Quizá me provoque llamar a este personaje “José”, creo que José se mueve en un charco como un renacuajito bajo mis pies cuando a veces deseo escribir algo y no tengo ni la más mínima idea de lo que deseo escribir. Quizá frente a mí hay un espejo y de él tome algunas tonalidades para lo que os voy a inventar; contar, también. Quien inventa siempre cuenta, el problema es saber si cuenta o si se cuenta, quizá si me desaparezco solamente cuento.
“El hombre que era poco hombre” es un título que me pareció bueno, extremadamente bueno por todos los contenidos que puede haber en él; debo decir que ahora me veo obligado a hacer algo con él; escribir un texto salido de esta corriente que va de esta pluma hasta mi mente (y no al revés). Hay una equivocación si se cree que soy el creador, sólo sigo los impulsos a los que creo que obedezco, siempre espero que estos impulsos me lleven a algo, impulsos que creo que se hallan fuera de mí. Creo que me presto a que fuerzas externas actúen desde fuera de mí. Es sumamente bello este sentimiento, es un nuevo concepto de utilidad, de servicio, creo que son los muertos, gente que dejó su aliento… gente que se dejó en su aliento y eso me parece bien.
Miren el comienzo de un texto: “Quien opta por la soledad…” ¿Soy yo el que escribe esto?, solo deseo que se piense que no soy yo. Sólo por la soledad, por las compañías que se juntan en la soledad, sé que no soy yo, quizá sea Joaquín viniéndome a hablarme de él mismo, posándose en mi espejo, haciendo imperar su personalidad, su tonalidad. Pero frente a mí no hay ningún espejo, sólo hay espejo tras de mí, un escudo acaparador que se forma tras mi espalda, una energía que se forma y absorbe de mi corazón hasta que se satisface… y me vuelvo otro.
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