Sucedió en Naranjo Dulce, un rincón del país, dónde el río Jaya Prieta confluye con el Punta de Palma. Allí nació Francisco después de una docena de intentos fallidos del Patrón y su señora por procrear. En su niñez, aparte de que hubo superprotección, tuvo la desgracia de no tener con quién pulir sus deseos, antes de presentarlos a sus padres, cómo peticiones. Sólo el soplido del viento al crecer con el golpeo de aquellas aguas contra las piedras, parecía intervenir y moldear las decisiones de aquel muchacho.
Así, qué cuándo el Patrón estimó que su unigénito había entrado al camino del apareamiento, quiso adelantarse a sus estrambóticas apetencias. Conociendo lo áspero e imponente que era su hijo, invitó a una de las doncellas más dóciles de todo el paraje, para tantear por dónde andaban sus pretenciones. Coincidentemente, la joven tenía en su mira a Francisco desde que ambos, llevados por sus madres, se bañaban en la tina, una especie de embalse natural que entre peñascos formaban ambos ríos.
No fue necesario explicación alguna. Él identificó el montaje al poner el primer pié en la terraza, tras venir de cumplir con unos encargos de su madre en el interior de la hacienda. Entonces, entendió que lo del viaje y la intensa agenda había sido una táctica dilatoria. Sin embargo, la reacción de Viviana, con sus grandes ojos castaños y una sonrisa que exigía revisar las leyes de la simetría, fué de reclamo de inocencia en lo planificado. Pero el Patrón no podía dejarle aquilatar el momento. Lo conocía demasiado y sabía que permitirle pensar era peligroso.
Por tanto, se fue directamente al grano:--- Francisco, aquí está Viviana, que no tengo que describirla. También tu sabes quiénes son sus padres, simplemente, me gustaría que élla fuera tu prometida.---
---Padre, perdóname, pero mejor convocas a las doce muchachas de la comarca y entrégales unos sobres que contengan la misma proposición que me has hecho con Viviana. Y concédeles un plazo de tres meses para traer sus respuestas.---
Para el Patrón aquéllo fué una órden. En tres días, Viviana y otras once chicas tenían en su poder un papel con la sugerencia del padre. Además, una fecha para presentarse con sus decisiones.
Una semana más tarde, Viviana, dió a la madre de Francisco una carta para su primogénito. Y le recomendó que tomáse las providencias de lugar para que su contenido no se supiera antes de la hora pactada, manifestándole también que, obviamente, élla no estaría presente.
Al fin llegó la fecha esperada y casi una docena de preciosidades se distribuyeron en torno a la gigantesca mesa comedor de la casa de Francisco. Su padre se sentó en el extremo izquierdo, él en la parte opuesta y la madre se mantuvo fuera del rectángulo, ocupándose de servir café y unos que otros dulces y refrescos. Hasta el momento ninguna nota había sido mostrada y la mamá consideró oportuno justificar la ausencia de Viviana y lo hizo entregando la misiva a su hijo. Francisco la abrió y para sorpresa, sólo había un certificado de embarazo.
Tuvo el cuidado de no revelar lo que había visto y leído y, entonces, hizo una señal a su padre para que comenzara la exposición. De inmediato once grandes y oficiales sobres fueron puestos sobre el mantel. El patrón, como experimentado pendenciero que era, hizo una selección instantánea; ubicó la dueña y con voz de anunciador dijo: ---!hijo, te casas con Emilia!.--- Pero Francisco, poniéndose de pié, replicó: ---!No, me caso con Viviana!.---
---¿Porqué?.--- ---- !Por razones de fechas.!---
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