Barcelona, 7 de marzo de 2006
Mi "ya no" querido amante:
Te fuiste de repente, sin una explicación y aunque el amor se terminara en mi, todavía llevo clavada una espina que pienso sacarme ahora.
Ya no te amo, ni siquiera te odio, no me creerías si te dijera que no siento nada cuando te recuerdo; es cierto, pero te escribo porque me gusta terminar las cosas, pasar página sabiendo que hice lo correcto por eso hoy te esbribo esta carta.
No soy como tú, no dejo los sentimientos sin respuesta, no soporto la indecisión, el silencio de la cobardía.
No es mi intención insultarte porque ya ni siquiera me importa hacerte daño; no voy a perder ni uno solo de mis momentos en herirte saciando así absurdas venganzas, pero si debo decirte que jamás te atreverás a apostar como yo lo hice, jamás sentirás la felicidad de darlo todo, de jugar fuerte, como los verdaderos ganadores; volar, sentirse libre y desnudo en una relación, sin nada que perder, nada más que el miedo y la pobreza de espíritu.
Ahora te diré esa frase tan conocida:
"Hay personas pobres y pobres personas"
Tu estatus social es muy alto y yo soy una persona pobre.
(a buen entendedor pocas palabras bastan)
Te limitaste a abandonarme sin darme un motivo, sin dejarme hablar ni preguntar, se que temías que yo te convenciera de tu error pues no había razón alguna para terminar con lo nuestro.
Se que aún me sueñas, tengo la suficiente intuición y te conozco demasiado bien como para no saberlo. Te mostré una vida y una libertad que nunca habías soñado y se que eso no se olvida fácilmente. Imagino cuantas veces te has arrepentido de tu cobardía.
Pero no escribo esto para hacerte daño, sino para terminar ya de una vez con lo poco que me queda dentro; es ese malestar, ese regusto amargo de que en tu decisión no me dieras ni una sola razón para dejarme; ni siquiera inventaste un pretexto.
Admito que esto que escribo es puramente egoísta, no preguntaré como estás, pues no me importa demasiado, pero si me preguntaré como estoy yo, y estoy haciendo lo que me pide el alma, acabar de sanarme vaciándome de lo poco que me queda de ti.
Cobarde, si; repito, no es un insulto, es una realidad. Al contrario que a ti, a mi me gusta llamar a las cosas por su nombre.
Y tanto temes reconocerlo que desapareciste, sentía vergüenza ajena cada vez que te telefoneaba y hacías que tu padre hablara por ti; nunca estabas en casa !que casualidad!
Eso es indecencia por tu parte, tómatelo como quieras, pero voy a terminar esta carta, necesito liberarme ya y para siempre.
Ahora me alegro de que me dejaras, me alegro, si, porque hubieras recortado mis alas y yo no puedo dejar de volar.
Necesito la libertad más que comer y no me asusta la soledad, prefiero mil veces estar sola a estar presa y se que a la larga habrías lastrado mi vuelo y me habría apartado de tu lado.
Por eso, en esta carta tan llena de reproches, también hago un sitio para darte las gracias.
Gracias porque abandonar duele y tú evitaste que yo pasara ese mal trago, el de alejarme de ti.
Y ahora, que he podido despedirme como las personas, deseo que seas feliz en tu camino.
Atte.
La vida.
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