Cuando mi hija Elga nació su padre no estaba presente. Una de tantas casualidades que existen en la vida de una persona quiso que ese día mi marido estuviera a punto de cumplir uno de sus mayores sueños.
Decidimos tener un hijo antes de casarnos, acordamos que sería justo en la luna de miel cuando yo debía quedarme embarazada.
Las palmeras que acariciaban la playa en aquel idílico país, las aguas claras, la arena fina y el sol rozándote el cuerpo me hacían soñar cosas infinitamente maravillosas. Así transcurrió nuestra luna de miel, tan rápida que me parecía mentira el día que debíamos partir, no me lo podía creer, pero aquello sólo era un sueño de pocos días y había que despertar para seguir con la rutina, algo variada; ahora éramos dos personas para repartirnos el amor a partes iguales.
Mi hija tiene ahora siete años. Su pelo es rubio y sus ojos, como dos soles, azules. Vivimos en una casa que tiene un bonito jardín, del cual me encargo yo de que esté lindo cada día. Después de llevar a Elga a su colegio, regreso muchos días cargada de alguna planta, de tierra para mis tiestos que tengo en las ventanas y a veces, no siempre, me he distraido en la ciudad unos minutos, sentada en un banco y con la cabeza echada hacia el cielo intentando ver un algo, cualquier objeto que se identifique con mi marido. Yo sé que él estará allá arriba pensando en nosotras dos, para mi sigue en su nave espacial, unas veces dentro, otras, con el peligro en las salidas fuera de la nave arreglando cualquier avería. Es su trabajo, lo que él quiso ser de pequeño y seguro que será el hombre más feliz de la Tierra ahora mismo.
Cuando lo conocí y tonteé con él la primera vez, ya sabía que era astronauta. Sabía que me tocarían muchos días de estar sola, de sufrimiento y muchas veces de tener el corazón en un puño. Pero yo le abrí el corazón del amor y no me arrepiento. Le quiero como es y le seguiré queriendo toda la vida.
Muchas noches mi hija se queda mirando por la ventana de su habitación hacia el cielo estrellado. Coloca su cabecita pegada al cristal y me dice que está contando las estrellas. Primero cuenta las que mas lucen y después las que menos. Va dándole vueltas a la cabeza sin dejar de mirar.
-Mamá,mamá,¿Tú crees que aquella estrella puede ser papá?,me ha sonreído y luce más que las otras.
-Sí hija-le contesto-seguro que es papá que desde allá arriba nos esta protegiendo.
Ella le lanza besos a través del cristal y le dice-papá vuelve pronto, te queremos.
A las familias de los siete tripulantes de la nave Columbia.
®Manuel Muñoz García-2003
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