Lo extraña, cuando una mariposa de gemidos aletea dentro de su vientre bajo el correr de los segundos. La palidez de ese semblante la delata, recostada en una cima de tortuosas sensaciones. Él se ha ido nuevamente; sus pupilas de hombre ya no se inclinaran en el silencio de las tardes; ni el abanico de esas manos extenderán sus raíces por lo solitario del cuerpo. Ante la aurora, el mundo se le escapa en ese acompasar de los instantes; volátil como un sol anunciando nuevos días; evanescente; fugaz; involuntario. No hay forma, la vida se ha quedado trunca en las retinas de ese amor lejano. A veces una brisa diminuta se disgrega en el entorno de los pechos como un remolino de caricias atravesando el horizonte de su himen; otras, sólo el tiempo transcurre bajo la jungla de esos sueños que nunca llegarán a concretarse...

Ana Cecilia. ©