Mi nombre rebosa hoy de infinita tristeza
mientras aquel que comparte mi cama
duerme y lo ignora.
Al filo de su mismo tiempo
y mamando del pecho de este laberinto,
empiezo a caer hasta el fondo,
como derribándome en la profunda desmemoria de un vaso de cerveza
buscando, tal vez,
evitarme sorbo a sorbo,
bogando hacia la calma.

Entre pensamientos cortos y fugaces
salpican esta divagación
una multitud de imágenes repetidas
que no me dejan abrir los ojos,
mientras la velocidad de mi caída
hace que el viento queme mi rostro de ebrio abatido
y que mi exhalación se turbe
y mi lascivia se desvanezca,
en esta confusión de luces y raíces.

Caído el cuerpo,
permanezco inmóvil como una basílica,
sigilosa como un veneno,
echada sobre la tierra de mi cama,
como el cuerpo de un animal muerto.
Al abrir los ojos,
veo de nuevo al hombre que duerme sin soltar mi mano,
mientras llegan a mí
su aliento indiferente
y el sueño demente del diario reposo.