Agradezco a Blas León la contribución a esta columna de lunes.
Carloel22.-
POETAS DE GUARDIA
Otra noche más ¡qué aburrimiento!...
...y nadie suena o quema o hiela o llama
en esta noche, en la que, como en casi todas, soy poeta de guardia.
Gloria Fuertes.
Imagino a Gloria Fuertes, sentada junto a su mesa camilla, en una noche más en la que dormir es una perdida de tiempo. En una noche en la que, como en casi todas, es poeta de guardia.
Poeta, como médico o farmacia; vigilante del sueño de los otros a jornada completa (aunque por el día le ayuda Coleta que es niña con los niños y también poeta). Escribe a corazón abierto para la humanidad, ”que los poetas que escriben para sí mismos, parecen incompletos.”
Levanta la cabeza, relee lo que ha escrito. Lo ha hecho sin catálogo, sin rima, a lo que sale; con el único propósito de llevar amor, humor y alegría donde hay desamor, apatía o tristeza. Ya no tiene remedio. “Es difícil rectificar en vidrio, acuarela o amor –piensa–, además, la útil expresión es más importante que la inútil perfección”
“Escribo como escribo,
a veces deliberadamente mal,
para que os llegue bien”
¿Será la hora? Camina por la casa. Se prepara un café que no se toma, se asoma a la ventana. Detrás de cada sombra hay un poema, lo que ocurre es que la gente no habla, ni lee poesía, ni juega con los niños; si lo hiciera, no habría tanta prisa, habría risa en vez de tristeza.
Nadie llama, llamara o llamaría. La portera o un borracho o una señorita o el que hace la guerra por el día:
“Sale caro, señores, ser poeta.
La gente va y se acuesta tan tranquila...”
Oye un ruido: Tal vez sea Coleta que a veces sueña en verso y se despierta:
“Estoy muy cansada, no tengo consuelo,
pero si me quedo parada,
me puedo morir helada.
¡Virgen de las Nieves,
quién fuera Hada!”
Gloria entra, arropa a Coleta y le da un beso. Recuerda: “Cuando vino del pueblo, Coleta vestía de paleta, ahora viste como cualquier niña. Tiene los ojos grandes y los pies pequeños y tiene el corazón como un piano...” ¡Hay que niña! Cuando sea mayor trabajará en un circo, con Trompi, el elefante y se traerá del pueblo a su abuela Calixta, que también es muy lista.
Se hace tarde, pronto será mañana. Nadie llama.
“Tengo paciencia, pero no freno.
Mi preocupación por los demás va muy deprisa...”
Por fin suena el teléfono. Gloria se sobresalta, por la espera o por lo inesperado ¿es lo que espera? ¡Anda contesta, Gloria, o se despertará Coleta!
“Diga –dice Gloria– ¡Pues claro, soy poeta! Estoy de guardia ¿Cómo dice? ¿Qué el poeta es usted? ¿Qué quiere recitarme una poesía? Entonces venga. Le espero levantada.
El que ha llamado se llama Gabriel: Gabriel Celaya. Fue el primer poeta que Gloria conoció en persona, no en libro; cuando le pisó aquel premio y ella quedó segundona. “Parecía un príncipe, lo que son las cosas”
Escribe, como ella, de las cosas que pasan, en España. Escribe a cuerpo entero, con la esperanza de construir con su poesía, un futuro mejor:
“Españoles con futuro
y españoles que, por serlo,
aunque encarnan lo pasado no pueden darlo por bueno...”
Gabriel, poeta del norte, poeta del acero; escribe versos-martillo que golpean el silencio de los que saben callando, de los que callan sabiendo, de los que, a fuerza de golpes, construyen el ruedo ibérico.
Llega vestido con su mono de trabajo y bajo el brazo trae su poesía herramienta:
“Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto...”
“¡Anda, pasa –dice Gloria– y cuéntame lo te pasa!
Entra lamentando que ese pan no le da para comer. Lamenta que, para saciar el hambre, tal vez tenga que vender una parte de su tesoro más querido: Su biblioteca.
Cuando se sientan, lee:
“Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quién no toma partido hasta mancharse.
Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.
No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.
Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra, son actos.
Lo que resta de la noche se les va en escribir a cuatro manos, en leer a ocho ojos, en hablar de lo que de eterno tiene la poesía, de los poetas que quedan, de los que se van quedando, de los que harán el futuro y del inmenso trabajo que aún queda por hacer. Sin mirar el reloj, eso sí, que ser poeta de guardia, no tiene horario.
(*) Las palabras en cursiva pertenecen a textos de Gloria Fuertes y Gabriel Celaya, poetas que nunca morirán.
Blas León
Madrid, 2006.
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