Sentado en una tarde en un banco de no se fijó qué plaza estaba Martín imaginándose a sí mismo exactamente en ese mismo lugar. Deseaba enamorarse, cerrar los ojos y sentir cómo es sentir y abrirlos y comenzar a ver como que desde otra persona o desde ese sí mismo al que pertenece toda esa larga búsqueda desde hace algunos años.

Vio a la gente ir y venir o simplemente pasar de un lado a otro mientras Martín tragaba saliva que le llenaba el corazón. Encontrarse con algún conocido equivaldría a olvidarlo todo. Buscaba enamorarse. A una señora joven se le cayó la bolsa del mercado, rota por el fondo, y Martín intervino a ayudar.

- Déjame ayudarte – dijo casi imperativamente, así le salió la voz.

- No hace falta – dijo la señora, pero Martín no le hizo caso.

- Espere un momento – Martín se dirigió velozmente al mercado y retornó con una bolsa plástica, en realidad dos, una dentro de otra a manera de refuerzo. La señora sonrió como por cortesía, pero en el fondo estaba asustada. Martín no decía nada, simplemente ayudó. Colocó todo velozmente en la doble bolsa y se la entregó a la mujer con ojos de asesino, con ojos de desconocido. La mujer agradeció y se marchó. Al llegar a una esquina la mujer vaciló, un ángel de Dios hizo algo similar a cagarle encima, la mujer dio la media vuelta y le gritó “¡Gracias!” con voz sincera, hizo gesto de acercarse para agradecer aún más, Martín hizo inmediatamente gesto de que se detuviese y bajó modestamente la cabeza, recibiendo las gracias e imponiendo una pared . Martín se sentó en el banco, en realidad no tenía ganas de conocer a nadie. Estaba allí solamente para juzgarlos.