CAPITULO 4
DESCENSO A LAS CATACUMBAS
Yack, sentado a la puerta de la casa, utilizando la poca luz y paz que en ese momento había, comenzó a leer la libreta de Maikel; el relato continuaba así:
... Y desde entonces, cada 30 años, esta zona a sido arrasada por innumerables catástrofes, debajo de las cuales se esconde un oscuro secreto. A pesar de mi escepticismo al principio, una serie de fenómenos comienzan a minar esa primera impresión. He investigado, y, si mis cálculos no fallan, cosa que deseo que ocurra, dentro de una semana, dos a lo máximo, el demonio resucitará, y con él, toda su maldad.
Solo una cosa puede matarlo, la daga de Wedviseu. La daga que asesinó a su primer cuerpo.
Según la leyenda, esta daga se encuentra enterrada en una cueva, al otro lado de la montaña de Tersede. Ya la he buscado, la cueva fue sepultada por un terremoto. Pero, en realidad, no era la única entrada. Se puede llegar a ella a través de las catacumbas construidas hace siglos por los primeros cristianos.
A estas catacumbas se puede llegar desde la biblioteca. Esta trascripción es del diario del joven Juan. “En el suelo, en una de las baldosas, más cercanas al ventanal, aparece escrito un numero romano, VI; desde esa baldosa cuenta hacia la izquierda 6 pasos. Si has contado bien llegarás a una parte del mosaico del mar. El pez que se encuentra más cerca de ti es la llave a las catacumbas. El ojo te abrirá la puerta.”
Juan fue él ultimo en ver la daga, por lo que no dudo que esa debe seguir donde la dejó. Al bajar debes dirigirte hacia el nordeste, siempre hacia el noreste. Cuando llegues a una puerta de madera debes detenerte y prepararte para luchar contra el espíritu que protege la daga, para ello debes utilizar la espada del Valor y el escudo del Coraje, y lo más importante, no rendirte ni asustarte antes de entrar, luego... prepárate para luchar.
Sea quien sea, haga caso a lo que lee aquí por muy fantástico que le parezca. Yo mismo iré a buscarla, pero si usted ha encontrado esta libreta es porque me han detenido antes de encontrarla. No lo dude, aunque solo sea por cumplir la ultima voluntad de un pobre loco, vaya, coja la daga y evite el sufrimiento de tantas personas.
Maikel Adalser Corvael:
Una sonrisa, vacía y triste asomó a los labios de Yack. Este siempre se había preguntado por qué Maikel dejo a un lado sus sueños de escritor, sin lugar a dudas tenía un gran don para la palabra. Pero una punzada de dolor se incrusto en su corazón. Las ultimas palabras de Maikel aún podían cumplirse.
Mientras veía anochecer, tomó una decisión...
La oscuridad reinante permitía al intruso infiltrarse entre las líneas enemigas. Con un traje oscuro, una mochila negra y una cuerda alrededor del pecho se dirigió hacia la salida del pueblo.
Una patrulla de muertos vigila la carretera para evitar que nadie huya.
El intruso casi a sido detectado, por suerte, los zombis no tienen mucho cerebro, si no, se habría visto mal. El valiente joven ha llegado a su destino. No, la carretera no, la biblioteca. En efecto, el intruso no era otro que Yack.
Evitando la luz de un par de farolas llegó al ventanal de la biblioteca, el que atravesaron para escapar de sus perseguidores.
Al tercer intento con el gancho consiguió enganchar la cuerda. Trepó por ella justo antes de que una patrulla de muertos pasase bajo él y le descubrieran.
Dentro de la biblioteca comenzó a buscar la entrada secreta. Tal y como Maikel escribió, la entrada estaba en el mosaico. Una argolla, disimulada como el ojo de un enorme pez de color verde esmeralda, abría la entrada a las catacumbas. En el momento de descender un grupo de muertos entraron guiados por la luz de la linterna de Yack. Rápidamente Yack saltó hacia la oscuridad. Los muertos le siguieron deseosos de destruirle, de poder disfrutar de su sangre caliente y rebosante de vida.
Mientras corría seguido por los muertos de cerca, Yack trataba de no equivocarse al girar. Era una suerte que los muertos fueran tan lentos y tan torpes, pues si no, le habrían cogido. Los pasadizos estaban húmedos y resbaladizos, enormes ratas de pelaje espeso y ojos rojizos corrían asustadas hacia sus madrigueras y enormes telarañas se interponían en su camino.
- Espero que la linterna tenga pilas suficientes, porque si no, voy a acabar muy mal.- susurró para sí mismo Yack.
Corriendo recorrió lo que a él le pareció un laberinto que no le llevaba a ninguna parte.
Hacía ya unos veinte minutos que recorría el túnel cuando notó que los muertos ganaban terreno. Aunque fuesen más lentos, ellos no se cansaban, pero Yack sí.
De pronto, delante de él surgió una especie de puerta de gran tamaño, mas que una puerta era un arco de piedra caliza, brillante, de una blancura cegadora. A los lados, grabados en la piedra, extraños símbolos destacaban por su oscura escritura; escritura de sangre.
Un ruido detrás de él hizo que dejase de admirar aquella obra de arte. Los muertos estaban cada vez más cerca.
Yack atravesó el arco y siguió corriendo, pero de pronto; un ruido, una especie de estruendo hizo que se girase. El resbaladizo suelo de piedra había hecho que los muertos cayesen al suelo y traspasasen el arco. El ruido venia de las calaveras rotas y huesos convertidos en polvo pues los signos que tanto le habían atraído eran formulas contra los malos espíritus y estas habían reducido a polvo a sus perseguidores.
Caminando mas despacio, con tranquilidad y en absoluto silencio se fue acercando a una enorme puerta de madera. Tenía mas de dos metros y medio. Cuando ya estaba justamente delante de ella, respiró hondo y haciendo un gran esfuerzo, la abrió.
Ante él surgió una enorme fuente de piedra tallada en granito y llena de agua cristalina en el centro de la cual se encontraba, hundida hasta la empuñadura dorada, la maravillosa espada. Colocándose en el borde y tratando de no meter los pies en el agua agarró fuertemente la empuñadura y arrancó la espada de la roca.
De pronto un temblor sacudió la tierra he hizo que Yack cayera al suelo. A través de una grieta en la pared de la cueva surgía un destello de luz que invadía la estancia. Ahí detrás debía de encontrarse aquello a lo que tenía que enfrentarse, al guardián de la daga. Se acercó a la pared, que se encontraba a su derecha, de donde colgaba el escudo que brillaba reflejando la luz de la grieta, y, tras cogerle, penetró por la estrecha hendidura de la pared.
Tras pasar, se encontró en un largo y ancho pasillo iluminado por varias antorchas. Yack estaba intrigado, ¿quién habría encendido las antorchas?, ¿Cómo era posible que no se consumieran?, ¿Cuánto tiempo llevaban encendidas?... Estas y otras tantas preguntas asaltaban la mente de Yack.
Él siguió caminando por el pasillo iluminado hasta que llegó a una gran puerta de un color blanquecino, parecido al... marfil, si, al marfil. Era un blanco deslumbrante y cegador. A medida que se acercaba a la puerta se daba cuenta de que no era marfil, eran huesos, huesos de color blanquecino, esqueletos pulidos y limpios, calaveras sonrientes que aguardaban a un invitado que cada treinta años debería traspasarlas para enfrentarse al protector de la daga.
Estaba ya frente a la enorme puerta, se disponía a entrar cuando, antes de tocarla, con un crujido que aterrorizaría a cualquiera, se abrió lentamente.
Yack, sujetando la espada con fuerza y protegiéndose con el escudo, entró.
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