Las olas golpeaban y sonaban por el acantilado que nos rodeaba y a Mónica le aterraba solo mirar por la ventana del bus y ver que esas ruedas estaban solo a centímetros de aquel precipicio, y cada vez que sus ojos apuntaban a esas gigantescas olas apretaba mis manos con firmeza como esperando que la rescatara de sus miedos, miedos que no eran por las olas precisamente, sino más bien por el miedo a desaparecer y que sus sueños nunca se realizaran.
Poco a poco fuimos acercándonos a nuestro destino, dejando el acantilado atrás, dando paso a la playa que nos abría sus brazos como si supiera de antemano que sería testigo de lo que planeaba. El día estaba nublado, pero ni siquiera me importaba, el solo hecho de estar al lado de la mujer que amaba, hacía que esos pequeños detalles quedarán en el olvido.
Mónica con solo mirar el mar, cambió su mirada un poco temblorosa por una mirada alegre que invadía todo su cuerpo, la que acompaño con una sonrisa que dibujaba esperanzas a esa linda cara de la cual ya estaba esclavizado. Ella tomó mi mano y apuró mis pasos, buscando rápidamente el camino que nos llevaría a ese mar verdoso y caprichoso que nos esperaba.
Es que si algo la podía tranquilizar, eso era el mar, cada vez que se sumergía en sus redes era como si escapara del mundo, como si el agua hiciera olvidar todos sus problemas y preocupaciones, como si el sonido de las olas raspando la arena la llevara a un lugar al que nadie podía entrar y del cual solo ella poseía las llaves.
-Ya pues Luciano, apurate – me dijo con ese tono enojón que le salía cuando las cosas no se hacían como quería, y con el cual siempre lograba convencerme.
-Espera un poco – le dije, solo con la intención de hacerla molestar otro poco, ya que aunque su tono enojón a veces me sulfuraba, debo reconocer que me resultaba gracioso escucharlo y ver como su nariz se arrugaba cuando ello ocurría.
Mientras caminaba a su encuentro para calmar su enojo, pensaba en como esa mujer había logrado atraparme tanto, en como ese carácter fuerte que siempre pensé que no me llamaba la atención, podía envolverme y hacer de mí un niño con el único deseo de ser abrigado por sus brazos. En realidad, no se como lo hacía, pero lo hacía.
Al llegar a su lado, aún notaba su enojo por mi demora, el cual logre calmar sosteniendo sus mejillas en mis manos y envolviéndola con el calor de un beso, un remedio que nunca fallaba, y un remedio que siempre me producía una sensación inexplicable.
-Ya mi niña, calmese – y envolviéndola en mis brazos logré tranquilizarla.
Después de ese abrazo nos tomamos de la mano y caminamos lentamente hacia la playa.
A ella le encantaba ese lugar, no era la primera vez que íbamos, la mezcla de bosques y playa la cautivaba, aquel pueblo tenía algo mágico, se podía pasar de las sombras y tranquilidad de un camino de árboles gigantes que parecían que yacían allí hace millones de años, a la candidez de una larga playa cuyas bravas aguas hacían respetar incluso al más temerario de los nadadores.
Esa capacidad de poder observar las cosas y de valorar cada detalle por más pequeño que fuera, lo aprendí de ella, desde el primer día que la conocí me di cuenta de esa increíble parte de su personalidad, esa forma de involucrarse con detalles tan pequeños que podían incluso sensibilizarla hasta el extremo de ponerla triste, instante en que mis palabras y besos hacían su ingreso para darle la tranquilidad y paz que solo ella merecía.
Llegamos a la playa y de inmediato Mónica quedo en traje de baño y corrió al mar como si fuese un encuentro entre dos viejos amigos que han dejado de verse hace años. Yo me quede ordenando las cosas, y asegurándome que el par de anillos continuaban en su lugar de la mochila.
Hoy sería el gran día.
No sabía muy bien como iba a pedírselo, tampoco había querido prepararlo, pues con ella todo siempre fue natural, nuestro encuentro, nuestro primer beso, nuestra primera relación sexual y nuestra decisión de vivir juntos. Aunque siempre hablamos que el solo hecho de vivir juntos ya era un compromiso lo bastante grande y que un papel no cambiaría en nada lo que sentía por ella, sabía lo que sentía, para ella el matrimonio era importante y significaba mucho, y yo la amaba tanto que estaba dispuesto a hacerla feliz convirtiéndola en mi mujer para siempre.
Al sentir sus pasos acercarse guarde los anillos rápidamente, y con sus brazos empapados mojó mi camisa y un suave beso en mi cuello hizo estremecer mi cuerpo, con lo cual me di vuelta y agarrándola la arroje suavemente sobre la arena y observe sus ojos y en como la invadiría la felicidad cuando se lo propusiera, como brotarían las lágrimas cuando le dijera que ella era la mujer con la cual quería formar la familia numerosa que siempre soñamos.
-Qué te pasa Luciano – me dijo con una sonrisa en su cara.
-Nada, porque.
-Te noto raro, pero contento. ¿Qué sorpresa me tienes?
Me era imposible disimular frente a ella, siempre adivinaba lo que sentía o lo que quería y solo atiné a retrasar un poco más mi petición.
-Ideas tuyas – le conteste con tono picaresco.
Entonces, y como sabiendo que necesitaba más tiempo para algo, se puso de pie y fue nuevamente a jugar con el mar.
Me puse a pensar que ese hubiera sido el momento perfecto para pedirle que fuera mi mujer, pero bueno, ya no había sido.
Ahora tenía que ingeniármelas para buscar un nuevo momento.
Cuando me di cuenta que estaba planeando un momento, pensé en lo tonto que fui. Que hacía yo buscando un momento con Mónica. Si siempre todo nació de la nada, porque ahora tendría que ser distinto. Estaba decidido, cuando volviera se lo pediría, sin rodeos, sin adornos y sin orquestaciones, solo con la sinceridad y el amor que nacieran de mis ojos y mi corazón. Como siempre.
Fijé mi vista en su cuerpo en el mar para hacerle señas de que saliera, que viniera a mi lado, pero note que estaba demasiado lejos de la orilla, no me preocupe tanto, ya que era normal que ella se adentrara a esas alturas, pero al observar más detenidamente sus gestos me di cuenta que estaba en problemas.
Llamé por ayuda y sin pensarlo siquiera me arrojé a buscarla.
Nadé con todas mis fuerzas para llegar a ella, pero ya su cuerpo había desaparecido de la superficie, no podía verla y aunque busque incansablemente, algo en mi corazón me decía que la había perdido.
No pude hacer nada más, ya era demasiado tarde, Mónica ya no estaba.
Tenía un dolor tan grande en mi alma, una impotencia gigante contra este entupido mar que me la había quitado, el mismo mar que era su amigo, el mismo que siempre Mónica buscó para tranquilizar su espíritu, ese mismo pedazo de agua me quitaba a la mujer que amaba.
Mientras buscaban su cuerpo, solo podía pensar en que se fue sin siquiera saber que le pediría matrimonio, me preguntaba si todo hubiera sido distinto si no la hubiera hecho esperar o si aun estaría conmigo si jamás se me hubiera ocurrido llevarla a ese lugar. Pero también tenía muy claro que a ella no le hubiera gustado que estuviera cuestionando los hechos, “las cosas y las personas se cruzan en tu vida por algo”, es lo que siempre repetía, y ahora más que nunca necesitaba creer en ello.
Nunca encontraron su cuerpo, a veces creo que ella mismo se escondió para que no la encontrasen y así quedarse a vivir para siempre en su mar, como más de alguna vez lo soñó.
Ya han pasado casi cinco años de aquello y aún la sigo amando tan intensamente como siempre, aún recuerdo sus besos y caricias, y aún sigo pensando que Mónica es la mujer de mi vida.
Cada vez que puedo regreso al lugar donde ocurrió todo, porque ahora ese es su hogar y conversamos largas horas los tres, Mónica, el mar y yo, ellos saben de mí y yo se de ellos.
Esas conversaciones me dieron tantas respuestas que han ido tranquilizando mi alma, ahora sé que ella me amaba tanto como yo a ella, ahora sé que ella es muy feliz y está tranquila, ahora sé que me acompaña a todas partes, ahora sé que me besa cada noche y, por sobre todo, ahora sé que se fue sabiendo que esa tarde le pediría lo que tanto esperaba.
Ahora los anillos están con ella, junto con el beso que les di al arrojárselo y junto con la promesa que le hice de que todo lo que haría en mi vida lo haría por ella, por mi amor, por mi vida, por mi ángel.
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