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Todo es tan extraño cuando estoy contigo...De pronto cambio, me convierto en un ser tonto y torpe, nervioso, intranquilo, o una mezcla de ambos cosquilleos. Mi lengua se desata mientras mi cerebro cae en una especie de profunda catarsis. El resultado: tonterías, tontadas, payasadas, simplemente incoherencias. Me vuelvo loco por instantes y, sin embargo, no deseo más que el que continúes pasando el rato conmigo, que no te vayas, que te quedes. Y al rato, que además de quedarte, te acerques. Eso acrecienta mi estrés contenido, me hace saltar por dentro como si infinitos engranajes comenzaran furiosos, frenéticos, a funcionar a un tiempo. Se me eriza cada uno de los pelos del brazo que queda más cerca de ti en el momento en que te sientas a mi lado y, cuando tu mano se posiciona casual y relativamente próxima a la mía, ésta empieza a temblar imperceptiblemente y a sentir una atracción magnética imparable y creciente. Esto despierta mi masa cerebral, llama su atención hasta tal punto que el resto del espacio, del tiempo y en general del mundo, dejan de existir. Pierdo conciencia de lo que me rodea y de lo que pasa por allí, sólo veo tu mano, siento tu mano, y me asomo al desmayo cuando se me ocurre crecerme e imagino una incursión por tu brazo. Enseguida vuelvo a tu mano y luces de neón dotan de urgencia a la necesidad de cogerla o tocarla, o rozarla, o al menos de recortar un poco más las distancias. Y normalmente no logro reunir valor para satisfacerla, me contengo de alguna forma, o mejor dicho, me contiene el miedo; el nerviosismo provocado por una carencia total de auto confianza ante la patente ausencia de certidumbre y la experiencia del rechazo aún quemándome en las mejillas. Pero anoche lo hice. Anoche se me escaparon las ansias y antes de poder pensarlo más, mientras me comentaba mentalmente lo fantástico que sería envolver esa mano con mis dedos, me oí pidiéndote permiso para hacerlo: ‘¿puedo?’, y mi mano cobró vida y se elevó unos centímetros en dirección a la tuya. Hubo un segundo que tardó cinco minutos en pasar, tiempo suficiente para que estallase una mascletá de dudas e inseguridades en mi cabeza. No dijiste nada. Tu respuesta fue un leve acercamiento de tu mano. No puedo describir lo que me ocurrió al sentir físicamente en las yemas de mis dedos el contacto. Un latigazo nació al mismo tiempo en ellas y un poquito por debajo de mi ombligo. No eran dos, era uno, era el mismo, y se expandió con la misma rapidez por todas mis venas y despertó con un respingo en cadena todas las células sensitivas de mi cuerpo. Al terminar de posar la mitad del peso de mi mano de nuevo en la colcha y la otra mitad en el dorso y entre los dedos de la tuya, cesó todo, incluso la gravedad que hasta entonces aplastaba mi cuerpo contra el suelo. Creo que experimenté esa sensación de flotación de la que a veces habla la gente, y en realidad aún no ha acabado de abandonarme. Hubo seguidamente un instante en que me atreví a especular con las letras de un abrazo, pero una congoja ante la posibilidad de elevarme como un globo de helio o de evaporarme y disgregarme en las alturas me lo apartó de la mente. Lo que definitivamente lo borró fue el deseo paralizante de tus labios en un beso y, aturdido, quedé sumido en lo agradable del momento, dejándome mecer en el fluido invisible que, aunque hace horas que te fuiste, todavía me obnubila.

Texto agregado el 05-03-2006, y leído por 129 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
28-08-2009 Muy bueno, me encantó... groberk
 
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