Se preparan para comenzar un concierto que no se olvidará, saca su arco y el instrumento que lleva su nombre, el violinista respira profundo, se comunica con el viento y le pide inspiración, mira al cielo y este le guiña el ojo, pues sabe que la pieza que ha de tocar es para su majestuosidad, de repente da un giro el violinista sobre si mismo, un aire mistico lo envuelve, mira a su público, seres, lunas, soles, saltamontes danzantes, hojas con siluetas de bebé, saluda las montañas, y suena la primera nota, que parecen miles fusionadas en una sola, va y viene, las notas, por montones, colores de tierra y miel, amores de aire y fuego, el cielo les canta a través de la vacilación de ondas de las cuerdas del violin. El artista mira un árbol que está cerca, siente una presencia, un músico natural, también se preparaba hace rato, y sin esperar más, todo su ser emite una sinfonia que acompaña al primer violin, juegan los dos con la música y entrelazan el sonido como dos arco iris dibujados por la mano grande del amor, crecen y suben en espiral hasta el infinito para llegar al mismo lugar de donde salieron y nunca partieron, siendo parte del todo y la nada al mismo tiempo, o sea en este momento. Y saben que el tiempo que se inventaron para interpretar un canto de lo más profundo de la superficie del cielo se agota como las gotas de un gotero, pero que su sonido será eternizado por que su esencia es la misma que la ha creado, y de manera sincronica, sin esperar más que la culminación, culminan, al mismo tiempo que empezaron y solamente una risa que viaja desde el violinista hasta la cigarra vibra como la música, y la cigarra solo acaricia esa risa con su silencio. |