Pero el junco era, sin duda, alguien.
Los meses dentro del claustro los supe sobrellevar gracias a Félix Galdós y sus acertijos indescifrables. Nos pasábamos noches en vela, sin establecer ninguna conversación clara, intercambiando entre susurros palabras que sólo tenían sentido para nosotros.
-Raíz.
-Planta.
-Raíz- volvió a decir.
Quería que dijera más.
-Tiene que ser una planta.
-Agua.
-Una planta del agua.
-Agua.
-Alga.
Sabía que había errado. Entre la oscuridad profunda y el silencio negro, pude ver su cabeza negando mi afirmación, aunque pude captar el movimiento de sus labios cuando articularon la palabra “junco”.
Sabía que el junco era una planta acuática de la costa, que probablemente podía encontrar cerca del claustro, pero nunca se me ocurrió salir en su búsqueda. Sólo pude relacionar el Junco con la Piedra, y la piedra con los que Félix llamaba “ellos”, pero abandoné la idea cuando abandoné las charlas nocturnas con Félix por un tiempo.
El conserje del lugar, que a la vez era el portero, era un hombre huraño y con cara- tengo que decirlo- de pocos amigos. No obstante, no vivía sólo, lo acompañaba alguien, pero no supe quién hasta la noche en que me comentaron algo de ella. “Vive con él no sabemos desde cuándo”, me dijeron. “Algunos dicen que desde siempre”.
Se llamaba Sofía Flores, igual que el conserje, Porfirio Flores, pero no era su hija, decían que era sobrina suya. Tenía la piel clara y el cabello oscura, un perfecto contraste y una precisa combinación, que contrastaron mis días desde entonces. Sus ojos, al igual que su tez, eran claros, de un color que quizás nadie pueda determinar jamás, ni siquiera yo.
La primera vez que hablamos fue en la puerta de su casita dentro del internado. Pasaba por ahí en mis tiempos libres, sólo para verla. Se dio cuenta.
-¿Adónde vas?- me preguntó.
-A ningún lado.
-¿Qué haces?
-Nada.
Ese tipo de conversaciones se repitieron, e incluso alcanzaron la misma frecuencia- y elocuencia- que las que tenía con Félix. Fue por entonces, cuando inicié esos encuentros improvisados con Sofía, mi compañero de cuarto volvió a hablarme.
-¿Con quién hablas?
-Con nadie.
-Hablas con ella.
-Sofía.
-Hablas con ella- sólo repitió la oración.
-Sí, hablo con ella.
-Ella es como el junco.
-¿Ella es el junco?
-Nadie pregunta.
-Ella es algo.
-Ella es como el junco- dijo, determinante.
Comprendí que Sofía no era el junco, ya que sólo era como él. Pero el junco era, sin duda, alguien. Alguien como Sofía, pero no era ella. Alguien como ella, que tal vez la había criado y cuidaba de ella, porque el junco es fuerte- al menos eso dicen- y fuerte era aquel que se llamaba Porfirio Flores. |