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Inicio / Cuenteros Locales / carlos / El Caballero (o los hijos del dragón)

[C:1863]

Hace mucho, mucho tiempo, en un lejano país, vivió un caballero nacido para matar al dragón.

Descendiente del más deslumbrante linaje, el caballero Jorge siempre supo que su destino estaba ligado a la muerte de un dragón, del mismo modo que el de su padre antes de él, y el de su abuelo antes que su padre, y así hasta el principio de su estirpe. Su carácter sin embargo contrastaba con el de sus ascendientes, pues ya desde su infancia, y con especial énfasis durante la adolescencia, hizo gala de una personalidad atormentada y de trato difícil. En ocasiones durante horas, incluso días, se encerraba sin querer ver a nadie, so pena de recibir vejatorios gritos e insultos. Su familia aprendió pronto a dejarlo solo en tales circunstancias.

Cuando cumplió la mayoría de edad fue obsequiado con la armadura de la familia, especialmente diseñada para soportar altas temperaturas, y la espada más poderosa jamás forjada, capaz de atravesar la cabeza de un dragón de un solo golpe.

Vestido de esta guisa y despedido únicamente por su familia, Jorge abandonó la fortaleza para iniciar la búsqueda de su dragón. Lejanos quedaban ya los gloriosos días en que éstos abundaban cerca del castillo, y el temor del pueblo a sus ataques los convertían en héroes aclamados por la multitud. Tiempos aquellos en los que los caballeros podían permitirse el lujo de elegir el dragón que decapitar. Sin embargo, en la época que a Jorge le había tocado vivir, para su desgracia, era él quién tenía que salir en busca de su destino allá donde se encontrase, pues no podía esquivarlo.

Partió en primavera, cuando el buen tiempo apenas había hecho su aparición, y se dirigió a las tierras del este, pues fama tenían de haber sido residencia de dragones en el pasado, y las recorrió por completo, pero no encontró animal que superase en tamaño a su caballo. Se dirigió a continuación a las tierras del norte, aprovechando la llegada del verano, pues en ellas el calor era aún soportable. Subió montañas, cruzó lagos, atravesó valles, pero nada encontró. Con el otoño se dirigió a las tierras del sur, allá donde las rocas cubrían todo el paisaje, y ni una sola hoja podría ver caer. La desesperación comenzó a hacer mella en él a medida que iba pasando el tiempo y no conseguía encontrar indicio alguno de dragón. Gritaba al cielo culpándole de su desgracia, destrozaba árboles con su espada para calmar su ira, y los pequeños animales que le encontraban de esta guisa huían despavoridos para evitar ser ensartados. Con todo el reino recorrido, pues del oeste es de donde venía y sabía con seguridad que allí no encontraría nada, y sintiéndose profundamente desdichado, el caballero volvió a su casa donde se encerró durante una semana sin querer contar nada sobre su fracasada campaña. Al cabo, con los ojos hundidos confesó a su padre que no había conseguido encontrar dragón alguno en todo el reino. Famoso por su sabiduría, éste le aconsejó que se dirigiera a consultar al mago que habitaba en palacio, pues no era esta la primera vez que se hacían difíciles de encontrar, y sólo él podría enseñarle el camino para cumplir con su destino.

Cuando llegó a palacio el mago estaba esperándole, y sin mediar palabra le situó junto a un gran espejo.
-Mirad en esta mi ventana de poder- le dijo- y encontraréis lo que buscáis.
El caballero se colocó según le fue indicado, y de repente vió aparecer un gran dragón mirándole fijamente. Sorprendido, pues no esperaba encontrarlo tan cerca, desenvainó impulsivamente su espada, para contemplar estupefacto como la imagen del espejo hacía lo propio.
-¡¿Qué está sucediendo aquí?!- gritó el caballero.
-Guardad vuestra espada, pues no puede heriros si vos no queréis.
Sin conseguir entender obedeció, contemplando como el reflejo le imitaba.
-Ahí tenéis vuestro dragón,-señaló el mago- siempre estuvo con vos, porque el último ejemplar de la más poderosa especie que jamás ha existido, se encuentra en vuestro interior.
El caballero no podía dar crédito a las palabras del mago, y cómo si de una mala comida se tratara, se veía incapaz de digerirlas.
-¿Cómo puede un animal de semejante tamaño habitar dentro de mí?- inquirió el caballero.
-No subestiméis su poder. Son seres mágicos que los humanos nunca hemos llegado a comprender. El dragón de vuestro interior es el último de su especie. Ha sacrificado su libertad a cambio de la supervivencia. Ha elegido vuestra estirpe porque sabe que sois orgullosos y fuertes, y podréis soportar su existencia.
-¿Cómo puedo matarlo?- preguntó ansioso el caballero.
-No podéis herirle sin sangrar vos. No podéis matarlo sin acabar a la vez con vuestra propia vida.
El caballero se dirigió al mago con indignación.
-¡Estáis loco, y con vuestra locura me ponéis en peligro!- y con un rápido movimiento de su espada certificó el silencio del mago degollándolo.

Con gran cuidado ocultó cualquier prueba que pudiera inculparle, y el único que podría haber hablado en contra del caballero, su propio padre, prefirió callar sus sospechas, y aceptó la versión según la cuál, al llegar, el mago ya estaba muerto.

El caballero tuvo veintitrés vástagos de diversas esposas, muchos de los cuáles abandonaron pronto su hogar y fueron a buscar fortuna a reinos lejanos. Algunos de ellos pusieron fin a su vida de un modo prematuro y con su propia mano, siempre en extrañas circunstancias. Sin embargo, todos tuvieron un rasgo común que siempre los definió como hermanos e hijos de su padre. Todos vivieron atormentados.

Texto agregado el 03-02-2003, y leído por 451 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
22-04-2006 muy buenas tus historias de mundos mágicos inusuales. KAReLI
15-02-2003 Cuento màgico!!! Muy bonito y bien escrito. williemay
04-02-2003 Yo no conozco mucho a cerca de los relatos de la Europa antigua pero este me ha parecido lindísimo. Tienbes una gran facilidad de narrativa; fluida. Bien logrado Carlos. Un abrzo. Gustavo gammboa
04-02-2003 que cuento tan bonito¡¡¡ irradia magia por todas partes... un saludo rnahimla
 
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