Primera
Mira de frente. Sin la menor vacilación mira de frente, con la obstinación de un dios. Mantén tu vista en tu vista sin parpadear, hinca la mirada hasta que veas en los iris de tus ojos reflejados el reflejo de tus ojos que reflejan en sus iris tus ojos que reflejan en sus iris tus ojos que reflejan tus ojos que reflejan tus ojos, tus ojos, tus ojos y así hasta que el infinito sea un amigo y no un vértigo, un universo o el lugar común de un mal poeta.
Segunda
Observa el cuarto a través de su reflejo. Hazlo con el borde de los ojos, concéntrate en mirar todo lo que hay alrededor de lo que mira el centro de tus ojos, a la vez y en todas las direcciones, los ojos fijos. No tengas miedo cuando descubras que tú ya no estás ahí, que el centro de tus ojos en realidad no sirve para nada, que la vida está en esa otra mirada y que las cosas no están tan quietas y muertas como disimulan cuando saben que las estamos viendo. De ahí a la genialidad o la locura, sólo te separarán cuatro sentidos.
Tercera
Mira el espejo. Ya no a ti ni a las cosas, abstráete de todo reflejo y piérdete en el cristal, comprende al fin que no sólo eres tú quien mira el espejo sino también él a ti, que sonríe de luz por haber atrapado tu imagen esos segundos en que vuelve a vivir, antes de que salgas del cuarto y lo mates una vez más porque, ahora lo ves claro, el reflejo de un espejo no existe si nadie lo ve. Una vez sepas esto, entenderás la única verdad: que todos, hombres y mujeres, somos espejos. |