Abrió sus ojos, casi sin querer mirar.
La ceniza aterrizó suavemente entre tantos otros cadáveres de suicidio inconciente.
Sus labios, resecos, se separaron suavemente. Y una melodía grave, pero sin ser música, brotó.
-Fuí yo. Desde siempre, y para siempre. Fuí yo. Es toda mi culpa, toda, siempre.
Silencio.
Afuera, en la calle inundada de brillo, de vitalidad, de futuro, se escuchaban voces y gritos infantiles.
Adentro, en el fondo de aquélla habitación lúgubre, reposaba ella.
-¿Porqué?- Interrogó él, siempre estático, con la misma mirada fría.
-Supongo que perdí el camino, no supe por dónde ir. Debo haberme sentido débil. Pero es toda mi culpa, siempre lo fué.
Silencio.
Los pasos se escuchaban pesados en la escalera, al otro lado de la puerta. Venían también acompasados con una respiración entrecortada y acelerada.
-Shh...-Ordenó él, siempre inmóvil, todavía mirándola.
-Si, shh...O nos va a escuchar.-Asintió ella, mirando de reojo hacia la puerta.
Silencio.
La puerta se abrió suavemente, rechinando. Detrás, apareció el rostro de Lucas, todavía enrojecido por las carreras y el sol.
-¿Con quién hablabas, mamá?-preguntó, soltando la pelota que traía bajo el brazo.
-Con nadie, Luquitas, con nadie.- Aseguró ella, apagando el cigarro rápidamente.
La mirada de Lucas pasó, en un segundo, de el rostro de su madre al humo que brotaba del cenizero, y de ahí casi instantáneamente al portarretratos sobre la mesa.
-¿Qué hace mi foto de papá aca? Dije que la quiero tener guardada en mi pieza para acordarme siempre de él...-dijo el niño, en un tono cargado de angustia.-¿No me digas que le estabas hablando otra vez?
Silencio.
Y finalmente, un sollozo ahogado lo rompió. |