Hoy de vuelta a mi estricta realidad, recuerdo el día en que mi vida cambio para siempre.
Fué un 2 de enero que completamente sola, acompañada de unos libros, mi maleta, mis amuletos y miles de consejos que jamás tomé en cuenta, emprendí el vuelo (al fin uno no imaginario), a la isla de mis sueños.
Te pito o te henua, el ombligo del mundo como le llamaron sus primeros habitantes, me recibió con su olor a plancha caliente y la sonrisa inolvidable de quien te espera para coronarte de flores.
Me mostraste tus noches generosas de estrellas, tu mar que desnudaba inmensos corales y peces de colores, tus ahu o altares ceremoniales y tu gente, con el inmenso orgullo de haber nacido en la tierra del Ariki Hotu Matu´a.
Tanto tiempo tuve que esperar para llegar hasta ti, sospechando desde premoniciones que el destino me sorprendería aun más. Así fue como llegue al día siguiente a Tahai en busca del atardecer más bello de la isla, mientras caminaba hacia el ahu, sentí que ya no estaba sola, que me seguían, que me observaban, y apuré mi paso.
Treinta minutos más tarde me encontraste, me frenaste con tu mano sobre mi hombro y después de un cálido saludo, nos sentamos frente a los moai, y compartimos parte de nuestra historia entre el humo, las risas y el más hermoso atardecer de mi vida.
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