Él no esta dispuesto a perderla.

Piensa en ella cada mañana. Aunque también piensa en él. Cree que la única manera de solucionar todo es arrojar su destino a las manos del azar. O lo que es lo mismo, vivir.
Con cada pasó se aleja más de su casa. Aún no sabemos hacia dónde se dirige. Él probablemente tampoco lo sabe. Lo qué si sabe es qué si sigue caminando en esa dirección habrá tomado las riendas del destino domesticando al azar que no es lo mismo que domesticar a un zorro perdido en un cuento infantil. Da algunos pasos hacia atrás. Cruza la calle. Regresa. Ahora va en dirección contraria o ¿ va en dirección correcta?. Piensa en la noche que acaba de pasar. Una noche sin sueños que no es lo mismo que una noche sin sueño. Él fue el centro de la pelea. Y no pudo tomar una decisión. Ahora tendrá que decidirse. El plazo se ha cumplido. Ya ha caminado varias cuadras. Ahora está muy cerca del lugar que lo lleva hacia lo femenino. Angustiado por perder el cariño de aquel hombre que tanto le ha enseñado decide correr. Regresar hacia él . Está apunto de llegar. Una gota de sudor. Dos gotas de sudor. Una piedra. Un perro se atraviesa. Llega al edificio. Observa el timbre. Piensa en tocarlo. Voltea a su derecha. Voltea a su izquierda. Mira arriba. Mira abajo. Saluda a los cuatro puntos cardinales. Y como si no se hubiera dado cuenta regresa su mirada a la izquierda. Ahí esta él. No va sólo. Va con ella. ¿Con ella?. Si, va con ella. La angustia llega. Una gota de sudor. Dos gotas de sudor. Se toman de la mano. Cruzan la calle. Se detienen. Él los ve besarse. Tres gotas de sudor. Corre. Él lo mira. Corre hacia él. Lo alcanza. Lo detiene. Lo abraza. Todo va a estar bien, no te preocupes, tu madre y yo hemos decidido no separarnos, ya no tienes nada que decidir.

Y así, la vida mediante el azar, vuelve a jugarle una mala pasada, la de ser tan sólo un observador.