Continuación
--¿Te importa si fumo? dijo Leo levantándose y dirigiéndose al pequeño bolso que había dejado, como por casualidad, sobre un aparador.
Enfocó la zona oscura situada bajo la tapa hacia la cama, después de extraer la cajetilla de tabaco y el encendedor, y se dirigió a Dani con la mirada fija en sus ojos negros sentándose de nuevo.
Dani grababa cada uno de los movimientos en sus retinas para no olvidarlos.
Vio cómo se doblaba acomodando sus muslos y caderas sobre la colcha bajo la suave presión de una cintura inverosímil que sostenía una espalda recta, colofón de su cuello largo, libre de cabellos y delgado, donde imaginó en un segundo dar de beber a sus labios, resecos de siglos, y aspirar el perfume a mujer del que nunca tuvo oportunidad.
Por momentos tuvo la sensación de estar cayendo en un abismo sin final ni sujeción.
Algo muy poderoso despertó en su interior que no podía dominar, ni quería.
La conversación no era más que el pretexto de la proximidad entre los cuerpos.
Hacía rato que la puerta que separaba ambas habitaciones se había cerrado y los susurros y jadeos que se atrevían a traspasar el muro de lo prudente, ponían notas cadenciosas que alimentaban ese fuego incipiente que brotaba tímido e inevitable.
Dani se creyó huésped del amor por vez primera.
Su sistema de alarma quedó neutralizado por aquellos ojos azules que literalmente le acariciaban.
Temblaba levemente y sintió la pérdida de calor en sus manos y pies.
Leo se apercibía de la tormenta que sucedía en el interior del chico y, por primera vez en su vida, sintió compasión, compasión profunda por el ser que estaba a punto de sucumbir bajo la espesa dulzura que anularía su voluntad y lo iba a poner a merced de sus labios, de sus senos, de su cuerpo entero.
Se posó la mano, como pecho de paloma, sobre la mejilla del hombre. Cerró Dani los ojos en total entrega. La pequeña y maltrecha manita de él apoyó el gesto de la muchacha apretando su mano contra la cara con aceptación. Ella besó suavemente la otra mejilla permitiendo que su perfume y la seda de su cuello quedasen a merced de los labios de Dani. Un río torrentoso le recorrió vientre abajo pulsando con fuerza; las compuertas de su respiración se habían abierto y ya no cerraría su boca de ahí en adelante.
Él besó la base de su cuello y aspiró, cerró los ojos y dejó que se elevasen como globos de gas hacia arriba, como si escondiéndolos muy alto fijasen en algún punto del cerebro tan maravillosa sensación.
Leo hizo acopio de ternura. Se buscó y se encontró mujer que sabe amar. Dar sin temer, sin ansiar, sin esperar recompensa.
Se olvidó del bolso y de su misión. El descubrirse a si misma como mujer capaz de comprender a un ser humano como Dani, la elevó varios peldaños en el concepto propio y en ese redescubrimiento no quería detenerse en nada que no fuese cada latido, cada suspiro que hacía brotar del pecho de él.
La muchacha se tumbó junto a él en la cama después de quitarle su camisa, besando cada señal de angustia, cada volumen de dolor.
Los negros ojos del muchacho se clavaron en los de ella dibujando en las cejas un arco de confianza, ella sonrió con levedad asintiendo, dejando caer sus párpados despacio, señalando su boca que abría temblorosa esperando ser libada. Acercó los labios él y los unió a los de ella, que dejó que ese instante se prolongase durante segundos eternos, hasta que decidió dar el avance mayor, cuando, aún sin despegar sus bocas, acarició entre los labios con su lengua.
Dani creyó que no era posible aquello que le estaba sucediendo pero no hizo nada por desengañarse.
Dejó que su instinto le guiase e imitó los modos y las suavidades con que se veía acariciado.
--Si existe el cielo, es esto que estoy viviendo.- Pensó.
No pronunciaron palabra alguna. Sus ojos hablaron por ellos, sus manos, sus cuerpos y sus almas transportadas a esta sinfonía celestial.
Continuará
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