetano, quedaron desoladas. Yo volví al lugar con la excusa de haber olvidado algo. Entré y deambulé por los pasillos largo rato hasta que por casualidad encontré las celdas. Caminé en silencio hasta el fondo, mirando a ambos lados, como tratando de encontrar a Gaetano. Al llegar a la penúltima de la izquierda, vi su rostro contorsionado, pálido, y estremecido por la opresión de la soga al cuello que lo sostenía por los aires.
Capítulo V: El secuestro del diablo (II)
Sheppard era ahora el artífice de la mafia, su articulador. La mañana en que volví a la organización había amanecido con un sol espléndido -para sorpresa de muchos- y no tardé en recordar que debía un par de explicaciones a Sheppard. Subí por las escaleras en un acto de sumo acostumbramiento. Al llegar al piso trece, golpeé la puerta de aquella intrigante habitación: 1305. Al entrar divisé a Sheppard, quien estaba arremetido en sus cosas y levantó con detenimiento la vista al verme. Todos callaron, temí el silencio y exclamé: Gaetano se suicidó. Ellos no se sorprendieron y siguieron con su trabajo, tal como si lo que les hubiera dicho resultara una solución más que un dilema. Parecieron alegres y al no hacerme preguntas sobre mi paradero de las últimas horas, decidí relajarme. Este réquiem de tranquilidad fue irrumpido por el exabrupto de una llamada a Mr. Sheppard. Habló, y al colgar, señaló a un grupo de sus agentes y dijo: Vamos al aeropuerto. Entonces -y dentro de ese grupo estaba yo-, marchamos a la terminal de aviones de la ciudad.
Cuando llegamos, entramos por la parte trasera, por donde entran los oficiales de la fuerza aérea. Sheppard hizo un gesto amable al guarda y este nos permitió pasar. El avión nos esperaba, de hecho, era el avión privado del fallecido Gaetano. Sheppard lo tomó para sí, y tal como si hubiera organizado todo con anticipación, subimos al aeroplano y a la media hora despegaba y los sobrecargos nos traían de comer. Yo, desconcertado, atiné a preguntar a dónde íbamos. Resultó que estábamos ejecutando un viaje a un estado autónomo, presuntamente el más rico del mundo y sede de una importante religión. El objeto de Sheppard era renovar relaciones con la iglesia, el tema del diablo era tomado con seriedad, era sabido que la sociedad no podía vivir sin diablo y acabaron por aceptarlo.
El motivo de las conferencias era mucho más oscuro aún, la iglesia sabía que Sheppard era un impostor y de seguro le pedirían explicaciones. Cuando arribábamos, me acerqué a Gaetano y le pregunté por los motivos del viaje. Él rugió a mi oído: Dicen que hay un cardenal que es el reemplazante de Gaetano, vamos a ver qué intenciones tiene. Yo sorprendido dije: Pero cómo, usted es el reemplazante de Gaetano. Él me estremeció aún más con su contestación: Yo siempre fui el diablo, Dios era Gaetano. Luego de esto, por poco me desvanezco. Al siguiente de haber pronunciado sus palabras, los ojos de Sheppard se encendieron y pusieron rojos, como los conejos. Percibí su aire supernatural, me estaba ahogando un fuego infernal. Al fin el avión pudo aterrizar, cuando me sentí en tierra me tranquilicé. El aeroplano aparcó y luego se abrieron sus puertas y visualicé la escalerilla de descenso. Bajó toda la comitiva y al final bajé yo, nos subimos en dos autos que nos esperaban. No sabía a dónde íbamos, nos alejábamos de los límites del aeropuerto y adentrábamos en la ciudad. El paisaje era desolador, postal de una ciudad europea. Al ver lejana la terminal de aviones, pude percibir que no era tal, sino que era una pista privada de grandes dimensiones, que exhibía las riquezas del estado religioso. Transitamos por las calles unos veinte minutos hasta llegar a un gran palacio que llamaban iglesia sólo por el hecho de que la acompañaba una cruz en la cúspide de su cúpula central, me sorprendió el lujo. Bajamos del auto y caminamos hacia dentro, pero primero procedimos a abandonar nuestras armas temporalmente y a pasar por un detector de metales.
Nos guió un extrañísimo cardenal de apellido Torielli. La desconfianza reinaba en nosotros, yo me entretenía en las obras de arte y mis compañeros en las acuñaciones de oro en las paredes; los zócalos y las ventanas. Llegamos hasta un punto donde sólo permitieron pasar a Sheppard, nosotros aguardamos en un gran salón. Luego, pregunté por Sheppard al cardenal, quien también se había quedado fuera, él me contestó que Sheppard tendría una conversación a solas con “su santidad”. Al momento de las palabras me repuse y pregunté quién era “su santidad”, a lo que él me propició un golpe de mano en la cara. Cuando quise reaccionar, el cardenal sacó un arma y me apuntó, sólo allí me calmé porque entendí la eminencia de su persona.
Quizá mi cautiverio tuvo su lado benévolo, si bien yo era una persona inteligente, no era muy dotado para entendimientos complejos y más si se trataba de un plan fraguado entre el Dios y el diablo. El cardenal dijo que nos explicaría todo, mientras erguía su arma en mi sien para evitar que mis compañeros reaccionaran contra él. Yo tuve lugar a preguntarle qué nos explicaría, y disimulando mi nerviosismo por el peso del arma sobre mí, asentí cuando dijo que nos esclarecería el verdadero plan de Sheppard y Gaetano. Cuando procedió a hablar del tema, lo hizo lento y pausado, con sigilo, cuidando sus palabras en la supuesta entidad eclesiástica; y claro, yo era el anfitrión principal en su amplio discurso, él dijo así: Antes que todo, quiero pedir perdón a mi familia por haber dedicado mi vida a la hipocresía, al menos ahora puedo desenmascarar a las grandes corporaciones religiosas. El tema fue que Gaetano no era el diablo como ustedes sabrán, sino que era Dios, pero ustedes se preguntarán porqué quería destruir el mundo… bueno, es simple, mediante un gran análisis y un gran debate que ha tenido objeto los últimos veinte años se ha podido demostrar que el mundo no es más que el mismo infierno o más bien, que se ha convertido en el infierno a lo largo del tiempo cuando en sus comienzos fue en realidad el paraíso. Técnicamente, el paraíso fue arrebatado de las manos a Dios en una gran usurpación de los hombres a lo largo del tiempo, el diablo perpetró actitudes bélicas y malévolas sobre los hombres las cuales se fueron acentuando aún más en los tiempos modernos, luego, Gaetano, al no ver salida decide destruir el propio mundo que alguna vez creó. Es que… de hecho, también Sheppard es invención de Gaetano. Es sabido que Dios necesitaba un rival acorde a su poder ya que la pasaba muy tranquilo en su dominio hegemónico y además de parecerle injusto ante su propia conciencia, estaba enloqueciendo. Debido a esto creó al diablo, sólo para divertirse, pensando que él siempre ganaría en un mundo diseñado por si mismo. Pero de seguro no contempló varios aspectos, por estas causas, Sheppard creó adeptos a su maldad sin que Gaetano se enterase y cuando este se enteró de sus pretensiones político-maquiavélicas para dominar su mundo, Sheppard se fue a vivir junto a sus fieles del otro lado del océano y así se establecieron cada uno por distintas partes del mundo hasta que las guerras y las crisis produjeron una migración poblacional mundial y los fieles de uno y otro bando formaron una sociedad heterogénea que finalmente Gaetano no pudo dominar ni destruir y por tanto, se suicidó. Lo complejo de ello es que el reemplazante de Gaetano soy yo y vengo a terminar lo que él empezó alguna vez.
Cuando terminó de hablar, pregunté con miedo qué tenía que ver todo aquello con desenmascarar a las supuestas “corporaciones religiosas”, a lo que él dijo: Si te fijas bien, las religiones son creadas como instituciones mediadoras para separar lo bueno de lo malo, en definitiva, para implantar una moral sobre toda una sociedad. Lo peligroso fue cuando las religiones se vieron atraídas por el fruto comercial del diablo y desviaron su real sentido, se comercializaron y comenzaron a impartir morales diferentes las unas de las otras y con esto gestaron ira y guerras entre sus seguidores por saber quién tenía la moral más correcta. Así, las religiones, por siglos, desviaron su real sentido para convertirse en entidades globalizadas y al ritmo del cataclismo universal. Por todo esto es que el mundo se ha convertido en el infierno, comenzó como un inocente juego de Dios para matar el aburrimiento y acabó con religiones dominando a los pueblos y con el diablo entrevistando nada más y nada menos que a su santidad, que sospecho también es fomentador del infierno en la tierra.
Yo me quedé boquiabierto ante semejante discurso, no podía creer que todos estos años de esfuerzo halla formado parte de la sociedad, parte de una sociedad hipócrita que no hacía más que construir un infierno, en ese momento, realmente, vi mi futuro igual al de Gaetano. Luego, para remendar mi vacío existencial pregunté al cardenal si alguna religión era la correcta o si no estaba alguna de ellas bajo la influencia del diablo, a lo que él acotó: Realmente… y aunque me duela decirlo, no. De hecho, la verdadera religión se perdió cuando el diablo fundó la suya y luego se mezclaron y nacieron más y más ramificaciones de una y de otra. Se han mezclado tanto que ya no sabemos cuál era el propósito original ni tampoco lo sabremos debido a que Gaetano ha muerto y él era quien poseía toda la información.
Al oír esto, se me abrió una puerta y pude preguntar porqué si Gaetano conocía el verdadero propósito de la religión no sentó las bases para la suya propia y así poder purificar a la sociedad polarizada. Él fue contundente en su respuesta y me dejó todavía más asombrado: ¡Ja!, en su momento me lo pregunté yo también… lo difícil de asimilar es que Gaetano intentó miles de veces implantar la verdadera religión, pero todas las veces que él fundaba una iglesia, las iglesias mayoritarias de Sheppard anulaban estos cultos calificándolos de sectas. De allí el peso de la moral sobre los hombres y de lo que imparten las religiones mayoritarias sobre ellos haciendo de la libertad de elección y pensamiento una utopía en un mundo que creemos democrático y justo pero que en realidad no lo es y es, verdaderamente, un infierno.
Yo, abatido por la inminencia de los argumentos, pregunté sin sentido: Pero… si esto es el infierno, ¿a dónde ha quedado el paraíso? Él exclamó: Pues… en la grandeza de nuestro espíritu, o al menos en lo que queda de ello.
Sheppard dialogó con el líder durante más de dos horas. Hablaron de política, de economía y de las situaciones que acarreaban las poblaciones. Al salir, Sheppard carcajeaba de felicidad, al fin sus planes resultaban y era el virtual amo del mundo. Los líderes de las religiones lo respetaban, tenía su propia mafia que administraba para hacer frente a los problemas y con eso solventaba toda su actividad. Cuando el cardenal lo oyó salir, apuntó directamente a la puerta. Sheppard salió y el cardenal dirigió el arma hacia él, a nosotros nos dejó libres. Yo le pregunté qué debíamos hacer mientras Sheppard gritaba desaforadamente clamando ayuda. Todos en esa habitación, a excepción de Sheppard, obedecimos al cardenal. Sheppard se cuestionaba sobre los porqués de nuestra decisión, nosotros les respondimos casi al unísono que no queríamos el mismo vacío existencial que ahora experimentábamos para nuestros hijos y que… luego de tanto trabajo, no se podía echar el mundo a perder tan fácilmente. Supongo fuimos víctimas de un positivismo ilusorio. Al ayudar me dio curiosidad el destino de Sheppard, el cardenal comenzó a dar órdenes para retirarnos del lugar. Cuando salimos de la habitación, -Sheppard por la fuerza del cardenal- nos condujimos por una serie de pasillos y escaleras de los cuales yo había perdido la cuenta, parecía un laberinto. Al final, vislumbramos una escalera en forma de caracol que enrumbaba hacia un oscuro sótano, lo que antaño solía ser una biblioteca de obras prohibidas capturadas en el período inquisitivo. Al entrar, un farol nos alumbró y el cardenal, con ayuda de mis compañeros, amordazó a Sheppard a una silla. Luego hizo una seña a todos como para retirarnos y dejarlo solo a Sheppard amordazado, el cardenal salió detrás de mí, me di vuelta y… para enmendar la duda de la situación le pregunté: ¿Qué estamos haciendo con Sheppard? Él me respondió luego de subir unos cuantos peldaños. Sin vacilar dijo: Pues… secuestrándolo.
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