Camino, levanto la vista. En la novedosa estación han construído justo en el segundo piso, sobre la vía en que corre el tren, un perfecto y redondo suicidódromo. Es decir, los desdichados ya no tienen que hacerse un lugar entre la gente que espera el carro. Basta con que se asomen del segundo piso y se aseguren el lanzamiento, la caída y consecuente electrocución... con muerte segura por una u otra causa.
Más adelante, me espera una bóveda moderna de azulejos, con luces fluorescentes de un azul intenso, me transportan. Imagino que corro enfundada en un traje de cuero blanco cual Triniti por los pasillos, pero no corro, camino. Una escala de gran cantidad de peldaños me permite la salida a la calle, aún en estos días de marzo, corre una brisa agradable. Las micros, el paradero. Anochecer de semana en el asfalto.