La pequeña ventanita del confesionario se abrió para mostrarme entre las sombras:
- Padre he pecado... murmuré ajena a mi delito
- Te escucho hija mía asintió el cura con el velo de la santidad junto a su rostro
- Me he alejado de Dios padre, estoy enamorada de un hombre comprometido le dije casi exponiendo mi alma ante sus ojos
- El Señor te sabrá guiar en estos menesteres del amor porque es gozo enraizado en el espíritu divino parafraseó el padre Julio, mi primer confesor desde pequeña, mientras sus dedos rozaban una y otra vez las vueltas del rosario
- No creo que pueda hacerlo padre, he mentido demasiado ya, quise dejarlo pero mi amor es tan inmenso...
- Todo es posible en el reino de Dios respondió con sus labios prolijos y la mirada llena de tinieblas -
- Seguiré entonces su consejo le dije con la verdad estallando entre mi piel
- Ve con Dios hija finalizó él
Erguí mi cuerpo atrapado entre las campanadas y mi inseguridad como una torre enorme que se iba diluyendo entre los días. Pero las visitas no cesaron, los encuentros clandestinos elevaron mis deseos hasta olvidarlo todo, aunque proviniese de una familia católica. Al siguiente domingo volví a la iglesia, la caja de madera, así la llamaba de pequeña, había congregado algunos fieles antes de mí, entonces me senté para esperar mi turno. Lucía mi cuñada estaba allí arrodillando sus pecados frente al padre con su trajecito rosa. La miré de reojo para saludarla, aunque no quería entrometerme en sus plegarias, así que desvié mi cara hacia la misa, el padre Pedro la oficiaba hoy. Después de unos minutos, el confesionario había quedado a mi disposición, me acerqué despacio mientras saludaba a Julio:
- Buen día padre, he vuelto el cura volvió a abrir su mirilla celestial para mirarse con mis ojos-
- Has vuelto Mónica, el señor esté contigo.
- Y con su espíritu; volví porque la angustia ya no me deja vivir insistí entre sollozos
- ¿Dime has vuelto a ver a ese hombre? indagó con sus pupilas rozando el absoluto
- Sí padre, no puedo dejarlo.
- Entonces deberías tratar de acercarte a Dios por medio de la Biblia, leerla en cada instante que su imagen se presente en ti pontificó como única tabla salvadora de mi espíritu que ya creía haber perdido
Le asentí con la cabeza en medio de mi eternidad mientras seguía diciendo:
-No temas, te doy mi bendición.
Me levanté aturdida deseando no ser la que era con la vida titilando entre las manos para perderme entre la gente. La luz solar me hizo recorrer las callejuelas linderas a la iglesia, hacía calor y quería llegar pronto a casa. El silencio eclesial se prolongaba siempre en esos pasadizos que yo recorría de pequeña, cuando íbamos a misa, para llegar antes que los demás. Doblé apresurada el último pasaje a la vez que una pareja hacía lo mismo inversamente. Los rostros se detuvieron frente a mí como dos marionetas del espanto, me quedé muda, con la mirada entretejiendo sueños celestiales mientras ellos, el padre Julio y mi cuñada Lucy, se soltaban de las manos; sonreí porque no sabía que decir ni hacer, tampoco tuve una respuesta, sólo el silencio divino se proyectó dentro de mi soledad.
Al siguiente domingo volví a misa, el padre Julio estaba de pié ante el púlpito con sus ropas recargadas en dorados y rojos mientras otorgaba el pan de Dios, ( la hostia ); me coloqué en la enorme fila para comulgar que avanzaba lentamente; casi al llegar pude ver a Lucía con su trajecito almidonado a punto de tomar el pan entre sus labios, me acerqué con mis ojos fijos en la misericordia de los suyos, mientras esbozaba a los cuatro vientos: - Padre, he pecado y ha sido siempre con usted...
Dicen que al sacerdote nunca más lo vieron por allí, lo expulsaron fuera junto a las montañas en recogimiento espiritual. Lucía sin embargo aún sigue casada con mi hermano. Yo sólo me quedé soñando en un pasado imaginario que nunca podré llegar a consumar.
Ana Cecilia.
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