Ayudante albañil, capitalista
Siempre buscó la respuesta en los espejos negros. Lenox Louise, lo llamaban, intelectual y físico culturista y seductor y filosofo. Bajó del Ferrari negro, abrió la puerta con suficiencia, anteojos por los cuales pagó tres mil dólares, ignoran el sol, enciende un cigarrillo y observa el lugar como, algo rutinario, aunque perversamente divertido, saca la valija con trabas de oro, extrae un lanzamisiles, que pesa alrededor de 10 gramos, apoya el arma en su hombro derecho, se recuesta sobre uno de los tantos árboles de la zona, el monte correntino, apunta al monstruo contaminante de bacterias y tóxicos, dispara, el misil da en el corazón del bicho y los pedazos de construcción salpican el aire , se produce un gran estallido que por un instante precede el magnánimo fuego, no muere nadie ( solo algunos yanquis ).
Lenox louise arroja el cigarrillo, se acomoda el pelo. Ruge el Ferrari en el único camino del monte.
Toma una cerveza en la cubierta de su yate, mientras mira la cabellera rubia y los muslos dorados de esa mujer que lo acompaña, el paisaje de la costanera vista desde el río le sirve de contraste. Lenox Louise se comienza a desvanecer. No desaparece sin antes brindar una sonrisa.
Siente la camisa adherirse al transpirado torso, la pala se zambulle en el aire para caer en picada sobre la tierra casi sin poros. La sequía era larga. Sintió el grito: - Gueno que mi gente a ver si te apura.
Por un instante descendió a este doloroso lugar, en esta película donde no lo querían y sometiéndose a su destino de esclavo, siguió cavando y siguió siendo lo que el destino le negó.
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