Todas las mañanas, a primera hora voy a la panadería, seis cuadras de mi casa, despacio como siempre. Me atiende la muchacha con una sonrisa, después de despachar a otro cliente habitual al que he visto muchas veces. El pan recién salido, aún caliente, me lo entrega con una mirada de ángel; jovencita, tiene dieciocho años apenas, una belleza peculiar, ojos celestes, cuerpito gentil, virtudes de su cuerpo aparecidas en estos últimos años. Claro, todos los días, incluido los festivos, desde hace dos años, hago mi diligencia feliz, vuelvo y en el camino, después de sentir el perfume de esa piezas amasadas en la madrugada, me tiento y una pieza me la como. Ella se viste sencilla, es verano, una blusita blanca, pantalón azul, ajustado y calzado a dos o tres dedos debajo del ombligo. Es la moda, me digo, le queda bien, cuando va al gran canasto y se agacha para recoger las piezas, trato de mirar a la calle.
Ayer, haciendo la rutina, llego al comercio, me atiende el dueño. Le pregunto por la muchacha y me cuenta que está en el hospital, recuperándose de un intento de violación, me explica: –– tiene unas escoriaciones en las dos manos y en la rodilla y más que nada el susto que le provocó este hijo de puta, viejo cliente, el qué viene a la misma hora que usted. Por suerte unos vecinos escucharon los gritos, salieron enseguida, el degenerado se asustó, salió corriendo, pero ya la policía lo tiene entre rejas.—
Me fui apenado, sin ánimo no me comí la pieza acostumbrada. Recordé al individuo, regordete, de baja estatura, unos cuarenta años, cojo de la pierna derecha, pero un ágil andar, con cara de enojado, aspecto poco confiable, flor de depravado me dije.
A la tardecita me fui al hospital pregunté por ella, estaba en una habitación de dos camas. Su vecina era una viejita media sorda.
Me recibió con una gran sonrisa, sorprendida de mi visita. Le di un beso en la frente y sin mucho preámbulo me contó: Ya sé lo que le habrá contado mi tío, el dueño de la panadería, que quiso aprovecharse de mí Juancito, él me conoce desde que nací. No señor, el que quiso llevarme a su cama fue mi tío, al mediodía cuando se cierra la panadería, su mujer, mi tía no estaba. Tuvimos una lucha espantosa, mire mis manos, me las mordió para que callara., pero sabe señor el rodillazo que le di en los huevos me salvó. Me vine sola al hospital, me están atendiendo y les dije que tenía una depresión muy fuerte. No volveré más al negocio y lo de Juancito fue una patraña del muy asqueroso tío que me tocó en suerte.
|