Ahí en esa inmensidad, en la abrumante profundidad del desierto,
en este lejano paraje que nunca tiene en cuenta nada,
que solo grita con silencio.
En el abismo de este océano, en este fondo de rocas y viento,
Que lo agitan, que lo mueven, que le nacen y también mueren transparentes.
Una mancha roja se mueve.
Un desesperado automóvil en mis sueños va lanzado en velocidad, resuelto
Y escupe el ripio en su atropellar (a gran altura),
Y escupe ripio y polvo, ruge polvo.
Y en once segundos,
ya sin gobierno sobre su misterio,
golpea y espanta, golpea sin control piedras en la banquina (la chapa tañe, truena)
Y en el brillo del desierto estalla, exagera, el polvo,
y al arrastrar el duro hueso del chasis se parte, se quiebra,
engorda el ruido, pero ya no se escucha.
Solo es una nube de tierra que agita el fondo de este mar,
Y el fondo marino que se enturbia.
En silencio.
El movimiento se confunde,
Engaña, pero no al desierto que lo mira esperando, sin pasión, al acecho,
hasta que terminan de llegar al suelo valijas despanzadas, abiertas,
y ropa volando,
con su paciencia mineral las espera, las recibe.
Recibe una lluvia de trapos que termina, que se calma, que se agota cuando se cumplen los segundos,
los once.
Y caen flotando en el aire celeste del cielo,
con sus formas humanas,
y en once segundos se aquietan, se duermen,
sobre el fondo de este mar inanimado de rocas y arena,
y se van acomodando, se van soñando,
como pueden,
como el viento las deja, ahora, cubrir el desierto.
Hierros, pintura roja y aceite riegan la arena,
y en la hondura (en lo escarpado) el sonido del sol,
quema.
(2006)
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