Logra producir energía y eso es lo único que importa.
Lo que importa no es explicar el mundo, sino entender la esencia del mundo y entenderse, conocerse, descubrirse a sí mismo. Por lo tanto lo único que importa es conocerse a sí mismo en este mundo. Conocer la esencia del mundo nos permite desarrollarnos desde nuestra propia esencia, pero lo mejor es desarrollar nuestra propia esencia (son dos cosas diferentes). Cuando desarrollamos nuestra propia esencia le cumplimos al mundo.
Una esencia desarrollada transmite energía a los seres que aún no se han desarrollado y asusta a quienes se han alejado de su propia esencia (y eso es bueno, las imágenes, los efectos del susto quizás promuevan una corrección natural, como el “miedo al Diablo”, por ejemplo) e intercambia energía con quienes se han desarrollado.
La energía, y por eso es tan importante ser uno mismo, su propia desarrollada naturaleza, debe y de hecho es, como el agua a las plantas, a plantas diferentes; es decir: debe ser capaz de nutrir lo que es diferente a uno mismo, sólo los hace crecer a cada uno en su propia naturaleza y no busca que se desarrollen y se conviertan en seres iguales a él… no busca copias de sí mismo, pero sí colabora en el desarrollo de distintas esencias para que sean ellos mismos desarrollados (eso de ver que cada persona tiene su propia esencia no es cosa fácil, tampoco es fácil respetar ese hecho).
Por eso producir energía y transmitirla sin alterar el desenvolvimiento de aquello a lo que se transmite… es lo único que puede hacerse.
Porque el mundo es un campo variadísimo y lo único que se sabe es que las cosas pueden y pueden no desarrollarse.
Vivir en esta óptica nos enseña muchas cosas, yo elegí, por ejemplo, cumplir con mi desarrollo lentamente, a lo largo de muchas vidas y en esta, y en cada una, atenerme a mi destino, sabiendo que en el cielo, con cada cosa que haga aquí, alimentaré la bola que soy, para estar listo a moverme en libertad cuando el mundo se acabe… porque sé que algún día se acabará (pocos miles de años, claro). Eso yo. Pero en cuanto a los demás uno observa que hay cualidades y capacidad de cantidad diferentes, tan variados entre sí como frutos y como flores en sus etapas iniciales y como estrellas en el firmamento.
El filósofo, con la fuerza de su ética, debe ser como una abeja sabiendo que con cada persona se encuentra con una distinta flor y a los frutos les da un amable riego de agua. Debe también ser o saber ser humilde para que su tamaño no asuste,,pero debe ser capaz de recibir igualmente el agua que le arrojen a él y así no sentir esa clase de soledad sagrada que consiste en sentirse único dador. Aunque si así desea ser visto puede tragarse ese mojón.
(Inspirado en “The Duty of Genius” una biografía de Ludwig Wittgenstein escrita por Ray Monk)
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