Salió de su casa asustada realmente, cargando no más que un tiliche en su mano izquierda. Hubieras visto cómo se aferraba a él; era increíblemente enternecedor. Los primeros pasos los dio inseguros, pero poco a poco agarró más valentía, más confianza, más ilusión. Sus ojos tierra eran lindos y sus cabellos cascada caían negros sobre sus hombros. Es curioso como se acordaría de este día con tal detalle que a veces pareciera sentirlo, como si fuese ayer.
No había música, ni tangos, ni risas; sólo suspiros profundos que emanaban hondos del pecho. Tantas veces como niña había recorrido el mismo camino. Las mismas casas, las rocas cansadas, la fuente apagada. Si la vieses ahora… ya es toda una mujer. ¿Dónde quedaron los juegos y los sueños? Pintados de color naranja, difusos en el aire, alguien más los carga seguro. Ella se nos fue, escapó cuando no la veíamos, corrió con el aire contra la cara hacia la madurez. En algún rincón, su alma sigue siendo corazón.
Llegando al parque se sentó en la misma banca de siempre; verde y gastada por el clima; dura pero acogedora y siempre conocida. Se sentó y cerró los ojos duramente, contó hasta cien pero aún así no dejaba de temblar; temblaba con el cuerpo entero, desde adentro para afuera. Contó otra vez hasta cien, otra vez y después otra vez y él jamás llegaría. Ese es un hecho: él jamás llegaría. ¡Pero cómo romperle la ilusión, si es lo poco que todavía le quedaba!
No importa, se dijo. Mientras tanto los fantasmas bailaban a su alrededor, empezaban a perseguirla, a olerla profundamente y agarrarla desde lo más hondo. Ahí estaban los dos, la primera vez que se besaron; los dos riendo, tirados en el lodo; él haciéndole cosquillas a ella; ella mirándolo dormir la primera vez que hicieron el amor. Después seguían ahí los dos, gritando por tonterías; celosos y demandantes; tristes y desolados, acompañados en su soledad compartida.
La última vez que se vieron fue tormenta. Ella lloraba y él en su pasivo silencio la hería con dagas. Él la veía y una parte suya moría. Pero la necesidad fue tan grande que ambos se encogieron en un abrazo que sabía a gloria dentro del primer invierno de su primavera. Una ficción existente, un ente vibrando con vida, una historia desesperanzada.
Ahí sentada, ahora sabía la verdad. Hubieras entendido la soledad si hubieras visto tan sólo un pedazo de su cara. Frágilmente dejo el corazón que traía en su mano izquierda; lo dejo sobre la banca, como un beso perdido en el aire. Y si lo hubieras visto como lo vi yo, hubieras sentido algo realmente estremecedor.
|