Hora, simple hora.
Ni diosa griega, ni musa del Partenón.
Solo una hora.
Incierta, hoy una, mañana otra,
Pero siempre esa misma hora,
En que los recuerdos y el mañana
Luchan por llegar,
A ser letras y papel, a quedarse,
Grabados en el hoy.
De todas formas,
Pasas incontenible, intransitable,
Entre toses de cigarrillo y bostezos de alcohol.
Mandas a las letras, que caen por la lapicera,
Y a los versos que bamboleantes surgen del coñac.
Te instalas cómoda en el sillón
De los ayeres ya vividos, y miras, impertinente,
Los mañanas de todos los hoy.
Tiránica dictas, verdades que lastiman,
Mentiras que convencen, palabras que no son.
Yo no te busco, me buscas a mi,
Y me encuentras, semidormido,
Entre la cena y el sexo, entre la cama y la comida.
Eludirte ya es inútil, sabes encontrarme.
O a la tarde, bajo el sol, en la sonrisa de la amiga.
O al no encontrar a quien yo busco,
O en el rubor de la verdad. Estas allí.
Sos una hora mas.
Sin nombre fijo y sin tiempo detenido.
Me armas y me dominas. Tu mandas.
Y el pobre tondo de problemas económicos,
Cuando llegas, se transforma en brazo,
Mente, lapicera, de la hora en que escribo.
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